jueves, 17 de diciembre de 2015


EL SUJETO EN SUS REDES: EL TRIUNFO EN UNA CAUSA PERDIDA (Publicado en el número 192, octubre de 2015, de Imago Agenda. http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=2314

Por: John James Gómez G.

“La lucha por la vida exige del individuo muy altos rendimientos, que puede satisfacer únicamente si apela a todas sus fuerzas espirituales; al mismo tiempo, en todos los círculos han crecido los reclamos de goce en la vida, un lujo inaudito se ha difundido por estratos de la población que antes lo desconocían por completo; la irreligiosidad, el descontento y las apetencias han aumentado en vastos círculos populares; merced al intercambio, que ha alcanzado proporciones inconmensurables, merced a las redes telegráficas y telefónicas que envuelven al mundo entero…”(Sigmund Freud, 1908)1.


Creemos en los grandes cambios de la humanidad como un modo de evolución y, con ello, en el horizonte de una felicidad que llegará algún día a colmar ese agujero irremediable que llamamos alma. Y si establezco este lazo entre alma y agujero es, precisamente, porque, al menos en nuestra lengua española, “agujero de un cilindro” es una de las acepciones atribuidas a dicha a palabra. Esta definición resulta, a mi juicio, psicoanalíticamente más precisa que aquellas derivadas del cristianismo y que la vinculan con la noción de espíritu. Si algo demostró Freud fue que la mayor dificultad a la que se enfrenta ese ser que habla y usa letras (parlêttre), es la de tener que arreglárselas con el resto de esos órganos perdidos de los que sólo quedan agujeros pulsionales sin posibilidad de representación. (Propongo escribir la palabra parlêttre de este modo, con doble tt y no con una sola como se presenta usualmente, para enfatizar que allí, en la homofonía que se produce en el idioma francés, se escucha resonar la palabra “letra”, que significa también “carta”).


Así pues, esa creencia en los grandes cambios evolutivos no tiene nada que ver con la naturaleza. El animal más evolucionado, en términos propiamente dichos, tal vez sea el simio y no el poco modesto y autodenominado “Homo Sapiens”. Este último ya no se adapta a ningún ecosistema ni hábitat. Gracias al lenguaje por el que es habitado, el parlêttre intenta cambiar todo aquello que da cuenta de un orden natural sirviéndose de la función de la palabra y de la escritura, para intentar silenciar todo aquello que de acuerdo con un nuevo orden imaginario (fantasía), resultaría perturbador. Más aún, busca hacer equivaler ese nuevo orden imaginario al orden natural, desconociendo así que todo ese movimiento por el cual se ve empujado en su supuesta “evolución” es efecto de unas redes de las cuales es preso sin saberlo, a saber, las redes del significante. Así, intenta leer el mundo sirviéndose de la fantasía y, hasta cierto punto, fracasa en su intención al desconocer la causalidad material del significante.


Prestemos atención a historiadores como Noah Harari quien califica a la revolución agrícola como el mayor fraude de la historia. Según nos dice el autor: “El agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector medio, y a cambio obtenía una dieta peor. La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia”2. Los cazadores-recolectores, siendo nómadas, corrían menos peligros y dedicaban menos tiempo al trabajo, contando así con mayor tiempo para otras actividades y disfrutando de una dieta más variada y nutritiva. Luego, en la medida en que el lazo por vía del lenguaje se hacía más fuerte y las nociones de espacio y tiempo empezaron a operar como modos de reconocer un territorio y un lugar en dicho territorio, ya no referenciado por marcas dejadas con fluidos corporales, sino estructurado como un lenguaje, llegaron a imaginar un futuro retorno a un origen perdido, ubicado en una tierra prometida en la que gozarían de una felicidad desconocida pero añorada. Así, domesticaron animales, domesticaron el trigo, se hicieron sedentarios, presos del lenguaje por el cual ya no hay más primacía del principio del placer.


