Fragmento del texto: “Breve informe sobre el psicoanálisis”.
Freud, S. (1924). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores, Buenos
Aires. 1986. Pág. 203. [Primera parte del comentario]
“El psicoanálisis creció sobre un terreno muy restringido.
En su origen conoció una sola meta: comprender algo acerca de la naturaleza de
las enfermedades nerviosas llamadas «funcionales», a fin de remediar la
impotencia en que hasta entonces se encontraban los médicos para su
tratamiento.”
Comentario:
La cita de 1924 que sirve como base para este comentario, da
cuenta de la meta que Freud atribuía a los orígenes del psicoanálisis, y bien
vale la pena preguntarnos si acaso ella todavía cuenta con alguna vigencia.
Podría suponerse que pasados más de 100 años desde que el psicoanálisis vio sus
inicios, la “impotencia” de los médicos para el tratamiento de las
“enfermedades nerviosas llamadas funcionales” ya habría sido superada con
creces. Sin embargo, la experiencia muestra otra cosa. Por un lado, la
psiquiatría parece haber olvidado que lleva en su seno la raíz psykhé, en la
medida que abandona al sujeto reduciendo su experiencia a la observación de
alteraciones neuroquímicas. Por otro lado, ella se ocupa de modalidades de
tratamiento moral que encuentran su versión más eficaz en la medicación y la
medicalización de la vida, bajo el supuesto de que podría decirse con “certeza”
qué es la realidad y, desde allí, definir los límites entre lo normal y lo
patológico. Ninguna falacia mayor ha sido producida en nombre de las
pseudo-ciencias, es decir, de aquellas que niegan su condición conjetural y se
definen a sí mismas como objetivas en el sentido positivista.
Basta observar con detalle la biblia psiquiátrica, –hoy
también del campo de la denominada “salud mental”–, a saber, el DSM, para
constatar la persistencia de la impotencia médica. Se prescinde allí de la
palabra enfermedad y se recurre a la palabra trastorno (en francés a troublé y
en inglés a disorder), como si fuese más precisa, para eludir la dificultad que
plantea el hecho de que no hay una etiología clara, muy a pesar de que se
insista en sostener la creencia en que se trata de causas biológicas1. Se apela
al trastorno como una alteración biológica pero se designa con él a la
alteración de un supuesto buen orden moral y se rechaza la palabra que denuncia el sufrimiento de un cuerpo hablante.
La comorbilidad, la ambigüedad y el crecimiento del número
de trastornos que aparecen en cada revisión del DSM, son algunos de los
fantasmas que acechan por los pasillos de los hospitales psiquiátricos y
aquejan a los especialistas en sus consultorios. ¿No es acaso un claro
indicador de la perspectiva moral de los
llamados trastornos, el hecho de que con los cambios en la moral sexual
cultural, tuviese que excluirse a la homsexualidad de la categoría
“Desviaciones sexuales” en el año 1986? Tal vez si se hubiesen servido de la
clínica de la escucha, más que de la clínica de la mirada, que en el caso de la
psiquiatría se convierte en no pocas ocasiones en una mirada superyoica, se
habrían percatado de que la homosexualidad nada tiene que ver con la
anormalidad pues la sexualidad humana no se adapta a ninguna estandarización
estadística ya que ella se constituye como desviación de la meta y del objeto
que desde la moral, ingenua, se consideran naturales.
John James Gómez G.
1. Sugiero al lector la revisión del texto "Clasificar en
Psiquiatría", autoría de Néstor Braunstein, editado por Siglo XXI en el año 2013