lunes, 22 de junio de 2015

Fragmento del texto: “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”. Freud, S. (1907). En: Obras Completas, vol IX. Amorrortu Editores. 1986. pp. 106 [Tercera parte del comentario] 

Con este comentario entramos en receso hasta el lunes 3 de agosto.

"A la conciencia de culpa del neurótico obsesivo corresponde la solemne declaración de los fieles: ellos sabrían que en su corazón son unos malignos pecadores; y las prácticas piadosas (rezo, invocaciones, etc.) con que introducen cualquier actividad del día y, sobre todo, cualquier empresa extraordinaria parecen tener el valor de unas medidas de defensa y protección."

Comentario:

Si el rito sirve como intento de control del acontecimiento, tanto en las acciones obsesivas como en las prácticas religiosas, no podemos perder de vista entonces el estatuto que tendría dicho acontecimiento para la vida psíquica y la vida cultural en general. Llamemos a las cosas por su nombre. El acontecimiento, psicoanalíticamente hablando, tiene al menos dos rostros, dos modos de aparición, a saber, lo real y el sujeto. Evidentemente estoy usando términos fácilmente reconocibles del “idioma” lacaniano. En otras ocasiones he insistido en que el sujeto del psicoanálisis, es decir, el del inconsciente, puede ubicarse en relación con la expresión symbama (σψμβαμα), propia del estoicismo antiguo, que bien puede traducirse como sujeto del acontecimiento o, también, acontecimiento al sujeto.  Dicha expresión señala que no puede fijarse el predicado como identidad para el sujeto, pues éste último escapa a la identidad de un ser que se definiría por el predicado. El único ser posible para ese sujeto es el de-ser dicho en alguna parte, como lo recuerda Lacan en "Radiofonía" y, en tal sentido, es evanescente. El rito, entonces, intenta controlar de algún modo, claramente místico y animista, la aparición del sujeto que resultaría peligrosa porque denuncia la falta de identidad y la fragilidad de ese yo que se cree dueño de sí mismo. Orar al padre y ofrecerle acciones y sacrificios, es el modo en que el neurótico, particularmente el neurótico obsesivo, intenta controlar la probabilidad de que llegue la irrupción de ese sujeto que expresa un deseo, como todo deseo, impío, así como un goce,  como todo goce, siempre voluptuoso.

Por su parte, lo real también es ubicable en relación al acontecimiento. Irrumpe, no por ser dicho, como el sujeto, sino, precisamente, porque no puede decirse ni tampoco escribirse y, sin embargo, no cesa de insistir. Arremete con fuerza estridente, estrepitosamente, por ser un agujero inconmensurable e inagotable. Lo real habla de lo imposible del sexo y de la falta de complementariedad sexual, en tanto no hay diferencia sexual-natural humana, más que en las ingenuas aspiraciones de quienes sueñan con las oposiciones hombre/mujer o masculino/femenino, como el marco de toda definición para el lugar de esos seres que hablan y usan letras (parlêttre) en un mundo que intenta silenciar todo aquello que pone en evidencia sus ilusorias versiones de la verdad. Cada vez que esa imposibilidad insiste en hacerse reconocer, a pesar que no se sepa como escribirla ni decirla adecuadamente, sus efectos son estrepitosos y ponen en aprietos hasta al más liberal de los liberales y al más abierto de-mente. De igual manera, lo real es acontecimiento imposible de decir y de escribir, pero insistente en su aparición por la vía de la res, la cosa, siempre irrepresentable, con la que está atado etimológicamente.