No es algo ajeno a nuestra experiencia, ni a los malestares propios de la cultura, que el ímpetu de esa esperanza por retornar a la tierra prometida sigue manifestándose en el triunfo de un eterno fracaso. Podemos hallar al menos dos “fraudes” más, a saber, la Revolución Industrial y, en nuestra actualidad, la revolución que han provocado las denominadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC’s). Vale la pena señalar, llegados a este punto, que la palabra “revolución” guarda en su etimología un rasgo de ironía –tal vez olvidado por los más idealistas–, pues ella indica el retorno al punto de partida y que, según Jacques-Alain Miller3, era algo en lo que Lacan no dejaba de insistir y la razón por la cual no creía en ninguna “Revolución”.


Ahora bien, no crea el lector que trato de llevarlo hacia el pesimismo. Que el uso que hago aquí de la palabra fracaso no lo desaliente. Lo que esos momentos de revolución, motivo de tanto orgullo para nuestra ilusión de evolución en el camino hacia la tierra prometida, expresan, es el retorno al punto de inicio, digamos, de origen, de causa. El fracaso indica, simplemente, el triunfo de algo que está más allá del imperio del principio del placer y que hace que el parlêttre tenga que arreglárselas con el encuentro permanente e inevitable con dos modos de acontecimientos que, siguiendo a Lacan, llamaremos, a uno sujeto y al otro lo real.


Allí, donde se trata del acontecimiento, está en juego la efectividad del lenguaje por el hecho de que, muy a pesar de los intentos que se lleven adelante para sostener los semblantes de unidad en el ilusorio orden imaginario, la causa del inconsciente es, de acuerdo con Lacan, una causa perdida: “...la causa del inconsciente –y adviertan que en este caso la palabra causa debe ser entendida en su ambigüedad, causa por defender, pero también función de la causa a nivel del inconsciente–, esta causa ha de ser concebida intrínsecamente como una causa perdida. Es la única posibilidad que tenemos de ganarla.”4


Perder de vista esta causa perdida implica desconocer, a su vez, la falta estructurante que hace surgir el acontecimiento (symbamα, para el estoicismo antiguo) y, por tanto, el yo se esforzará en silenciarlo. Es lo que señalaba Freud desde muy temprano en sus elaboraciones; hay un esfuerzo de desalojo por parte del yo que no soporta Eso Otro perturbador derivado del hecho de que en el origen hay una falta, un alma, un agujero. Y bien, es en torno a ese agujero que se tejen todas las redes y ellas son, siempre, redes significantes. Bien podemos pensar en una red de telaraña. En ella hay una articulación que se sostiene en cuanto red sólo porque hay agujero. Esas redes se hacen cada vez más extensas, operando como enlaces que se sostienen solo en la medida en que producen nuevas articulaciones alrededor de un agujero.


Así pues, el sujeto del inconsciente se encuentra en estrecha relación con lo que en el estoicismo antiguo era nombrado con la expresión symbama (σψμβαμα), que bien puede traducirse como sujeto del acontecimiento. Ella indica que no puede fijarse el predicado como identidad para el sujeto, pues éste último escapa a la identidad de un ser que se definiría por el predicado. El único ser posible para ese sujeto es el de-ser dicho en alguna parte, como lo recuerda Lacan en “Radiofonía” y, en tal sentido, es evanescente. Por otra parte, si ese sujeto se manifiesta lo hará sólo a través de las redes significantes y, como ya mencionamos, esto es posible debido a la pérdida que resta de esos órganos que devinieron agujeros pulsionales. En ese orden de ideas, toda aspiración por hacer una totalidad, sin falta, está destinada al fracaso.


De igual manera, lo real también es un modo de acontecimiento. Irrumpe sorpresivamente y se empecina en retornar siempre al mismo lugar. En este caso no se trata de lo que puede ser dicho, como lo que concierne al sujeto, sino de aquello que no puede decirse ni tampoco escribirse y, sin embargo, no cesa de insistir. Insiste en marcar lo que fracasa en el orden imaginario y en producir el circuito que brinda impulso al orden simbólico. Eso real es un agujero introducido a partir de la causa perdida efecto del lenguaje. Es un agujero inconmensurable e inagotable.


