miércoles, 3 de mayo de 2017

Fragmento del texto: “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (El pequeño Hans). (1909). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. X. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 10. [Cuarta parte del comentario]


“Los animales deben buena parte de la significación que poseen en el mito y en el cuento tradicional a la franqueza con que muestran sus genitales y sus funciones sexuales ante la criatura dominada por el apetito de saber. La curiosidad sexual de nuestro Hans no admite ninguna duda; pero ella lo convierte en investigador, le permite unos correctos discernimientos conceptuales. […]
Apetito de saber y curiosidad sexual parecen ser inseparables entre sí. La curiosidad de Hans se extiende muy en particular a sus padres.”

Comentario:

Hans, así como lo fueron cada uno de sus analizantes, fue un gran maestro para Freud. Hay que decir que si algo caracterizó a Freud fue el hecho de que se dejaba enseñar por la experiencia y por el saber del que el otro es portador. Su posición al respecto lo llevó a ocuparse de asuntos sobre los cuales la opinión pública poco quería saber. Lo hizo con la convicción de que eso que suele ser dejado de lado, lo despreciado, lo extraño, lo que la mayoría quieren silenciar y normalizar para no tener que hacerse cargo de sus efectos, merece nuestra atención. ¿Por qué? Porque eso no deja de retornar. A veces incluso por vías siniestras. Hay que decir también que a pesar de ello, incluso hoy, no son pocos quienes buscan desembarazarse de los asuntos que atañen al sujeto del inconsciente.

En esa misma vía, uno puede constatar que lo que hizo de Lacan un freudiano riguroso, poco tiene que ver con la fidelidad a los conceptos desarrollados por Freud. Tampoco con algún apego a la ortodoxia que se suponía propia de la práctica psicoanalítica en aquellos días. Lacan no temía traicionar a Freud en esos aspectos, ni a ningún otro, porque aprendió del pionero del psicoanálisis algo más determinante: una posición ética. Esa posición no tolera el acogimiento de un credo canónico y rígido orientado por algún tipo de doctrina textual o institucional.

Lo que Lacan aprendió de Freud, y me parece que trató de trasmitirlo por todos los medios que tuvo a su disposición a quienes lo leían y seguían sus seminarios, y a quienes hoy lo leemos, claro está, es que solo puede darse al padre el lugar que realmente merece cuando uno está dispuesto a servirse de él como condición necesaria para traicionarlo e ir más allá de su legado hasta hacerse un nombre propio. Esa es la apuesta de un deseo que el neurótico intuye y teme, pues su creencia en un padre que lo ama de manera perversa –pues le exige sacrificio y abnegación, a cambio de dolorosas pruebas de amor–, y ante el cual debe ser sumiso para ganarse algún día su reconocimiento, como lo expresa la fantasía que no deja de actuar en su lazo con el otro, lo lleva, o bien a una insatisfacción inapelable, o a una impotencia inhibitoria, o a una prevención por la cual no encuentra otro camino que la huida constante. Es esa renuncia al deseo por la búsqueda del reconocimiento del padre, lo que lo conmina a la culpabilidad inconsciente y a la necesidad de castigo. Por tanto, la práctica psicoanalítica no consiste en otra cosa que en la transmisión de esa posición ética por la cual el sujeto puede reconocer su deseo para ir más allá del padre de su fantasía.

John James Gómez G. 

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