Fragmento del texto: “La ciencia y la verdad”. Lacan, J.
(1966). En: Escritos 2. Argentina: Editorial Siglo XXI, 2ª ed. 2008, pág. 828.
[Segunda parte del comentario]
“Digamos que el religioso le deja a Dios la carga de la
causa, pero que con ello corta su propio acceso a la verdad. Así, se ve
arrastrado a remitir a Dios la causa de su deseo, lo cual es propiamente el
objeto del sacrificio. Su demanda está sometida al deseo supuesto de un Dios al
que entonces hay que seducir. El juego del amor entra por ahí.
El religioso instala así la verdad en un estatuto de
culpabilidad.”
Comentario:
Conocemos un antecedente importante de los manuales
diagnósticos. Se trata de un libro escrito por dos monjes dominicos en 1486, el
cual lleva por título Malleus Maleficarum
(El martillo de las brujas). El libro constituía un documento oficial de la
Santa Inquisición con el cual se determinaban las causas, los diagnósticos y
los modos de tratamiento válidos para los padecimientos espirituales. En él se atribuye
a Dios toda causalidad para esos fenómenos del alma, incluso cuando ellos iban en contra de los
mismos propósitos divinos:
…toda alteración que se produce en el cuerpo humano -por, ejemplo el
estado de salud o el de enfermedad - puede atribuirse a causas naturales, como
nos lo demostró Aristóteles en su séptimo libro de la Física. Y la mayor de
estas causas es la influencia de las estrellas. Pero los demonios no pueden
inmiscuirse en el movimiento de las estrellas. Esta es la opinión de Dionisio
en su epístola, a San Policarpo. Porque eso sólo puede hacerlo Dios. Por lo
tanto es evidente que los demonios no pueden en verdad efectuar ninguna transformación
permanente en los cuerpos de los humanos; es decir, ninguna metamorfosis real[1].
En esta cita, podemos ver la dicotomía que más adelante reaparecerá,
con Descartes, en torno a la res extensa y
la res cogintans. Tenemos, pues, que
el estado de salud y enfermedad era explicable por causas naturales, mientras
que las afecciones del alma tenían sólo a Dios como causa. Veamos un poco más
del texto:
…yerran quienes dicen que la
brujería no existe, sino que es algo puramente imaginario, aunque no creen que
los diablos existan, salvo en la imaginación de la gente ignorante y vulgar, y
los accidentes naturales que le ocurren al hombre los atribuye él por error a
un supuesto demonio. Pues la imaginación de algunos hombres es tan vívida, que
les hace creer que ven figuras y apariciones reales, que no son otra cosa que
el reflejo de sus pensamientos, y entonces éstos son tomados por apariciones de
espíritus malignos, y aun por espectros de brujas. Pero esto es contrario a la
verdadera fe, que nos enseña que ciertos ángeles cayeron del cielo y ahora son
demonios, y debemos reconocer que por naturaleza son capaces de hacer cosas que
nosotros no podemos. Y quienes tratan de inducir a otros a realizar tales
maravillas de malvada índole son llamados brujos o brujas. Y como la
infidelidad en una persona bautizada se denomina técnicamente herejía, esas
personas son lisa, y llanamente herejes[2].
No hay, allí, lugar para la “causalidad psíquica”. La
verdadera fe suponía, para los representantes de la autoridad divina, una
causalidad sobrehumana que manifestaba sus efectos sobre aquellos sujetos que
estarían en la posición de interrogar la verdad revelada por Dios. Lógicamente,
en la medida en que Dios había sido el creador de aquellos seres caídos, Él
quedaba ubicado en el lugar de la causa. Se usaba para esos sujetos la palabra “herejes”,
la cual servía para separar aquellos que habían traicionado el credo acorde con
la verdad divina, de los que seguían siendo ovejas mansas del rebaño. Esto
implica entonces que dicha palabra tenía, en ese contexto, una impronta moral.
Sin embargo, vale la pena recordar que “hereje”, surge en el griego antiguo
bajo la forma hairetikós. Con aquella
palabra se nombraba la posibilidad que una persona tiene de elegir entre
diferentes opciones. En ese entonces no estaba cargada con la impronta de la
traición, no implicaba moralidad ni pecado alguno; lo que sí estará presente a
partir del cristianismo. Entonces, en la Antigüedad, “hereje” era una manera de nombrar el libre
albedrío, la libertad de elegir.
Si el sujeto no puede elegir, pues su elección es el
resultado de la influencia de algún demonio, queda por ello separado de toda
responsabilidad e implicación. Entonces,
bajo esa perspectiva, no puede pensarse a un sujeto deseante. Todo margen para
el deseo queda restringido, o bien a la naturaleza o bien a un dios que sería causa
de todos los acontecimientos de su alma. Si no es deseante, es culpable, aunque no sea responsable. En esa perspectiva, si se desea
sosiego, hay que seducir a Dios, rogarle, implorarle, y ofrecer sacrificio para
conseguir lo deseado. Si no se consigue, de todos modos será porque Dios así lo
quiso y, entonces, será bueno. Es importante reconocer que esta posición es en
la que el neurótico suele ubicarse y en la cual llega cuando demanda un
análisis. Entonces, alojar esa palabra sufriente requiere reconocer que el
sujeto se encuentra, de acuerdo con su estructura, desarticulado en relación
con la causa de su deseo y la única materialidad de la que disponemos para
propiciar su re articulación es la materialidad del lenguaje. Es lo único con
lo que contamos para dar el paso desde la causalidad eficiente hacia la
causalidad material. Pero, para ello, es necesario entender que el lenguaje es un
cuerpo, y que de la fusión entre el cuerpo del lenguaje y el cuerpo orgánico surge
uno nuevo que Freud nombró, corrigiendo así a Descartes, con el concepto de pulsión. No es uno el continente del
otro, sino que se han fusionado y ahora son, al mismo tiempo, uno y dos. Continuaré
con este punto en el comentario de la próxima semana.
John James Gómez G.
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