Es así que, por resultar insoportable, el yo en sus relaciones con el mundo, intenta silenciar el acontecimiento haciendo cada vez más énfasis en la posibilidad de recubrirlo y controlarlo todo. La medicalización, la producción, el mercado y la circulación de la información por esa vía que se ha denominado Internet (inter-red) no tienen otra finalidad que esa. Obviamente no se trata de negar su utilidad que bien puede ponerse al servicio de una pregunta por el saber; pero, como podemos constatar con frecuencia, su uso más común se restringe a la fascinación (fascinus) por la imagen en sí misma. En ello se expresa una condición paradójica puesto que el acontecimiento siempre retorna ya que cuanto más se produzcan imágenes, más redes se tejerán como soporte y, por tal razón, más lugar habrá para el agujero. Por tanto, todo aquello que consideramos nuestras grandes revoluciones lo son, por cierto, al pie de la letra, etimológicamente hablando.
Vemos así que la actualidad ciberespacial puede ser, en tal sentido, una revolución y, como tal, el triunfo de una causa perdida que se manifiesta fenomenológicamente como la promesa de una tierra prometida o el porvenir de una ilusión, si queremos parafrasear el título del texto freudiano5. Un nuevo orden imaginario que fracasa en su intento de cerrar el agujero para silenciar el acontecimiento y que se ve enfrentado al retorno ineludible de un alma que no se llena y de un sujeto que no se c-(h)alla.


Es importante recordar, entonces, que el psicoanálisis no intenta silenciar ni controlar el acontecimiento sino articular la lógica que lo sostiene. Reconocer esa causa perdida y sus efectos, más allá de los semblantes y las ilusiones que intentan inhibir su retorno, como bien indica Lacan, es la única posibilidad que tenemos de ganarla. Se trata del triunfo por vía de una causa perdida.


Referencias:
1.   Freud, S. (1908). “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”. En: Obras Completas, vol. IX. Editorial Amorrortu, Buenos Aires. 1986, pág. 165.
2.  Harari, N. (2014). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Editorial Debate. Bogotá, pág. 98.
3.   Miller, J. (2011). Vida de Lacan. Grama Ediciones, Buenos Aires, pág. 41.
4.  Lacan, J. (1964). “Los cuatro conceptos fundamentales”. En: El seminario, libro 11. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1987, pág. 134.
5.   Freud, Sigmund. (1927). “El porvenir de una ilusión”. En Obras Completas. Vol. XXI. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Fragmento del texto: “Breve informe sobre el psicoanálisis”. Freud, S. (1924). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 203. [Segunda parte del comentario] Con este comentario entramos en receso hasta el 1 de febrero de 2016.

“El psicoanálisis creció sobre un terreno muy restringido. En su origen conoció una sola meta: comprender algo acerca de la naturaleza de las enfermedades nerviosas llamadas «funcionales», a fin de remediar la impotencia en que hasta entonces se encontraban los médicos para su tratamiento.”

Comentario:

La clínica de la escucha es clave en la diferencia entre la impotencia a la que se enfrentan algunos médicos cuando son interrogados por la presencia de las enfermedades llamadas, en época de Freud, “nerviosas”, y la posibilidad de reconocer algo de esos acontecimientos que sorprenden por su aparente ausencia de causalidad. El médico mira. Es cierto, a veces escucha, pero cuando lo hace suele ser con el fin de ubicar el lugar en el que debe mirar, buscando, esperanzado, signos inequívocos que expongan la naturaleza de la enfermedad. Y aquí no uso la palabra “naturaleza” en un sentido metafórico, ya que, en efecto, la medicina ha intentado sostener su lugar dentro de las ciencias naturales ateniéndose a la creencia en una causalidad biológica para todo lo que no marcha en el cuerpo. Y si bien la causalidad biológica no es discutible –su existencia es indudable–, es necesario reconocer que ella también está sometida a la ley del no-todo.

