viernes, 27 de noviembre de 2015


Fragmento del texto: “Breve informe sobre el psicoanálisis”. Freud, S. (1924). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 203. [Primera parte del comentario]

“El psicoanálisis creció sobre un terreno muy restringido. En su origen conoció una sola meta: comprender algo acerca de la naturaleza de las enfermedades nerviosas llamadas «funcionales», a fin de remediar la impotencia en que hasta entonces se encontraban los médicos para su tratamiento.”

Comentario:

La cita de 1924 que sirve como base para este comentario, da cuenta de la meta que Freud atribuía a los orígenes del psicoanálisis, y bien vale la pena preguntarnos si acaso ella todavía cuenta con alguna vigencia. Podría suponerse que pasados más de 100 años desde que el psicoanálisis vio sus inicios, la “impotencia” de los médicos para el tratamiento de las “enfermedades nerviosas llamadas funcionales” ya habría sido superada con creces. Sin embargo, la experiencia muestra otra cosa. Por un lado, la psiquiatría parece haber olvidado que lleva en su seno la raíz psykhé, en la medida que abandona al sujeto reduciendo su experiencia a la observación de alteraciones neuroquímicas. Por otro lado, ella se ocupa de modalidades de tratamiento moral que encuentran su versión más eficaz en la medicación y la medicalización de la vida, bajo el supuesto de que podría decirse con “certeza” qué es la realidad y, desde allí, definir los límites entre lo normal y lo patológico. Ninguna falacia mayor ha sido producida en nombre de las pseudo-ciencias, es decir, de aquellas que niegan su condición conjetural y se definen a sí mismas como objetivas en el sentido positivista.

Basta observar con detalle la biblia psiquiátrica, –hoy también del campo de la denominada “salud mental”–, a saber, el DSM, para constatar la persistencia de la impotencia médica. Se prescinde allí de la palabra enfermedad y se recurre a la palabra trastorno (en francés a troublé y en inglés a disorder), como si fuese más precisa, para eludir la dificultad que plantea el hecho de que no hay una etiología clara, muy a pesar de que se insista en sostener la creencia en que se trata de causas biológicas1. Se apela al trastorno como una alteración biológica pero se designa con él a la alteración de un supuesto buen orden moral y se rechaza la palabra que denuncia el sufrimiento de un cuerpo hablante.

La comorbilidad, la ambigüedad y el crecimiento del número de trastornos que aparecen en cada revisión del DSM, son algunos de los fantasmas que acechan por los pasillos de los hospitales psiquiátricos y aquejan a los especialistas en sus consultorios. ¿No es acaso un claro indicador de la perspectiva moral de los  llamados trastornos, el hecho de que con los cambios en la moral sexual cultural, tuviese que excluirse a la homsexualidad de la categoría “Desviaciones sexuales” en el año 1986? Tal vez si se hubiesen servido de la clínica de la escucha, más que de la clínica de la mirada, que en el caso de la psiquiatría se convierte en no pocas ocasiones en una mirada superyoica, se habrían percatado de que la homosexualidad nada tiene que ver con la anormalidad pues la sexualidad humana no se adapta a ninguna estandarización estadística ya que ella se constituye como desviación de la meta y del objeto que desde la moral, ingenua, se consideran naturales.

John James Gómez G.



1. Sugiero al lector la revisión del texto "Clasificar en Psiquiatría", autoría de Néstor Braunstein, editado por Siglo XXI en el año 2013

viernes, 20 de noviembre de 2015

Fragmento del texto: “Clausura de las jornadas de la École Freudienne de Paris”. Lacan, J. (25-9-1977). Versión bilingüe disponible en la página web de la École Lacanienne de Psychanalyse. Pág. 6. [Tercera parte del comentario]
http://www.ecole-lacanienne.net//pictures/books/4C40FFA6478707ACE599B60D76F49289/Clôture%20-%20clausura%20-%2025%20septembre%201977.pdf


“Hay que interrogar el equívoco, del cual enuncio que es a partir de allí que se fundan todas las formaciones, las formaciones del inconsciente.”

Fragmento original en francés:
“Il faut interroger l’équivoque, dont j’énonce que c’est de là que se fondent toutes les formations, les formations de l’inconscient.”

