jueves, 20 de octubre de 2016

Fragmento del texto: De la incomprensión y otros temas. Lacan, J. (1971). En: Hablo a las paredes. Buenos Aires: Paidós, 2012, págs. 59-60. [Primera parte del comentario]
                                                         
“Los sujetos que sufren de incomprensión matemática esperan de la verdad más que la reducción a esos valores que se llaman deductivos, al menos en los primeros pasos de la matemática. Las articulaciones llamadas demostrativas parecen para ellos carentes de algo que se sitúa precisamente en el nivel de una exigencia de verdad. La bivalencia verdadero o falso los deja sin duda desconcertados, y, digámoslo, con razón. Hasta cierto punto, puede decirse que existe cierta distancia entre la verdad y lo que podemos llamar la cifra.”

Comentario:

No son pocos los jóvenes que durante el período escolar se ven enfrentados a la incomprensión matemática; sus quejas se escuchan por doquier. Tanto las operaciones básicas de la aritmética, como el álgebra y el cálculo, entre las demás vertientes de las matemáticas que suelen recorrerse a lo largo de la vida escolar, plantean problemas ante los cuales muchos se ven ad portas de una cierta impotencia, cuando se trata de encontrar una “solución”. ¿De qué se trata esa dificultad?

Las matemáticas suelen ubicarse en un lugar privilegiado en el campo del conocimiento, pues se les atribuye la posibilidad de acceder a la verdad de un modo tal que supone la reducción, cuando no se cree que la eliminación, de lo imaginario y, por tanto, la posibilidad de una elaboración simbólica exenta de los afectos a los cuales suele imputárseles cierta intrusión perturbadora que impide la lucidez de la razón. De hecho, las matemáticas ocupan, en la cabeza de los científicos más acérrimos, un lugar privilegiado, exactamente, el de un dogma.

Sin embargo, ese lugar se encuentra ubicado en el plano de los ideales. Por un lado, se trata del ideal en el que se ha ubicado a las matemáticas como lenguaje princeps para el tratamiento simbólico de la naturaleza, por ejemplo. Por otro, tenemos el hecho de que el mundo de las matemáticas es, por definición, un mundo ideal. Esto no debe restarles su “verdadero” valor, sino, alertarnos acerca de la equivocación a partir de la cual solemos juzgarlas. Creemos que ellas son el lenguaje natural del universo y, por tanto, el lenguaje que permitiría el acceso a alguna verdad inequívoca; de ser eso acertado, bien valdría preguntarse, como lo hace Mario Livio con el título de su conocido libro: ¿Es Dios un matemático?

No hay que caer en la trampa. Interrogar si Dios es un matemático, no tiene mucho que ver con intereses místicos. Una pregunta como esa –por cierto, el libro en mención es sumamente recomendable– cuestiona el estatuto que tendrían las matemáticas en relación con lo que se ha denominado “las leyes del universo”. Es cierto que las matemáticas permiten corregir hasta cierto punto nuestra experiencia intuitiva, es decir, nuestra impresión fenomenológica del mundo; más no por ello son, en sí mismas, el lenguaje de la naturaleza. Son, para ser menos imprecisos, el lenguaje con el que los seres humanos hemos conseguido producir una serie de enunciados que tienen ciertos valores de verdad, bajo ciertas condiciones más o menos controladas.

John James Gómez G. 

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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