viernes, 24 de abril de 2015

Fragmento del texto: “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós, Buenos Aires. 2012. pp. 372. [Cuarta parte del comentario]

“Lo que prueba la potencia de lo que llamamos procedimiento es que tampoco está excluido que el psicoanalista no tenga ninguna especie de idea acerca de él. Hay, al respecto, estúpidos: verifiquen, es fácil.”

Comentario:

Las expectativas en torno al psicoanálisis y su efectividad suelen incurrir en un error de principio sostenido en el ideal de bienestar que se apuntala en los cánones morales. Por esta razón, resulta difícil para muchos comprender de qué se trata esa experiencia, pues se desconoce la condición singular que la hace posible y, dado que es común el hecho de que siempre hay quien quiere hablar como vocero del superyó para los demás, – particularmente para quienes considera inferiores, enfermos o trastornados–,  se olvida con gran facilidad que solo aquel que se ha comprometido con esa experiencia está en posición de dar testimonio de ella y de juzgar sus efectos en torno al sufrimiento por el cual eligió analizarse y a su propia condición como sujeto. 

Un psicoanálisis no se trata de que la gente cambie para ser bueno en algún sentido moral. Hay quienes quieren juzgar la efectividad de un análisis por los cambios que ven, o que no ven, en una persona que se analiza; en otras palabras, juzgan la efectividad de la experiencia por la adaptación de la persona que va a un análisis a los ideales de quien se ubica como representante de los ideales, es decir, como alguna clase de juez moral. Esto pone en evidencia que la esperanza de esos jueces es que el psicoanálisis opere como un discurso de orden moral; sin embargo, el psicoanálisis no se ubica, -si es que se ha comprendido algo del discurso analítico-, en el campo de la moral, a pesar que muchos lo quieran usar como tal.

El psicoanálisis implica que alguien, si así lo elige, pueda reconocer el lugar que ocupa como sujeto deseante y como sustancia gozante, a partir de lo cual el yo deja de padecer el sentimiento inconsciente de culpabilidad derivado del esfuerzo por desalojar la responsabilidad que lo implica y por lo cual se ubica en relación al Otro como un alma bella. Si eso conlleva o no un cambio en cuanto a lo que los demás esperan de esa persona, es algo que no corresponde a la singularidad de la experiencia psicoanalítica.

John James Gómez G.

lunes, 20 de abril de 2015

Fragmento del texto: “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós, Buenos Aires. 2012. pp. 372. [Tercera parte del comentario]

“Lo que prueba la potencia de lo que llamamos procedimiento es que tampoco está excluido que el psicoanalista no tenga ninguna especie de idea acerca de él. Hay, al respecto, estúpidos: verifiquen, es fácil.”

Comentario:

¿Qué garantía habría de que una persona que se llama a sí misma psicoanalista esté al tanto de las implicaciones que conlleva el procedimiento propio de la experiencia analítica? Plantear esta pregunta podría sonar escandaloso, por ejemplo, si olvidáramos que ex-siste lo inconsciente. Suponer que alguien está al tanto de lo que hace, y ni qué decir de la intención (e in-tensión) de sus actos, es por sí misma una idea ingenua. La intención y el sentido consciente suelen distar significativamente de lo que acontece en ese Otro escenario descubierto por Freud. Sin embargo no-todo pasa desapercibido para el yo, siendo así que cada cierto tiempo esa instancia que ni siquiera está al tanto de que ella misma es fundamentalmente inconsciente, resulta sorprendida por el retorno de lo que no cesa de insistir desde ese Otro escenario. No debe extrañarnos, entonces, la pregunta con la que iniciamos este párrafo, pues no necesariamente el psicoanalista estaría exento de esa sorpresa ni del desconocimiento de ese Otro escenario. Tal vez, incluso, sea algo más común de lo que muchos podrían imaginar.