Así pues, psicoanálisis no aspira a controlar el acontecimiento ni a incluirlo en un marco interpretativo ligado a una cosmovisión. En ese orden de ideas, el psicoanálisis no es un modo de educar ni tampoco un tipo de cosmovisión. Su función es, de hecho, la de la palabra que puede introducir el sinsentido antes que el sentido, pues, por esa vía, la del sinsentido, el acontecimiento puede articularse. Y bien vale la pena pensar con detalle a qué podemos llamar articulación en psicoanálisis, para lo cual sugeriré, simplemente, tomar en consideración sólo la primera acepción que nos ofrece el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “Unir dos o más piezas de modo que mantengan entre sí alguna libertad de movimiento.” De hecho, habría que corregir a Freud cuando, en la interpretación de los sueños, hablaba del sueño como realización de deseo, y hacer caso a Oscar Masotta  quien indicó que el deseo no puede realizarse, ni siquiera en el sueño, pero sí es susceptible de articularse.


John James Gómez G.

viernes, 19 de junio de 2015

Fragmento del texto: “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”. Freud, S. (1907). En: Obras Completas, vol IX. Amorrortu Editores. 1986. pp. 106 [Segunda parte del comentario]

"A la conciencia de culpa del neurótico obsesivo corresponde la solemne declaración de los fieles: ellos sabrían que en su corazón son unos malignos pecadores; y las prácticas piadosas (rezo, invocaciones, etc.) con que introducen cualquier actividad del día y, sobre todo, cualquier empresa extraordinaria parecen tener el valor de unas medidas de defensa y protección."

Comentario:

Retomemos, pues, algunas de las preguntas que había dejado indicadas en el comentario anterior: ¿qué llevó a Freud a suponer como válida la analogía entre las acciones obsesivas y las prácticas religiosas? ¿De qué manera los rituales obsesivos responden a un intento fallido de expiar su consciencia de culpa?

Partamos de la premisa, crucial, de que no habría oposición alguna sino continuidad entre sujeto y cultura. Freud lo sabía. Insistió en ello a lo largo de su obra, si bien no usando dichos términos exactos, sí en el modo en que se enfrentaba a la reflexión acerca de los malestares presentes en los neuróticos y los malestares de la cultura en general; baste mirar, para constatarlo, el subtítulo de su libro “Tótem y Tabú” de 1913 y quedar, así, advertidos de ello.

Siguiendo esa vía freudiana, considero apropiado, para el propósito de comprender un poco la posición de Freud respecto de la analogía entre las acciones obsesivas y las prácticas religiosas, retomar una cita del libro ¿Por qué vivimos?, autoría del etnólogo francés Marc Augé: “… el rito tiene por objeto y finalidad que no sobrevenga el acontecimiento aciago que constituiría el retraso. En este sentido la anticipación ritual lucha contra el acontecimiento. Si se produce de todas formas, lo único que se puede hacer es interpretarlo, es decir, reinsertarlo en un orden comprensible; interpretar el acontecimiento es intentar escamotearlo.” (2004, pág. 74).

De acuerdo con Augé, los ritos en las comunidades tribuales tenían por finalidad intentar controlar el acontecimiento, aquello que, por definición, era incontrolable. La muerte, la sequía, la lluvia o cualquiera otro acontecimiento que pudiese resultar perturbador debía ser controlado. Lógicamente los ritos no controlan el acontecimiento, pero sirven a los fines de apaciguar el miedo derivado de la creencia en algún ser superior que sería responsable de dichos acontecimientos. Y si el acontecimiento finalmente ocurría, interpretarlo por vía de los parámetros de una cosmovisión permitía, de todas maneras, no tener que responder ante él de modo en que se pudiera establecer una lógica en el marco de los acontecimientos en sí, sino seguir atribuyendo su ocurrencia a una entidad de poder superior. ¿No es acaso una lógica harto similar a ésta la que está presente en el neurótico y, particularmente, en esa modalidad llamada neurosis obsesiva?


John James Gómez G.

viernes, 12 de junio de 2015

Fragmento del texto: “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”. Freud, S. (1907). En: Obras Completas, vol IX. Amorrortu Editores. 1986. pp. 106 [Primera parte del comentario]

"A la conciencia de culpa del neurótico obsesivo corresponde la solemne declaración de los fieles: ellos sabrían que en su corazón son unos malignos pecadores; y las prácticas piadosas (rezo, invocaciones, etc.) con que introducen cualquier actividad del día y, sobre todo, cualquier empresa extraordinaria parecen tener el valor de unas medidas de defensa y protección."

