viernes, 12 de junio de 2015

Fragmento del texto: “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”. Freud, S. (1907). En: Obras Completas, vol IX. Amorrortu Editores. 1986. pp. 106 [Primera parte del comentario]

"A la conciencia de culpa del neurótico obsesivo corresponde la solemne declaración de los fieles: ellos sabrían que en su corazón son unos malignos pecadores; y las prácticas piadosas (rezo, invocaciones, etc.) con que introducen cualquier actividad del día y, sobre todo, cualquier empresa extraordinaria parecen tener el valor de unas medidas de defensa y protección."

Comentario:

Si bien la invención del psicoanálisis y, con él, el descubrimiento de los mecanismos psíquicos que dan cuenta de lo inconsciente, se debe en buena medida a los síntomas conversivos reportados por aquellas mujeres que, en aquel momento, eran llamadas histéricas, Freud encontró también en la neurosis obsesivas claves fundamentales para la comprensión de la vida anímica. Vale la pena observar el papel crucial que atribuyó a dicha modalidad de la neurosis a la hora de pensar problemas de sumo interés en torno a la cultura, la religión, la magia, la superstición, entre varios otros, a los cuales dedicó sus esfuerzos en obras como, por ejemplo, “Tótem y Tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos” (1913). Si algo enseñó la neurosis obsesiva  a Freud fue, justamente, el lugar determinante que la conciencia de culpa juega en la cotidianidad del sujeto y de la cultura.

Por lo pronto, dejemos abiertas algunas preguntas. ¿Habría una culpa originaria? Si fuese de ese modo, ¿habría un pecado original del cual derivaría esa consciencia de culpa? Por otra parte, ¿qué llevó a Freud a suponer como válida la analogía entre las acciones obsesivas y las prácticas religiosas? ¿De qué manera los rituales obsesivos responden a un intento fallido de expiar su consciencia de culpa? ¿Qué relación podría establecerse entre culpabilidad, deseo y goce?

Comencemos por señalar que la pregunta por la culpa originaria hace parte de la concepción judeocristiana que prima en Occidente. El pecado original –que nadie sabe muy bien en qué consistió, pues si lo hubo no fue sin la contribución del “creador” que habría puesto “a prueba” a su creación, lo que indicaría la poca confianza que tendría en sus habilidades creacionistas–, señalaría que en el origen, al menos desde lo que en dicha perspectiva se considera un “origen”, se habría perpetrado una falta. Ahora bien, habrá que ver, entonces, si la falta y el pecado son equivalentes o si, al menos en lo que el psicoanálisis permitiría comprender, muy posiblemente se trate de cuestiones que no necesariamente son la misma cosa.

John James Gómez G.

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