Partir de la creencia en el enunciado: “soy psicoanalista”, no puede ser más que una ilusión falaz. No hay tal cosa como un predicado del analista. La identificación a ese significante como un ideal alcanzado en el lugar de un ser, pone al descubierto la búsqueda por taponar la propia falta. Identificarse a ese significante puede ser el modo de rechazar por completo la experiencia del inconsciente. Alguien podría defender “a capa y espada” esa identificación pero, de ser así, estaría intentando salvar el dolor proveniente de su herida narcisista; herida estructural por el hecho de que el Yo no  es más que una imagen ilusoria de totalidad. Si se ha asumido la falta en ser no habría porqué defender el ideal de un ser que no tiene más soporte que una ilusión, un fascinus obnubilante.

Cuando el analista es un predicado, el sujeto es anulado por retroacción. Es una operación ineludible, pues el sujeto queda fijado a una imagen, identificado por la cópula a la creencia en un ser y se rechaza, así, el supuesto de un sujeto que portaría un saber; se rechaza el acontecimiento del sujeto (symbama). Lo que ocurriría a partir de esa anulación del sujeto por la identificación con el ser de un predicado, sería la inhibición del despliegue de los desplazamientos por las cadenas significantes y con ello se obtura la hiancia que hace posible la aparición del sujeto del inconsciente. De este modo, paradójicamente, si alguien se identifica a la creencia de ser psicoanalista obturará la probabilidad de que se produzca el sujeto del inconsciente que constituye a la experiencia analítica.

John James Gómez G.

lunes, 13 de abril de 2015

Fragmento del texto: “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós, Buenos Aires. 2012. pp. 372. [Segunda parte del comentario]

“Lo que prueba la potencia de lo que llamamos procedimiento es que tampoco está excluido que el psicoanalista no tenga ninguna especie de idea acerca de él. Hay, al respecto, estúpidos: verifiquen, es fácil.”

Comentario:

Una análisis no es un asunto que atañe a las relaciones del yo con el mundo, –aunque ellas hagan parte de lo que allí discurre en el decir de quien habla de su sufrimiento–, sino del sujeto con el lenguaje (parlêttre). Las entrevistas preliminares son el espacio para que esta introducción del significante en falta que hace al parlettre se ponga en juego. El psicoanalista, opera en función de hacer posible una experiencia en la que la queja del yo derive hacia la interrogación de aquello por lo que sufre desde su posición como sujeto del inconsciente.

En tal sentido un psicoanalista no empuja a nadie a un análisis, mucho menos si no se le ha dirigido una demanda. ¿Por qué un “psicoanalista” andaría por la calle "mandando a las personas a que asistan a un análisis”? Una cosa es que hable públicamente de psicoanálisis, es decir, de su teoría y de su práctica, como un modo de dar testimonio de su quehacer, otra, muy distinta, que suponga que su misión, a la manera de un mesías o alguna clase de redentor caritativo, sería la de enjuiciar a los otros diciéndoles “usted debería ir a análisis”. ¿De dónde provendría una derecho tal? Una cosa es hacer saber a otros que existe un lugar en el cual, si así se quiere, puede alojarse la palabra sufriente, otra, sentenciarlos diciéndo: “usted debería analizarse”, en caso tal, habla por su boca un feroz superyó. Claro está, siempre hay quienes usen la teoría psicoanalítica para intentar ejercer un poder moral sobre otros juzgando su manera de vivir o sus relaciones sociales, sus rituales, sus hábitos o cualquiera otra de sus prácticas cotidianas (a pesar que esos “psicoanalistas silvestres” crean que su juicio moral tendría el valor de una interpretación). Es claro que allí no se trata del discurso psicoanalítico, sino del uso de palabras tomadas de la teoría psicoanalítica para hablar en nombre del discurso del amo.

John James Gómez G.

viernes, 10 de abril de 2015

Fragmento del texto: “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”. Lacan, J. (1967). En. Otros escritos. Editorial Paidós, Buenos Aires. 2012. pp. 372. [Primera parte del comentario]

“Lo que prueba la potencia de lo que llamamos procedimiento es que tampoco está excluido que el psicoanalista no tenga ninguna especie de idea acerca de él. Hay, al respecto, estúpidos: verifiquen, es fácil.”