Ese no-todo es precisamente lo que atiende a la interrogación introducida por el hecho de que un síntoma es algo con lo que se puede gozar. Eso, sin duda, sorprendió a Freud y que lo empujó al descubrimiento de lo que denominó “causalidad psíquica”. Su encuentro con esa satisfacción paradójica, propia de los síntomas que aquejaban a las histéricas de su época, lo llevó a interrogar la causalidad biológica como única posibilidad y también a la mirada como modo princeps de auscultación. Las histéricas abrieron una puerta por la que Freud, atento, supo entrar.

¿Y qué es eso magnífico, propio del discurso histérico, que abrió la puerta por la cual Freud, decidido, entró? Pues bien, es la constatación de que la histérica interroga al amo y, digamos también, al amor. Allí donde el amo cree saber, el discurso histérico introduce la interrogación respecto de ese saber, reduciendo al amo, que insiste en sostener su apariencia de potencia, a la impotencia. Los médicos, entonces, ante su impotencia, tildaban a aquellas mujeres de mentirosas, cuando no de locas. De ese modo, ante el rechazo de la posibilidad de reconocer su falta de saber, aquellos médicos preferían no escuchar un cuerpo que ya no era puro organismo. Un cuerpo que es al mismo tiempo natural y no natural, que responde a modos de satisfacción derivados de la desviación que se incorpora en la naturaleza por la existencia del lenguaje; eso es algo que solo puede escucharse si se es capaz de soportar el agujero en el saber y el afecto que ello conlleva, a saber, la angustia.


John James Gómez G.

viernes, 27 de noviembre de 2015


Fragmento del texto: “Breve informe sobre el psicoanálisis”. Freud, S. (1924). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 203. [Primera parte del comentario]

“El psicoanálisis creció sobre un terreno muy restringido. En su origen conoció una sola meta: comprender algo acerca de la naturaleza de las enfermedades nerviosas llamadas «funcionales», a fin de remediar la impotencia en que hasta entonces se encontraban los médicos para su tratamiento.”

Comentario:

La cita de 1924 que sirve como base para este comentario, da cuenta de la meta que Freud atribuía a los orígenes del psicoanálisis, y bien vale la pena preguntarnos si acaso ella todavía cuenta con alguna vigencia. Podría suponerse que pasados más de 100 años desde que el psicoanálisis vio sus inicios, la “impotencia” de los médicos para el tratamiento de las “enfermedades nerviosas llamadas funcionales” ya habría sido superada con creces. Sin embargo, la experiencia muestra otra cosa. Por un lado, la psiquiatría parece haber olvidado que lleva en su seno la raíz psykhé, en la medida que abandona al sujeto reduciendo su experiencia a la observación de alteraciones neuroquímicas. Por otro lado, ella se ocupa de modalidades de tratamiento moral que encuentran su versión más eficaz en la medicación y la medicalización de la vida, bajo el supuesto de que podría decirse con “certeza” qué es la realidad y, desde allí, definir los límites entre lo normal y lo patológico. Ninguna falacia mayor ha sido producida en nombre de las pseudo-ciencias, es decir, de aquellas que niegan su condición conjetural y se definen a sí mismas como objetivas en el sentido positivista.

Basta observar con detalle la biblia psiquiátrica, –hoy también del campo de la denominada “salud mental”–, a saber, el DSM, para constatar la persistencia de la impotencia médica. Se prescinde allí de la palabra enfermedad y se recurre a la palabra trastorno (en francés a troublé y en inglés a disorder), como si fuese más precisa, para eludir la dificultad que plantea el hecho de que no hay una etiología clara, muy a pesar de que se insista en sostener la creencia en que se trata de causas biológicas1. Se apela al trastorno como una alteración biológica pero se designa con él a la alteración de un supuesto buen orden moral y se rechaza la palabra que denuncia el sufrimiento de un cuerpo hablante.

