Fragmento del texto: “Análisis de la fobia de un niño de
cinco años” (El pequeño Hans). (1909). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. X.
Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 10. [Cuarta parte del comentario]
“Los animales deben buena parte de la significación que
poseen en el mito y en el cuento tradicional a la franqueza con que muestran
sus genitales y sus funciones sexuales ante la criatura dominada por el apetito
de saber. La curiosidad sexual de nuestro Hans no admite ninguna duda; pero
ella lo convierte en investigador, le permite unos correctos discernimientos
conceptuales. […]
Apetito de saber y curiosidad sexual parecen ser
inseparables entre sí. La curiosidad de Hans se extiende muy en particular a sus
padres.”
Comentario:
Hans, así como lo fueron cada uno de sus analizantes, fue un gran maestro para Freud. Hay que decir que si algo caracterizó a Freud fue el hecho
de que se dejaba enseñar por la experiencia y por el saber del que el otro es
portador. Su posición al respecto lo llevó a ocuparse de asuntos sobre los
cuales la opinión pública poco quería saber. Lo hizo con la convicción de que
eso que suele ser dejado de lado, lo despreciado, lo extraño, lo que la mayoría
quieren silenciar y normalizar para no tener que hacerse cargo de sus efectos, merece nuestra atención. ¿Por qué? Porque eso no deja de retornar. A veces
incluso por vías siniestras. Hay que decir también que a pesar de ello, incluso hoy, no
son pocos quienes buscan desembarazarse de los asuntos que atañen al sujeto del
inconsciente.
En esa misma vía, uno puede constatar que lo
que hizo de Lacan un freudiano riguroso, poco tiene que ver con la fidelidad a
los conceptos desarrollados por Freud. Tampoco con algún apego a la ortodoxia que se suponía
propia de la práctica psicoanalítica en aquellos días. Lacan no temía traicionar
a Freud en esos aspectos, ni a ningún otro, porque aprendió del pionero del
psicoanálisis algo más determinante: una posición ética. Esa posición no tolera el acogimiento de un credo canónico y rígido orientado por algún tipo de doctrina textual o
institucional.
Lo que Lacan aprendió de Freud, y me parece que trató de
trasmitirlo por todos los medios que tuvo a su disposición a quienes lo leían y
seguían sus seminarios, y a quienes hoy lo leemos, claro está, es que solo puede darse al padre el lugar que realmente
merece cuando uno está dispuesto a servirse de él como condición necesaria para
traicionarlo e ir más allá de su legado hasta hacerse un nombre propio. Esa es
la apuesta de un deseo que el neurótico intuye y teme, pues su creencia en un
padre que lo ama de manera perversa –pues le exige sacrificio y abnegación, a cambio de dolorosas pruebas de amor–, y ante el cual debe ser sumiso para
ganarse algún día su reconocimiento, como lo expresa la fantasía que no deja de
actuar en su lazo con el otro, lo lleva, o bien a una insatisfacción inapelable,
o a una impotencia inhibitoria, o a una prevención por la cual no encuentra
otro camino que la huida constante. Es esa renuncia al deseo por la búsqueda del reconocimiento del
padre, lo que lo conmina a la culpabilidad inconsciente y a la necesidad de
castigo. Por tanto, la práctica psicoanalítica no consiste en otra cosa que en la
transmisión de esa posición ética por la cual el sujeto puede reconocer su deseo para ir más allá del padre de su fantasía.
John James Gómez G.
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