Fragmento del texto: De la incomprensión y otros temas.
Lacan, J. (1971). En: Hablo a las paredes. Buenos Aires: Paidós, 2012, págs.
59-60. [Segunda parte del comentario]
“Los sujetos que sufren de incomprensión matemática esperan
de la verdad más que la reducción a esos valores que se llaman deductivos, al
menos en los primeros pasos de la matemática. Las articulaciones llamadas
demostrativas parecen para ellos carentes de algo que se sitúa precisamente en
el nivel de una exigencia de verdad. La bivalencia verdadero o falso los deja
sin duda desconcertados, y, digámoslo, con razón. Hasta cierto punto, puede
decirse que existe cierta distancia entre la verdad y lo que podemos llamar la
cifra.”
Comentario:
El comentario iniciado a partir de esta cita de Lacan,
apunta, en parte, a advertirnos acerca del estatuto de las matemáticas. Había
señalado, la vez anterior, el riesgo de hacer equivaler a las matemáticas con
las leyes del universo, y propuse allí una precisión al respecto, que considero
necesario retomar, a saber, que ellas son el lenguaje con el que los seres
humanos hemos conseguido producir una serie de enunciados que tienen ciertos
valores de verdad, bajo ciertas condiciones más o menos controladas.
Si las matemáticas, como la lógica, llegan a demostraciones,
es porque están orientadas por una rigurosidad que depende de su propia
estructura y no de lo que solemos llamar, de manera un poco ligera e injusta,
“realidad empírica”. Esa es una de las razones por las cuales ellas suelen
avanzar mucho más rápido que la física, por ejemplo. Mientras los matemáticos
trabajan resolviendo problemas que responden a las condiciones mismas del
lenguaje lógico y matemático, los físicos se esmeran en hallar indicios a
partir de sus experimentos, que les permitan dar prueba, como Jesús ofreciendo
sus manos a los apóstoles, de todo aquello que postulan como verdadero.
Entonces, los matemáticos llegan a resolver problemas que anticipan aquello que los
físicos ni siquiera han llegado a considerar y, solamente, décadas después,
advierten el valor de esos hallazgos que, en principio, parecían inútiles
en la “realidad empírica”. De hecho, la incomprensión de esta cuestión, derivó
en una división tajante entre los físicos teóricos y los físicos que se
consideran a sí mismos "empiristas"; éstos últimos suelen apreciar
poco a los primeros por su falta de “pruebas” experimentales, a pesar del
interés y el valor con el que cuentan sus demostraciones.
Esa división, que no es exclusiva de la física, opera como
sostén de luchas consumadas entre quienes confunden los datos con la “verdad”,
desconociendo que un dato es siempre una construcción teórica y no alguna “realidad
empírica” –aunque la información para construirlo haya sido tomada del mundo
sensible–, y, de otro lado, quienes viven temerosos, aferrados a las
referencias de autoridad, la de aquellos autores que gozan de alguna
credibilidad, más o menos significativa, esperando ser aceptados como
científicos algún día. Esto suele tener como resultado un posicionamiento
servil ante las referencias, con el fin de ampliar su buen nombre –el de los
autores de referencia y el de sus defensores, quienes sueñan con ser reconocidos como
científicos–, conminándose, en no pocas ocasiones, a caer en la evitación de la
crítica y en la falta de un estudio riguroso de aquello que defienden. En todos
los campos disciplinarios de la ciencia, esta división que, a mi juicio, es
ante todo un malentendido amparado en la ilusión de que la verdad puede
encontrarse de manera diáfana en algún lugar, solo conduce a una entropía
injustificada.
Esa incomprensión, expresada en la defensa sin crítica,
obsecuencia inaudita anclada en el deseo de reconocimiento, no está ausente en el
psicoanálisis. Basta con sentarse a leer a Freud y a Lacan con alguna
rigurosidad y, sobre todo, sin creer de antemano que hay intérpretes que
sabrían decirnos lo que sus textos significan de manera completa y verdadera,
para vernos exhortados a revisar fuentes diversas, ricas y de sumo valor entre
las ciencias, la filosofía y las artes; incluso, y sobre todo, las más
recientes, esas que Freud y Lacan no llegaron a conocer y que hacen parte de
nuestro tiempo. Enfrentado a esa empresa, uno empieza a entender que los textos
de Freud y de Lacan, tanto como los de cualquier otro autor, o como cualquier hecho
teórico, es decir, cualquier "verdad empírica", están ahí para ser interrogados, para debatir con ellos, no para
repetirlos y armar textos, a la manera de "colchas de retazos", que
se leen en congresos, jornadas y encuentros, sin que se tenga la menor idea de
lo que se dice, solo para parecer psicoanalista y/o científico. Se descubre
así, no con demasiada sorpresa, que a pesar de que abundan los psicoanalistas y
las escuelas de psicoanálisis, escasean el psicoanálisis y los
psicoanalizantes.
John James Gómez G.