viernes, 11 de noviembre de 2016

Fragmento del texto: Carta de disolución, del 5 de enero de 1980. Lacan, J. (1980). En: Seminario 27. Versión crítica. Establecimiento del texto, traducción y notas: Ricardo E. Rodríguez Ponte. Escuela Freudiana de Buenos Aires. http://www.e-diciones-elp.net/images/secciones/seminario/LACAN-DISOLUCION-VC-RRP.pdf
 [Primera parte del comentario]
                                                      
“Hay un problema de la Escuela. Esto no es un enigma. Por lo tanto, yo allí me oriento, no demasiado pronto. Ese problema se demuestra tal, por tener una solución: es la dis ― la disolución.” […] “Que baste con uno que se vaya, para que todos estén libres, es, en mi nudo borromeo, verdadero de cada uno, es preciso que este sea yo en mi Escuela.” […] “O sea para un trabajo, lo he dicho ― que, en el campo que Freud ha abierto, restaure el filo tajante de su verdad ― que devuelva la práctica original que él ha instituido bajo el nombre de psicoanálisis al deber que le corresponde en nuestro mundo ― que, por una crítica asidua, denuncie en él las desviaciones y los compromisos que amortiguan su progreso al degradar su empleo. Objetivo que mantengo. Es por esto que yo disuelvo. Y no me quejo de los llamados “miembros de la Escuela Freudiana” ― más bien les agradezco, por haber sido por ellos enseñado, de dónde yo, he fracasado ― es decir me he embrollado. Esta enseñanza me es preciosa. Yo la aprovecho.”

Comentario:

Tomar esta cita de la carta de disolución es un modo de dar continuidad a los comentarios anteriores en los que me referí al tema de la incomprensión. Siempre hay cosas que no se comprenden. No solo porque todo desciframiento es difícil, sino también porque algunas de ellas son indescifrables. Es el precio a pagar por el hecho de que hay inconsciente. El saber es, siempre, no-todo. Lacan lo sabía y se esforzó en hacer escuchar esa condición no-toda del saber, moviéndose a través de los surcos y las torsiones de la esquiva verdad (a-létheia, lo no-olvidado). Su retorno a Freud es la prueba más clara de Ello, recordar es un modo de intentar encontrarse con lo no-olvidado (a-létheia, verdad) de lo cual, no siempre, hay memoria. Problema que nos convoca a la invención allí donde la memoria se manifiesta, ya no como recuerdo, sino como no-olvido, como falso olvido.

En su retorno a Freud, Lacan se ocupó de fundar la clínica psicoanalítica, reconociendo el fracaso de Freud. Leer sus textos a la letra, le permitió encarar su incomprensión, que no era solo la suya, la de Freud, sino la de todos aquellos quienes se habían formado como psicoanalistas, incluido Lacan. La diferencia estriba en que Lacan buscaba la manera de no estar ciego con respecto a su propia ceguera, para no estar, como lo estaba la mayoría, doblemente ciego. Como bien lo hace notar H. G. Wells en su texto El país de los ciegos, en tierra de ciegos el tuerto es loco, perturba, razón por la cual es destinado al exilio o, en el caso de Lacan, a lo que él llamó su “excomunión”.

En su re-torno a Freud, Lacan halló un modo de saber hacer con lo imposible que se manifestaba en el fracaso más estructurante de la experiencia freudiana y fundó una clínica que, más allá de la riqueza de la elaboración conseguida por Freud en su recorrido, seguía siendo una deuda. Enfrentar ese fracaso, fue para Lacan su modo de prescindir del padre a condición de servirse de él.

Sin embargo, a pesar de toda la evidencia, muchos parecen no percatarse del fracaso de Lacan. Es cierto que fundó una clínica psicoanalítica, un modo de saber hacer con lo imposible, es decir, con el punto en el cual Freud no cesó de fracasar. Sus casos, aunque bellamente escritos y ricos por lo que nos enseñan, así lo demuestran. Pero la fascinación con el padre es tal, que es fácil enceguecerse. Y no hay que olvidar que nada enceguece más que el fascinus: “El fascinus [falo] es el estupefaciente óptimo. Enceguece. De ahí el stupor que provoca en los rostros que desean.” (Quignard, 2005, pág. 162) [1]. Y en la medida en que, de ése modo, se hace difícil diferenciar entre el falo y el padre, la ceguera impide reconocer el fracaso de aquel a quien se entroniza en el lugar del ideal. Es la ceguera de muchos lacanianos, quienes, a diferencia de Lacan, eligen ser sumisos ante un padre, confundiéndolo con el falo para no reconocer su castración y, con ella, su fracaso.

En el caso de Lacan ése fracaso se llama Escuela y aquellos que se ubican ante él (ante el fracaso y ante Lacan) como hijos, parecen no reconocer en sus instituciones la repetición, y la razón, de un fracaso. Creen en el padre a condición de ser reconocidos por él o por sus herederos, lo cual deriva en la fundación de una serie, cada vez más larga, de grupos indisolubles que se manifiestan doblemente ciegos pues no reconocen que el discurso que consideran propio les es el más esquivo, y que el discurso del amo se ha convertido en su manera de responder a las preguntas ¿qué es un psicoanalista?, y, ¿qué es una escuela de psicoanálisis? Así, las preguntas quedan obturadas, pues por la creencia en el padre, se cae en el supuesto de que hay una garantía anticipada para librarse de esa falta de saber y, con ella, de su incomprensión. ¿Qué harán los lacanianos cuando los herederos de su padre mueran? Habrá que ver si, llegado ese momento, la ceguera por el fascinus, cede su fuerza y da paso al reconocimiento de la repetición de su fracaso. Por lo pronto, considero que es nuestro de-ver, abrir los ojos y reconocer que habría que tratar de articular una respuesta para saber hacer con eso imposible que re-veló el fracaso de Lacan. A mi juicio, es la única manera digna de devenir lacanianos, así como él devino freudiano.

John James Gómez G.






[1] Quignard, P. (2005). El sexo y el espanto. Barcelona: Editorial Minúscula, pág. 162.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....