La comorbilidad, la ambigüedad y el crecimiento del número de trastornos que aparecen en cada revisión del DSM, son algunos de los fantasmas que acechan por los pasillos de los hospitales psiquiátricos y aquejan a los especialistas en sus consultorios. ¿No es acaso un claro indicador de la perspectiva moral de los  llamados trastornos, el hecho de que con los cambios en la moral sexual cultural, tuviese que excluirse a la homsexualidad de la categoría “Desviaciones sexuales” en el año 1986? Tal vez si se hubiesen servido de la clínica de la escucha, más que de la clínica de la mirada, que en el caso de la psiquiatría se convierte en no pocas ocasiones en una mirada superyoica, se habrían percatado de que la homosexualidad nada tiene que ver con la anormalidad pues la sexualidad humana no se adapta a ninguna estandarización estadística ya que ella se constituye como desviación de la meta y del objeto que desde la moral, ingenua, se consideran naturales.

John James Gómez G.



1. Sugiero al lector la revisión del texto "Clasificar en Psiquiatría", autoría de Néstor Braunstein, editado por Siglo XXI en el año 2013

viernes, 20 de noviembre de 2015

Fragmento del texto: “Clausura de las jornadas de la École Freudienne de Paris”. Lacan, J. (25-9-1977). Versión bilingüe disponible en la página web de la École Lacanienne de Psychanalyse. Pág. 6. [Tercera parte del comentario]
http://www.ecole-lacanienne.net//pictures/books/4C40FFA6478707ACE599B60D76F49289/Clôture%20-%20clausura%20-%2025%20septembre%201977.pdf


“Hay que interrogar el equívoco, del cual enuncio que es a partir de allí que se fundan todas las formaciones, las formaciones del inconsciente.”

Fragmento original en francés:
“Il faut interroger l’équivoque, dont j’énonce que c’est de là que se fondent toutes les formations, les formations de l’inconscient.”

Comentario:

En sus notables conferencias de “Introducción al Psicoanálisis”, escritas con el fin ser presentadas en la Universidad de Viena, y redactadas entre los años 1915 y 1917, Freud dedicó las primeras cuatro de ellas a los “actos fallidos”. El esfuerzo de Freud por explicar las diversas maneras de equivocación, es decir, del “trastrabarse” (como aparece en la traducción de José Etcheverry) en el habla, la lectura, la escucha y los actos, apuntaba de manera decidida a brindar a los neófitos una argumentación contundente del modo en que esos fenómenos, en apariencia nimios y cuya causa se atribuía comúnmente al cansancio o a la falta de atención, debían ser tomados en consideración como actos psíquicos de pleno derecho. Esta apuesta de Freud, derivada del descubrimiento de la causalidad psíquica, debe tenerse como condición sine qua non en del ingreso en la experiencia analítica.

La razón es ese descubrimiento (del inconsciente) es, precisamente, la del fracaso de la razón como potestad exclusiva de la conciencia. El tropiezo del yo, que confiado en la ilusión del completo dominio de sí se lanza a ejercer su voluntad, pone de manifiesto que no hay otra voluntad más efectiva que la de la pulsión. Por tanto, el fracaso de la razón como potestad exclusiva de la consciencia, conllevó el reconocimiento de otra razón que se orienta por una determinación estructurada a partir de cadenas significantes y que denuncia la estructura de ficción de la verdad y de la realidad a las que el yo intenta fijar, como si fuesen seguras, válidas y confiables, a partir de esa impostura que podemos denominar "el sentido".

El equívoco, entonces, no es un tropiezo ingenuo ni carente de valor. Por el contrario, en el se fundan, como bien afirmaba Lacan, todas las formaciones del inconsciente; desde el más minúsculo tropiezo en el decir, hasta el sueño y el síntoma, encuentran su articulación en la equivocidad. Esta propiedad del lenguaje, implica que su estructura opera a partir de las relaciones de identidad y diferencia, así como de la sustitución y de la oposición entre significantes y, por tanto, el lenguaje común por el que el inconsciente está estructurado como un (común) lenguaje, deja al descubierto la falacia que se expresa a través del ideal de un total dominio de sí. A mi juicio, esto justifica porqué Lacan, en la clase de apertura de su seminario sobre “Los escritos ténicos de Freud”, denuncia la ingenuidad que representaría suponer que el ideal de un análisis debería ser el total dominio de sí, cuando, se trata, en realidad, de dar lugar a la palabra justa.

