viernes, 4 de noviembre de 2016

Fragmento del texto: De la incomprensión y otros temas. Lacan, J. (1971). En: Hablo a las paredes. Buenos Aires: Paidós, 2012, págs. 59-60. [Tercera parte del comentario]
                                                       
“Los sujetos que sufren de incomprensión matemática esperan de la verdad más que la reducción a esos valores que se llaman deductivos, al menos en los primeros pasos de la matemática. Las articulaciones llamadas demostrativas parecen para ellos carentes de algo que se sitúa precisamente en el nivel de una exigencia de verdad. La bivalencia verdadero o falso los deja sin duda desconcertados, y, digámoslo, con razón. Hasta cierto punto, puede decirse que existe cierta distancia entre la verdad y lo que podemos llamar la cifra.”

Comentario:

¿De qué se trata esa “cierta distancia”, que señala Lacan, entre la verdad y la cifra? Antes de arriesgar cualquier respuesta, vale la pena recordar que la cifra es, a la vez un número, es decir un código, y un enigma.

El vocablo árabe sifir, que se usó inicialmente para nombrar el cero, en aquel momento equivalente al vacío, es el mismo que luego se usó para designar el resto de los números y que se corresponde con el actual término cifra. Pero también existió en el latín medieval la expresión cifra, seguramente derivada del vocablo árabe antes mencionado. Sea como fuere, la cifra tiene ése doble carácter; indica, al mismo tiempo, la presencia y la ausencia, cero/vacío y número/ presencia del término que puede hacer serie a partir de una falta. De igual modo, es texto oculto, cifrado, que llama al desciframiento. Si quienes usan la estadística, a veces de modo bastante ligero, se interrogaran aunque fuese un poco al respecto, tal vez advertirían que con sus cifras presentan un número que es, al mismo tiempo, un velo, un vaciado del sujeto. 

No es un asunto menor el hecho de que resulte más fácil cifrar que descifrar. Tomemos un ejemplo simple, y muy escueto, pero valioso por lo ilustrativo. Si tomamos dos cifras para producir una nueva, por ejemplo, si sumamos los números 2 + 2 que, además, son equivalentes entre sí, tendremos como resultado una nueva cifra, a saber, 4 (2+2=4). Siempre que realicemos esta operación aritmética tendremos como resultado la misma cifra. Sin embargo, si invertimos la operación, la certidumbre se convierte en conjetura, es decir, en una cuestión de probabilidad. Permítanme mostrarlo con la contracara del mismo ejemplo. Si tenemos una cifra, en este caso ése mismo 4, y queremos descifrarlo, es decir, producir cifras a partir de sus posibles descomposiciones, tendremos un número n, finito, –pero que tiende al infinito–, de opciones, todas ellas diversas: 4= 2+2, pero, también, 4= 3+1; 4= 1+1+1+1; 4 = 10-6; 4 = 20-16; 4= 2x2; 4= 8-4; 4 = 4; 4= 4-0, 4= 8/2; tenemos pues, sólo conjeturas. Hasta aquí damos una variedad insignificante en comparación con el total de desciframientos posibles y solo contando con los números naturales. Entonces, ante un panorama tal, ¿cómo definir cuál de las probabilidades es verdadera? Ahí tenemos una "cierta distancia" entre verdad y cifra.


John James Gómez G.

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