Comentario:

Si bien la invención del psicoanálisis y, con él, el descubrimiento de los mecanismos psíquicos que dan cuenta de lo inconsciente, se debe en buena medida a los síntomas conversivos reportados por aquellas mujeres que, en aquel momento, eran llamadas histéricas, Freud encontró también en la neurosis obsesivas claves fundamentales para la comprensión de la vida anímica. Vale la pena observar el papel crucial que atribuyó a dicha modalidad de la neurosis a la hora de pensar problemas de sumo interés en torno a la cultura, la religión, la magia, la superstición, entre varios otros, a los cuales dedicó sus esfuerzos en obras como, por ejemplo, “Tótem y Tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos” (1913). Si algo enseñó la neurosis obsesiva  a Freud fue, justamente, el lugar determinante que la conciencia de culpa juega en la cotidianidad del sujeto y de la cultura.

Por lo pronto, dejemos abiertas algunas preguntas. ¿Habría una culpa originaria? Si fuese de ese modo, ¿habría un pecado original del cual derivaría esa consciencia de culpa? Por otra parte, ¿qué llevó a Freud a suponer como válida la analogía entre las acciones obsesivas y las prácticas religiosas? ¿De qué manera los rituales obsesivos responden a un intento fallido de expiar su consciencia de culpa? ¿Qué relación podría establecerse entre culpabilidad, deseo y goce?

Comencemos por señalar que la pregunta por la culpa originaria hace parte de la concepción judeocristiana que prima en Occidente. El pecado original –que nadie sabe muy bien en qué consistió, pues si lo hubo no fue sin la contribución del “creador” que habría puesto “a prueba” a su creación, lo que indicaría la poca confianza que tendría en sus habilidades creacionistas–, señalaría que en el origen, al menos desde lo que en dicha perspectiva se considera un “origen”, se habría perpetrado una falta. Ahora bien, habrá que ver, entonces, si la falta y el pecado son equivalentes o si, al menos en lo que el psicoanálisis permitiría comprender, muy posiblemente se trate de cuestiones que no necesariamente son la misma cosa.

John James Gómez G.

viernes, 5 de junio de 2015

Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 229 [Séptima y última parte del comentario]

“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación  constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”

Comentario:

Y bien, esbozadas las tres razones que he indicado, y a sabiendas de que hay muchas más que pueden aproximarnos a entender por qué se produjo el fracaso del proyecto freudiano de constituir una psicología de ciencia natural, vale la pena, entonces, apostar por alguna respuesta acerca de cuál sería esa particularidad de un estado nuevo del yo (según dice Freud) en alguien que ha pasado por la experiencia del inconsciente, es decir, por la práctica de analizante. De acuerdo con lo dicho hasta el momento, tal diferencia nada tiene que ver con la distinción entre normalidad y anormalidad, ni tampoco entre salud y enfermedad.

Una persona que ha recorrido la experiencia analítica no será, por ello, una mejor persona de acuerdo a los ideales de bienestar que primen en la moral de su época. No es esa la neocreación que la práctica analítica conlleva. Lo que nunca preexistió en el yo es, dicho bruscamente, el reconocimiento de la causalidad psíquica. Es notable que la filosofía moderna, a la luz del pensamiento cartesiano, jamás se hubiese percatado de ello, pues ella excluye de su registro y su horizonte cualquier pregunta por una razón que no sea la del yo como una entidad consciente de sí misma. El yo como una unidad. Definición, por cierto, harto diferente de la indicada por Freud en su texto “El yo y el ello”, cuando menciona que: “El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie” (1923, pág. 27). Lo que Freud presenta es, sin duda, un problema de geometría proyectiva que Lacan, por su parte, hace avanzar hasta la topología para articular un cuerpo de goce, una res gozante y un objeto causa de ese goce que es, a la vez, objeto causa de deseo.

