Fragmento del texto: Carta de disolución, del 5 de enero de
1980. Lacan, J. (1980). En: Seminario 27. Versión crítica. Establecimiento del
texto, traducción y notas: Ricardo E. Rodríguez Ponte. Escuela Freudiana de
Buenos Aires. http://www.e-diciones-elp.net/images/secciones/seminario/LACAN-DISOLUCION-VC-RRP.pdf
[Primera parte del
comentario]
“Hay un problema de la Escuela.
Esto no es un enigma. Por lo tanto, yo allí me oriento, no demasiado pronto. Ese
problema se demuestra tal, por tener una solución: es la dis ― la disolución.” […] “Que baste con uno que se vaya, para que
todos estén libres, es, en mi nudo borromeo, verdadero de cada uno, es preciso
que este sea yo en mi Escuela.” […] “O sea para un trabajo, lo he dicho ― que,
en el campo que Freud ha abierto, restaure el filo tajante de su verdad ― que
devuelva la práctica original que él ha instituido bajo el nombre de
psicoanálisis al deber que le corresponde en nuestro mundo ― que, por una
crítica asidua, denuncie en él las desviaciones y los compromisos que
amortiguan su progreso al degradar su empleo. Objetivo que mantengo. Es por
esto que yo disuelvo. Y no me quejo de los llamados “miembros de la Escuela
Freudiana” ― más bien les agradezco, por haber sido por ellos enseñado, de
dónde yo, he fracasado ― es decir me he embrollado. Esta enseñanza me es
preciosa. Yo la aprovecho.”
Comentario:
Tomar esta cita de la carta de disolución es un modo de dar
continuidad a los comentarios anteriores en los que me referí al tema de la
incomprensión. Siempre hay cosas que no se comprenden. No solo porque todo
desciframiento es difícil, sino también porque algunas de ellas son
indescifrables. Es el precio a pagar por el hecho de que hay inconsciente. El
saber es, siempre, no-todo. Lacan lo sabía y se esforzó en hacer escuchar esa
condición no-toda del saber, moviéndose a través de los surcos y las torsiones
de la esquiva verdad (a-létheia, lo
no-olvidado). Su retorno a Freud es la prueba más clara de Ello, recordar es un
modo de intentar encontrarse con lo no-olvidado (a-létheia, verdad) de lo cual, no siempre, hay memoria. Problema
que nos convoca a la invención allí donde la memoria se manifiesta, ya no como
recuerdo, sino como no-olvido, como falso olvido.
En su retorno a Freud, Lacan se ocupó de fundar la clínica
psicoanalítica, reconociendo el fracaso de Freud. Leer sus textos a la letra,
le permitió encarar su incomprensión, que no era solo la suya, la de Freud, sino la de
todos aquellos quienes se habían formado como psicoanalistas, incluido Lacan.
La diferencia estriba en que Lacan buscaba la manera de no estar ciego con respecto a su propia ceguera, para no estar, como lo estaba la mayoría, doblemente
ciego. Como bien lo hace notar H. G. Wells en su texto El país de los ciegos, en tierra de ciegos el tuerto es loco,
perturba, razón por la cual es destinado al exilio o, en el caso de Lacan, a lo
que él llamó su “excomunión”.
En su re-torno a Freud, Lacan halló un modo de saber hacer
con lo imposible que se manifestaba en el fracaso más estructurante de la
experiencia freudiana y fundó una clínica que, más allá de la riqueza de la
elaboración conseguida por Freud en su recorrido, seguía siendo una deuda.
Enfrentar ese fracaso, fue para Lacan su modo de prescindir del padre a
condición de servirse de él.
Sin embargo, a pesar de toda la evidencia, muchos parecen no
percatarse del fracaso de Lacan. Es cierto que fundó una clínica psicoanalítica,
un modo de saber hacer con lo imposible, es decir, con el punto en el cual
Freud no cesó de fracasar. Sus casos, aunque bellamente escritos y ricos por lo
que nos enseñan, así lo demuestran. Pero la fascinación con el padre es tal,
que es fácil enceguecerse. Y no hay que olvidar que nada enceguece más que el fascinus: “El fascinus [falo] es el estupefaciente óptimo. Enceguece. De ahí el stupor que provoca en los rostros que
desean.” (Quignard, 2005, pág. 162) [1]. Y
en la medida en que, de ése modo, se hace difícil diferenciar entre el falo y
el padre, la ceguera impide reconocer el fracaso de aquel a quien se entroniza
en el lugar del ideal. Es la ceguera de muchos lacanianos, quienes, a
diferencia de Lacan, eligen ser sumisos ante un padre, confundiéndolo con el
falo para no reconocer su castración y, con ella, su fracaso.
En el caso de Lacan ése fracaso se llama Escuela y aquellos que se ubican ante él
(ante el fracaso y ante Lacan) como hijos, parecen no reconocer en sus
instituciones la repetición, y la razón, de un fracaso. Creen en el padre a
condición de ser reconocidos por él o por sus herederos, lo cual deriva en la
fundación de una serie, cada vez más larga, de grupos indisolubles que se
manifiestan doblemente ciegos pues no reconocen que el discurso que consideran
propio les es el más esquivo, y que el discurso del amo se ha convertido en su
manera de responder a las preguntas ¿qué es un psicoanalista?, y, ¿qué es una
escuela de psicoanálisis? Así, las preguntas quedan obturadas, pues por la
creencia en el padre, se cae en el supuesto de que hay una garantía anticipada
para librarse de esa falta de saber y, con ella, de su incomprensión. ¿Qué
harán los lacanianos cuando los herederos de su padre mueran? Habrá que ver si,
llegado ese momento, la ceguera por el fascinus,
cede su fuerza y da paso al reconocimiento de la repetición de su fracaso. Por
lo pronto, considero que es nuestro de-ver, abrir los ojos y reconocer que
habría que tratar de articular una respuesta para saber hacer con eso imposible
que re-veló el fracaso de Lacan. A mi juicio, es la única manera digna de
devenir lacanianos, así como él devino freudiano.
John James Gómez G.
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