Comentario:

En sus notables conferencias de “Introducción al Psicoanálisis”, escritas con el fin ser presentadas en la Universidad de Viena, y redactadas entre los años 1915 y 1917, Freud dedicó las primeras cuatro de ellas a los “actos fallidos”. El esfuerzo de Freud por explicar las diversas maneras de equivocación, es decir, del “trastrabarse” (como aparece en la traducción de José Etcheverry) en el habla, la lectura, la escucha y los actos, apuntaba de manera decidida a brindar a los neófitos una argumentación contundente del modo en que esos fenómenos, en apariencia nimios y cuya causa se atribuía comúnmente al cansancio o a la falta de atención, debían ser tomados en consideración como actos psíquicos de pleno derecho. Esta apuesta de Freud, derivada del descubrimiento de la causalidad psíquica, debe tenerse como condición sine qua non en del ingreso en la experiencia analítica.

La razón es ese descubrimiento (del inconsciente) es, precisamente, la del fracaso de la razón como potestad exclusiva de la conciencia. El tropiezo del yo, que confiado en la ilusión del completo dominio de sí se lanza a ejercer su voluntad, pone de manifiesto que no hay otra voluntad más efectiva que la de la pulsión. Por tanto, el fracaso de la razón como potestad exclusiva de la consciencia, conllevó el reconocimiento de otra razón que se orienta por una determinación estructurada a partir de cadenas significantes y que denuncia la estructura de ficción de la verdad y de la realidad a las que el yo intenta fijar, como si fuesen seguras, válidas y confiables, a partir de esa impostura que podemos denominar "el sentido".

El equívoco, entonces, no es un tropiezo ingenuo ni carente de valor. Por el contrario, en el se fundan, como bien afirmaba Lacan, todas las formaciones del inconsciente; desde el más minúsculo tropiezo en el decir, hasta el sueño y el síntoma, encuentran su articulación en la equivocidad. Esta propiedad del lenguaje, implica que su estructura opera a partir de las relaciones de identidad y diferencia, así como de la sustitución y de la oposición entre significantes y, por tanto, el lenguaje común por el que el inconsciente está estructurado como un (común) lenguaje, deja al descubierto la falacia que se expresa a través del ideal de un total dominio de sí. A mi juicio, esto justifica porqué Lacan, en la clase de apertura de su seminario sobre “Los escritos ténicos de Freud”, denuncia la ingenuidad que representaría suponer que el ideal de un análisis debería ser el total dominio de sí, cuando, se trata, en realidad, de dar lugar a la palabra justa.

John James Gómez G. 

viernes, 13 de noviembre de 2015

Fragmento del texto: “Clausura de las jornadas de la École Freudienne de Paris”. Lacan, J. (25-9-1977). Versión bilingüe disponible en la página web de la École Lacanienne de Psychanalyse. Pág. 6. [Segunda parte del comentario]
http://www.ecole-lacanienne.net//pictures/books/4C40FFA6478707ACE599B60D76F49289/Clôture%20-%20clausura%20-%2025%20septembre%201977.pdf


“Hay que interrogar el equívoco, del cual enuncio que es a partir de allí que se fundan todas las formaciones, las formaciones del inconsciente.”

Fragmento original en francés:
“Il faut interroger l’équivoque, dont j’énonce que c’est de là que se fondent toutes les formations, les formations de l’inconscient.”

Comentario:

¿Qué es interrogar el equívoco? Lo primero que creo pertinente señalar al respecto es que para interrogar el equívoco hay que estar dispuesto a soportar el dolor de la herida narcisista. No se trata de una cuestión menor y, por otro lado, la afirmación que hago no debe ser tomada a la ligera, es decir, dejándose llevar por la idea, harto común, de que el narcisismo es algo malo o indeseable. Suele creerse que se trata de una mala palabra, y por tanto se usa con fines de crítica e, incluso, como intento de insulto. Y el hecho de que se registre en el DSM un “trastorno narcisista de la personalidad” sirve a muchos para afianzar esa idea. Es importante, entonces, entender que el narcisismo es necesario; se trata de una formación constituyente en la estructuración subjetiva. De hecho, la introducción que hace Freud del narcisismo como concepto de la teoría de la libido, en 1914, denota con claridad su importancia.