Comentario:

La gente asiste a un psicoanálisis esperando encontrar muchas cosas. Sin embargo, dado el caso que la cosa marche, entonces, se encontrará frente a su falta en ser, razón por la cual las cosas que esperaba encontrar pierden su sentido. Esto no deja de desilusionar a muchos, incluso, de aterrorizarlos, al punto que no es extraño ver cómo ante ese encuentro la mayoría prefieren retroceder, taponar la falta, intentar olvidar lo inolvidable. Es por eso que hay que tomarse en serio la demanda de alguien que dice querer analizarse. ¿Por qué alentar a alguien al encuentro con una falta? Esa, precisamente, me parece la cuestión que ocupa el centro de la práctica analítica.

La cuestión implica una pregunta por la ética en psicoanálisis que no puede confundirse con la ética del mercado. No se trata recibir a todos y buscar desesperadamente de que se queden, con el fin de acumular pacientes para hacerse un buen salario; si ese es el procedimiento, entonces, no hay lugar para la ética analítica. Alentar a alguien al encuentro con la falta implica el empuje a una pregunta que no necesariamente es requerida para que una vida se sostenga de un modo que sea soportable. No siempre quien acude a un psicoanalista, –entiéndase por esa denominación: alguien que devino en su análisis personal un analizante y, a partir de ello, presta su escucha para que otro, al hablar, haga ex-sistir la función "analista"–,  llega a analizarse, puesto que un análisis implica, justamente, la apuesta decidida por la pregunta a propósito de una causa perdida, esa pérdida que es causa del deseo y el goce.

John James Gómez G.

lunes, 6 de abril de 2015

Fragmento del texto: “Acerca de la causalidad psíquica”. Lacan, J. (1946). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores. 2ª edición argentina, revisada. 2008. pp. 174. [Tercera parte del comentario]


“Porque el riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser.
Lejos, pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia.
Lejos de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento.
Y al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad."

Comentario:

Vale la pena preguntarnos, en pro de la reflexión por el valor de la causalidad psíquica, ¿cuáles fueron los motivos por los cuales la psiquiatría dejó por fuera de su interrogación a lo psíquico, siendo eso psíquico el supuesto objeto de su interés?

Sabemos que la psiquiatría advino en el marco de las ciencias positivistas que nacieron merced del pensamiento cartesiano. En ello hay una rúbrica que puede identificarse de inmediato: la separación entre una res extensa y una res congitans. Según tal separación, sería cognoscible (nótese la ironía que implica aquí este término), exclusivamente, aquello que tuviese una materialidad en el sentido de la res extensa, razón por la cual solo las disciplinas encargadas del estudio de los cuerpos físicos, naturales, merecían el reconocimiento como ciencias. Las cuestiones metafísicas quedaban relegadas o bien al dogma religioso o bien a la reflexión filosófica. La psiquiatría, entonces, que apareció en el marco de esa perspectiva, en el campo de la medicina, sólo podría aspirar al reconocimiento de su cientificidad sí y solo sí tomaba como lugar de toda causa de lo psíquico a lo anatómico, materialidad física susceptible de ser observada. Sin embargo, la psiquiatría no dejaba de ser en buena medida sospechosa pues, a pesar de su orientación en cuanto a la causalidad material por vía de la physis, se ocupaba de esa res cogitans, extraña, ominosa y esquiva. Si hay una razón por la cual dicha sospecha se dejó pasar por alto fue, tal vez, el valor que la psiquiatría representa a los fines del ejercicio del poder sobre los cuerpos y sobre las almas desde un lugar que ya no es el de la iglesia pero que sigue siendo el del tratamiento moral de la vida.

No debe extrañarnos que la ciencia sea un campo de lucha y, como tal, espacio y medio para el ejercicio del poder. Lo sabemos por Foucault y por Bourdieu y, evidentemente, la psiquiatría no está al margen de ello. En este orden de ideas, suponer lo psíquico, como fenómeno anatomo-funcional subordinado al organismo, además de ser una perspectiva heredada de la línea de pensamiento platónico-agustiniano-cartesiano, resulta en un modo privilegiado para silenciar todo acontecimiento del sujeto (symbama).

John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....