Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”.
Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986.
pp. 229 [Séptima y última parte del comentario]
“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de
producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del
yo, y cuya neo-creación constituye la
diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”
Comentario:
Y bien, esbozadas las tres razones que he indicado, y a
sabiendas de que hay muchas más que pueden aproximarnos a entender por qué se
produjo el fracaso del proyecto freudiano de constituir una psicología de
ciencia natural, vale la pena, entonces, apostar por alguna respuesta acerca de
cuál sería esa particularidad de un estado nuevo del yo (según dice Freud) en
alguien que ha pasado por la experiencia del inconsciente, es decir, por la
práctica de analizante. De acuerdo con lo dicho hasta el momento, tal
diferencia nada tiene que ver con la distinción entre normalidad y anormalidad,
ni tampoco entre salud y enfermedad.
Una persona que ha recorrido la experiencia analítica no
será, por ello, una mejor persona de acuerdo a los ideales de bienestar que
primen en la moral de su época. No es esa la neocreación que la práctica analítica
conlleva. Lo que nunca preexistió en el yo es, dicho bruscamente, el
reconocimiento de la causalidad psíquica. Es notable que la filosofía moderna,
a la luz del pensamiento cartesiano, jamás se hubiese percatado de ello, pues
ella excluye de su registro y su horizonte cualquier pregunta por una razón que
no sea la del yo como una entidad consciente de sí misma. El yo como una
unidad. Definición, por cierto, harto diferente de la indicada por Freud en su
texto “El yo y el ello”, cuando menciona que: “El yo es sobre todo una
esencia-cuerpo; no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la
proyección de una superficie” (1923, pág. 27). Lo que Freud presenta es, sin
duda, un problema de geometría proyectiva que Lacan, por su parte, hace avanzar
hasta la topología para articular un cuerpo de goce, una res gozante y un
objeto causa de ese goce que es, a la vez, objeto causa de deseo.
Por otra parte, Freud reconoció que ese yo es una cualidad
de lo psíquico y no lo psíquico mismo en cuanto totalidad. El yo no es una
unidad y, mucho menos, una unidad armónica. Dicho en sus palabras, el yo no es
amo en su casa. Se trata de un yo enfrentado a la pregunta por una razón que
insiste en hacerse reconocer pero que él se esfuerza en desconocer, y que no es
otra que la indicada por Lacan en el título de su escrito: “La instancia de la
letra en el inconsciente o la razón de Freud”. Una razón que desafía todo ideal
de un yo consciente de sí mismo, pero también de la razón como potestad de la
consciencia y, con ello, una puesta en cuestión del cogito ergo sum cartesiano.
Eso (Ello) piensa, entonces, eso que según Lacan es el
sujeto, se mueve por la función de una razón que no es aquella con la cual el
yo se orienta a partir del narcisismo y a la cual, sin poder muy bien reconocer
cómo, padece por no saber como leerla. Allí está la letra y con ella una
causalidad que responde a la materialidad, a la efectividad, del lenguaje. Así,
la diferencia entre alguien que ha pasado por la experiencia analítica y
alguien que no es que, el primero, si es
que ha devenido analizante (visitar a un analista no es garantía de ello), habrá
incursionado en una práctica que le permita corregir la experiencia intuitiva
de un yo que no sabía, antes de ejercitarse en dicha práctica, cómo leer el
saber y la razón que lo habita; cuestión que, en realidad, no es poca cosa.
John James Gómez G.
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