El narcisismo es, en cierta medida, un ejercicio de rigor, pues permite sostener la ilusión de que ese cuerpo fragmentado, es decir, pulsional, puede constituir una unidad cerrada, completa, sin falta. Así, el costo de la ilusión es el desconocimiento del yo como una imagen ideal [i(a)] y de que hay Otro escenario, a saber, el del sujeto del inconsciente. El rigor narcisista es el de velar con el sentido cualquier atisbo de incomprensión, cualquier tropiezo, cualquier equivocación, es decir, todo aquello que pueda delatar su falta de consistencia más allá del orden imaginario. Es por ello que la pasión del yo no puede ser otra que la de fascinarse con su propia ignorancia. Entonces, si esa es su pasión y si ejerce su rigor a través de la impostura de sentido, ¿cómo podría, ese yo, fatuo, interrogar el equívoco cuando, por definición, eso implicaría interrogar su propia consistencia?

La práctica analítica, como bien señala Jean Michel Vappereau, implica abandonar, en cierto modo, ese rigor con el que se busca sostener la impostura del sentido. No es nada fácil, pero es eso lo que hará posible, si es el caso, el ingreso en la experiencia analítica. Así, interrogar el equívoco exige al yo la invención de una nueva manera de leer en la cual pueda descubrir, a partir de una posición aparentemente sin-táctica, una nueva estructura sintáctica que ya no se oriente por el sentido sino por el recorte secuencial que hará posible puntuar algo del texto que esté a nivel del significante y no del significado ni del sentido. De hecho, quien oferta su escucha autorizándose como analista, tendría que haber abandonado, en su propio análisis, ese modo de rigor narcisista y haber descubierto ese nuevo modo de lectura aparentemente sin-táctica de la estructura sintáctica pues, de lo contrario, ¿cómo podría escuchar el texto de eso que llamamos lo inconsciente?


John James Gómez G.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Fragmento del texto: “Clausura de las jornadas de la École Freudienne de Paris”. Lacan, J. (25-9-1977). Versión bilingüe disponible en la página web de la École Lacanienne de Psychanalyse. Pág. 6. [Primera parte del comentario]


“Hay que interrogar el equívoco, del cual enuncio que es a partir de allí que se fundan todas las formaciones, las formaciones del inconsciente.”

Fragmento original en francés:
“Il faut interroger l’équivoque, dont j’énonce que c’est de là que se fondent toutes les formations, les formations de l’inconscient.”

Comentario:

Esta vez traigo una cita breve, en comparación con las que suelo comentar. Y creo importante, dado que hago mención de ello, indicar que mis comentarios no tienen otra finalidad que intentar entender algunas cuestiones sobre los planteamientos de Freud y de Lacan, lo que, sin duda, es un ejercicio personal que, en este blog, hago público con el interés de que otros puedan servirse de mis propias dificultades, de mis errores y mis errancias, que no han de ser pocas. Sea como fuere, allí están esos comentarios, simplemente como testimonio del interés por un trabajo que no tiene otro límite que la propia curiosidad.

Dicho esto, me remito a la cita que, reitero, es breve, lo que no debe hacernos pensar que se trata de algo simple o irrelevante. De hecho, es probable que una de las mayores equivocaciones que uno pueda cometer a la hora de leer el psicoanálisis sea la de apresurarse a la acumulación de grandes cantidades. Entonces, para comenzar, por qué no interrogar esa equivocación. Y esto tiene que ver con un asunto escolar con el que se trasmite a los chicos la idea de que leer es pasar los ojos por las páginas y avanzar rápidamente y siendo capaz de extraer una idea general del texto, lo cual muestra simplemente que no hay que ocuparse del detalle, de la minucia, del indicio que en él se puede encontrar y que, más allá de presentar un resumen o la idea central a otro que, supuestamente ya la sabría de antemano, podrían mover un deseo que interrogue el texto en su estructura misma. ¿No es eso, acaso, la práctica psicoanalítica? ¿No se trata de interrogar el texto de eso que Freud llamó inconsciente, sin dar por sentado que podría extraerse de él alguna idea general que cierre el sentido como algo completo en sí mismo?