Por otra parte, Freud reconoció que ese yo es una cualidad de lo psíquico y no lo psíquico mismo en cuanto totalidad. El yo no es una unidad y, mucho menos, una unidad armónica. Dicho en sus palabras, el yo no es amo en su casa. Se trata de un yo enfrentado a la pregunta por una razón que insiste en hacerse reconocer pero que él se esfuerza en desconocer, y que no es otra que la indicada por Lacan en el título de su escrito: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón de Freud”. Una razón que desafía todo ideal de un yo consciente de sí mismo, pero también de la razón como potestad de la consciencia y, con ello, una puesta en cuestión del cogito ergo sum cartesiano.

Eso (Ello) piensa, entonces, eso que según Lacan es el sujeto, se mueve por la función de una razón que no es aquella con la cual el yo se orienta a partir del narcisismo y a la cual, sin poder muy bien reconocer cómo, padece por no saber como leerla. Allí está la letra y con ella una causalidad que responde a la materialidad, a la efectividad, del lenguaje. Así, la diferencia entre alguien que ha pasado por la experiencia analítica y alguien que no es que, el primero, si  es que ha devenido analizante (visitar a un analista no es garantía de ello), habrá incursionado en una práctica que le permita corregir la experiencia intuitiva de un yo que no sabía, antes de ejercitarse en dicha práctica, cómo leer el saber y la razón que lo habita; cuestión que, en realidad, no es poca cosa.

John James Gómez G. 

lunes, 1 de junio de 2015

Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 229 [Sexta parte del comentario]

“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación  constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”

Comentario:

Una tercera razón entre las cuales venimos avanzando, en nuestra pregunta acerca de porqué fracasó el proyecto de una psicología de ciencia natural, deriva, a mi juicio, de la segunda mencionada, es decir, de la existencia de ese cuerpo erógeno, inédito, que habla y que ya no es accesible por la clínica de la mirada en la que los médicos en particular, y la ciencia positivista en general, ponían en aquella época, e incluso ponen hoy, toda su fe y su esperanza.

Se tata de la necesidad de reconocer las desviaciones que ese nuevo cuerpo implica respecto de los fines naturales de lo que se considera un organismo. Evidentemente la desviación fundamental corresponde al hecho de que el imperio del principio del placer es desplazado, hasta cierto punto, por el principio de displacer. Esa desviación, es decir, la pulsión, incorpora un objeto nuevo que es, a su vez, incorporal. Entonces, es un objeto que, al mismo tiempo no corresponde con ningún objeto en el sentido sensible; ninguno que pueda ser captado por los sentidos ni por la intuición perceptual. De hecho, la única intuición que de él podemos tener es la angustia.

La angustia es central. Ella resultó sumamente interesante para Freud, quien dedicó largo tiempo a su investigación. Él se percató de que hay allí algo siempre incomprendido. Tanto en sus manuscritos iniciales, como en sus trabajos para tratar de establecer una clínica diferencial para las neurosis de defensa y hasta el final de sus elaboraciones en la década de 1930, la angustia fue siempre una señal clave para la clínica. Único signo intuitivo con el que el yo pude tener noticias de la falta a la que se ve enfrentado. Falta a la que no corresponde ninguno de los objetos del mundo sensible.

Así, la angustia da cuenta de algo que si bien debería parecernos obvio suele ser rechazado debido a que causa perturbación en los ideales de completitud y absoluto dominio de sí con los que vivimos. Eso que debería ser obvio es que en el momento en el que el campo del lenguaje entra en juego, las sensaciones y las percepciones ya no dependen tanto del funcionamiento biológico como sí dependen de las palabras, de los sentidos, de las creencias, de los sinsentidos y, sobre todo, de la incertidumbre al no poder contar con una respuesta completamente satisfactoria para las preguntas ¿De dónde venimos? Y ¿por qué es inevitable la muerte?. Vemos así como las preguntas por la sexualidad y la muerte toman el lugar central de ese Otro escenario revelado por Freud, a saber, el de lo inconsciente.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....