Fragmento del texto: “La ciencia y la verdad”. Lacan, J.
(1966). En: Escritos 2. Argentina: Editorial Siglo XXI, 2ª ed. 2008, pág. 828.
[Primera parte del comentario]
“Digamos que el religioso le deja a Dios la carga de la
causa, pero que con ello corta su propio acceso a la verdad. Así, se ve
arrastrado a remitir a Dios la causa de su deseo, lo cual es propiamente el
objeto del sacrificio. Su demanda está sometida al deseo supuesto de un Dios al
que entonces hay que seducir. El juego del amor entra por ahí.
El religioso instala así la verdad en un estatuto de
culpabilidad.”
Comentario:
Mencioné en el comentario anterior la relevancia que tienen
para el sujeto sufriente la magia y la religión, aunque aparentemente su relevancia para el sujeto de la ciencia sea muy poca. Esto lo constatamos en la cotidianidad cuando
alguien que sufre se “encomienda” a algún ser divino o a alguna fuerza sobrenatural o sobrehumana. La eficacia simbólica, estudiada tan cuidadosamente por
Lévi-Strauss, es fuente de esperanza para los corazones afligidos que añoran
sosiego. No tener esto en cuenta en nuestra práctica resulta cuando menos
problemático: razón de un fracaso. De allí que Lacan no dudara de El triunfo de la religión:
El psicoanálisis no triunfará
sobre la religión, justamente porque la religión es inagotable. El
psicoanálisis no triunfará, sobrevivirá o no.
No sólo triunfará sobre el
psicoanálisis, también lo hará sobre un montón de otras cosas. Ni siquiera se
puede imaginar lo poderosa que es la religión. […]
Para eso fue pensada la religión,
para curar a los hombres, es decir, para que no se den cuenta de lo que no anda[1].
Cuando una persona consulta a un médico es porque espera de él una
respuesta. Esto se debe a que supone que ese profesional es portador de un
saber que le orientará a fin de establecer un diagnóstico y un tratamiento. No
es común que la gente ruegue a dios ni recurra a ritos mágicos cuando tiene fe
en su médico, salvo en aquellos casos en que el médico declara que su saber es
impotente, por ejemplo, cuando el diagnóstico resulta ser el de una enfermedad
incurable. Este modelo se ha replicado en la psiquiatría y en la psicología. El
psiquiatra, que sigue siendo un médico, usa el conocimiento del que dispone
para dar un diagnóstico, a veces apresurado y sin otro rigor que el de ponerle un nombre –o varios–, al sufrimiento con base en un manual. A partir de ese diagnóstico
propone un tratamiento, regularmente, basado en alguna medicación. Es muy
interesante ese lugar que se revela en el ejercicio de la psiquiatría, pues se
enfrentan padecimientos que no son enfermedades y que, por tanto, no pueden
entrar en la dicotomía curable/incurable. Sin embargo, eso no suele interrogarse.
En la psicología, por otro lado, la medicación no es un
tratamiento posible, pues el psicólogo no está autorizado legalmente para ello.
Entonces, la pregunta por el tratamiento se hace más problemática. Incluso
plantea contradicciones interesantes. Por ejemplo, ¿si la postura de un
psicólogo es la de que el sufrimiento que aqueja a un sujeto tiene causas
biológicas, cómo puede considerar su tratamiento legítimo y efectivo si no
puede intervenir directamente sobre las condiciones orgánicas que estarían
determinando el mal que intenta “curar”? ¡Mejor que se encomiende a algún santo! Si, por otro lado, considera que la causalidad
no es de orden biológico, ¿cómo no incurrir en la causalidad eficiente? Es
decir, ¿como operar de otra manera que no sea la de un mago, un curandero, un
chamán o un sacerdote? ¿Qué estatuto dar a esa causalidad para que ella sea
material aunque no sea biológica? Es ese el punto en el que el descubrimiento
de Freud resulta, a mi juicio, imprescindible, si es que uno desea tomarse en
serio su quehacer en la escucha de un sujeto que sufre. Profundizaré sobre este
punto en el comentario de la próxima semana.
John James Gómez G.
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