La afirmación de Lacan traída aquí a cuentas señala dos cuestiones. Uno: que es necesario interrogar el equívoco. Dos: que es a partir del equívoco que se fundan todas las formaciones del inconsciente. ¿Pero qué sería interrogar el equívoco? Esta pregunta funda su relevancia en la insistencia de nuestra cultura por eliminarlo. No se soporta el equívoco, como tampoco se soportan con facilidad el silencio o la dilación de la respuesta por parte del otro. Esto es más notorio en nuestros días, cuando los mensajes se mueven a la velocidad de las ondas electromagnéticas gracias a las cuales son transmitidos de un lugar a otro, es decir, de un dispositivo electrónico a otro. El equívoco y el silencio perturban los afanes narcisistas del yo y éste, apurado, se apresura a silenciar el equívoco y a buscar palabras para llenar el sinsentido y la incertidumbre a los que queda expuesto merced del silencio.

Por su parte, la escuela insiste en la repetición como modo de eliminación de la equivocación. Puede verse a los chicos repitiendo las tablas de multiplicar como autómatas que no saben lo que dicen y es que, realmente, no saben lo que dicen aunque sepan más de lo que creen saber. Pero ¿no es acaso el intento por eliminar lo perturbador lo que hace que eso retorne de maneras siniestras? Tal vez sea necesario reflexionar algunas cuestiones al respecto.


John James Gómez G.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Fragmento del texto: “¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?”. Freud, S. (1919). En. Obras Completas, vol. XVII. Amorrortu Editores, 1979. Pág. 171. [Segunda parte del comentario]

“…cabe afirmar que la universidad únicamente puede beneficiarse con la asimilación del psicoanálisis en sus planes de estudio. Naturalmente, su enseñanza sólo podrá tener carácter dogmático-crítico, por medio de clases teóricas, pues nunca, o sólo en casos muy especiales, ofrecerá la oportunidad de realizar experimentos o demostraciones prácticas. A los fines de la investigación que debe llevar a cabo el docente de psicoanálisis, bastará con disponer de un consultorio externo que provea el material necesario, en la forma de los enfermos denominados «nerviosos»…”

Comentario:

En vías de continuar el comentario anterior acerca de la enseñanza del psicoanálisis en la universidad, retomemos el camino por la vía del señalamiento hecho por Freud acerca de la relación entre las clases teóricas y la investigación que el psicoanalista llevaría por fuera de la universidad, en su consultorio. Así, se pone en juego la pregunta acerca de la articulación posible entre la práctica del psicoanálisis y el discurso universitario que, cada vez más, exige la enseñanza de técnicas.

Digámoslo sin eufemismos. Las universidades, en el marco del discurso, no solo universitario, sino también del discurso capitalista, corren el riesgo de convertirse en maquinarias de producción en serie (no en serio) de profesionales, de los cuales se espera una “calidad” medible a partir de estándares que pueden identificarse, no en el ejercicio del pensamiento, sino en la repetición irreflexiva de tareas. De ser así, el quehacer del psicoanalista que enseña en la universidad no es solo el de trasmitir algo de su experiencia, sino, sobre todo, de estar a la altura de una ética que devuelva al sujeto, llamémoslo “estudiante”, la posibilidad de interrogar su posición respecto de la repetición, del conocimiento y, en la medida de lo posible, también del saber.

Pero no caigamos demasiado rápido en el optimismo que llevaría a pensar que se trata de una tarea fácil, pues se podría creer entonces que la experiencia necesaria sería la de “atender pacientes” en un consultorio. Considero crucial recordar que la experiencia, por definición, no es otra que la de analizante. Así, la posición ética a la que me refiero, no puede confundirse con la moral, ni tampoco con el cumplimiento del deber, sino que responde a aquella que se hace posible cuando se ha dado el paso hacia la subversión del sujeto y, con ello, a la restitución de un deseo que no se resigna ante los imperativos que ordenan sumisión, abnegación y sacrificio. Es así, pues, que esa posición es problemática y difícil de sostener, ya que es incómoda para quien se hace cargo de ella, e incomoda al discurso que busca homogenizar por vía del estándar. Sin embargo, a mi juicio, es la única que vale la pena si se quiere abrir un camino por el que los "estudiantes" puedan devenir algo más que la encarnación de un ser-vil.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....