viernes, 5 de junio de 2015

Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 229 [Séptima y última parte del comentario]

“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación  constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”

Comentario:

Y bien, esbozadas las tres razones que he indicado, y a sabiendas de que hay muchas más que pueden aproximarnos a entender por qué se produjo el fracaso del proyecto freudiano de constituir una psicología de ciencia natural, vale la pena, entonces, apostar por alguna respuesta acerca de cuál sería esa particularidad de un estado nuevo del yo (según dice Freud) en alguien que ha pasado por la experiencia del inconsciente, es decir, por la práctica de analizante. De acuerdo con lo dicho hasta el momento, tal diferencia nada tiene que ver con la distinción entre normalidad y anormalidad, ni tampoco entre salud y enfermedad.

Una persona que ha recorrido la experiencia analítica no será, por ello, una mejor persona de acuerdo a los ideales de bienestar que primen en la moral de su época. No es esa la neocreación que la práctica analítica conlleva. Lo que nunca preexistió en el yo es, dicho bruscamente, el reconocimiento de la causalidad psíquica. Es notable que la filosofía moderna, a la luz del pensamiento cartesiano, jamás se hubiese percatado de ello, pues ella excluye de su registro y su horizonte cualquier pregunta por una razón que no sea la del yo como una entidad consciente de sí misma. El yo como una unidad. Definición, por cierto, harto diferente de la indicada por Freud en su texto “El yo y el ello”, cuando menciona que: “El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie” (1923, pág. 27). Lo que Freud presenta es, sin duda, un problema de geometría proyectiva que Lacan, por su parte, hace avanzar hasta la topología para articular un cuerpo de goce, una res gozante y un objeto causa de ese goce que es, a la vez, objeto causa de deseo.

Por otra parte, Freud reconoció que ese yo es una cualidad de lo psíquico y no lo psíquico mismo en cuanto totalidad. El yo no es una unidad y, mucho menos, una unidad armónica. Dicho en sus palabras, el yo no es amo en su casa. Se trata de un yo enfrentado a la pregunta por una razón que insiste en hacerse reconocer pero que él se esfuerza en desconocer, y que no es otra que la indicada por Lacan en el título de su escrito: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón de Freud”. Una razón que desafía todo ideal de un yo consciente de sí mismo, pero también de la razón como potestad de la consciencia y, con ello, una puesta en cuestión del cogito ergo sum cartesiano.

Eso (Ello) piensa, entonces, eso que según Lacan es el sujeto, se mueve por la función de una razón que no es aquella con la cual el yo se orienta a partir del narcisismo y a la cual, sin poder muy bien reconocer cómo, padece por no saber como leerla. Allí está la letra y con ella una causalidad que responde a la materialidad, a la efectividad, del lenguaje. Así, la diferencia entre alguien que ha pasado por la experiencia analítica y alguien que no es que, el primero, si  es que ha devenido analizante (visitar a un analista no es garantía de ello), habrá incursionado en una práctica que le permita corregir la experiencia intuitiva de un yo que no sabía, antes de ejercitarse en dicha práctica, cómo leer el saber y la razón que lo habita; cuestión que, en realidad, no es poca cosa.

John James Gómez G. 

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