lunes, 13 de abril de 2015

Fragmento del texto: “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós, Buenos Aires. 2012. pp. 372. [Segunda parte del comentario]

“Lo que prueba la potencia de lo que llamamos procedimiento es que tampoco está excluido que el psicoanalista no tenga ninguna especie de idea acerca de él. Hay, al respecto, estúpidos: verifiquen, es fácil.”

Comentario:

Una análisis no es un asunto que atañe a las relaciones del yo con el mundo, –aunque ellas hagan parte de lo que allí discurre en el decir de quien habla de su sufrimiento–, sino del sujeto con el lenguaje (parlêttre). Las entrevistas preliminares son el espacio para que esta introducción del significante en falta que hace al parlettre se ponga en juego. El psicoanalista, opera en función de hacer posible una experiencia en la que la queja del yo derive hacia la interrogación de aquello por lo que sufre desde su posición como sujeto del inconsciente.

En tal sentido un psicoanalista no empuja a nadie a un análisis, mucho menos si no se le ha dirigido una demanda. ¿Por qué un “psicoanalista” andaría por la calle "mandando a las personas a que asistan a un análisis”? Una cosa es que hable públicamente de psicoanálisis, es decir, de su teoría y de su práctica, como un modo de dar testimonio de su quehacer, otra, muy distinta, que suponga que su misión, a la manera de un mesías o alguna clase de redentor caritativo, sería la de enjuiciar a los otros diciéndoles “usted debería ir a análisis”. ¿De dónde provendría una derecho tal? Una cosa es hacer saber a otros que existe un lugar en el cual, si así se quiere, puede alojarse la palabra sufriente, otra, sentenciarlos diciéndo: “usted debería analizarse”, en caso tal, habla por su boca un feroz superyó. Claro está, siempre hay quienes usen la teoría psicoanalítica para intentar ejercer un poder moral sobre otros juzgando su manera de vivir o sus relaciones sociales, sus rituales, sus hábitos o cualquiera otra de sus prácticas cotidianas (a pesar que esos “psicoanalistas silvestres” crean que su juicio moral tendría el valor de una interpretación). Es claro que allí no se trata del discurso psicoanalítico, sino del uso de palabras tomadas de la teoría psicoanalítica para hablar en nombre del discurso del amo.

John James Gómez G.

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