John James Gómez G. 

viernes, 13 de noviembre de 2015

Fragmento del texto: “Clausura de las jornadas de la École Freudienne de Paris”. Lacan, J. (25-9-1977). Versión bilingüe disponible en la página web de la École Lacanienne de Psychanalyse. Pág. 6. [Segunda parte del comentario]
http://www.ecole-lacanienne.net//pictures/books/4C40FFA6478707ACE599B60D76F49289/Clôture%20-%20clausura%20-%2025%20septembre%201977.pdf


“Hay que interrogar el equívoco, del cual enuncio que es a partir de allí que se fundan todas las formaciones, las formaciones del inconsciente.”

Fragmento original en francés:
“Il faut interroger l’équivoque, dont j’énonce que c’est de là que se fondent toutes les formations, les formations de l’inconscient.”

Comentario:

¿Qué es interrogar el equívoco? Lo primero que creo pertinente señalar al respecto es que para interrogar el equívoco hay que estar dispuesto a soportar el dolor de la herida narcisista. No se trata de una cuestión menor y, por otro lado, la afirmación que hago no debe ser tomada a la ligera, es decir, dejándose llevar por la idea, harto común, de que el narcisismo es algo malo o indeseable. Suele creerse que se trata de una mala palabra, y por tanto se usa con fines de crítica e, incluso, como intento de insulto. Y el hecho de que se registre en el DSM un “trastorno narcisista de la personalidad” sirve a muchos para afianzar esa idea. Es importante, entonces, entender que el narcisismo es necesario; se trata de una formación constituyente en la estructuración subjetiva. De hecho, la introducción que hace Freud del narcisismo como concepto de la teoría de la libido, en 1914, denota con claridad su importancia.

El narcisismo es, en cierta medida, un ejercicio de rigor, pues permite sostener la ilusión de que ese cuerpo fragmentado, es decir, pulsional, puede constituir una unidad cerrada, completa, sin falta. Así, el costo de la ilusión es el desconocimiento del yo como una imagen ideal [i(a)] y de que hay Otro escenario, a saber, el del sujeto del inconsciente. El rigor narcisista es el de velar con el sentido cualquier atisbo de incomprensión, cualquier tropiezo, cualquier equivocación, es decir, todo aquello que pueda delatar su falta de consistencia más allá del orden imaginario. Es por ello que la pasión del yo no puede ser otra que la de fascinarse con su propia ignorancia. Entonces, si esa es su pasión y si ejerce su rigor a través de la impostura de sentido, ¿cómo podría, ese yo, fatuo, interrogar el equívoco cuando, por definición, eso implicaría interrogar su propia consistencia?

La práctica analítica, como bien señala Jean Michel Vappereau, implica abandonar, en cierto modo, ese rigor con el que se busca sostener la impostura del sentido. No es nada fácil, pero es eso lo que hará posible, si es el caso, el ingreso en la experiencia analítica. Así, interrogar el equívoco exige al yo la invención de una nueva manera de leer en la cual pueda descubrir, a partir de una posición aparentemente sin-táctica, una nueva estructura sintáctica que ya no se oriente por el sentido sino por el recorte secuencial que hará posible puntuar algo del texto que esté a nivel del significante y no del significado ni del sentido. De hecho, quien oferta su escucha autorizándose como analista, tendría que haber abandonado, en su propio análisis, ese modo de rigor narcisista y haber descubierto ese nuevo modo de lectura aparentemente sin-táctica de la estructura sintáctica pues, de lo contrario, ¿cómo podría escuchar el texto de eso que llamamos lo inconsciente?


John James Gómez G.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Fragmento del texto: “Clausura de las jornadas de la École Freudienne de Paris”. Lacan, J. (25-9-1977). Versión bilingüe disponible en la página web de la École Lacanienne de Psychanalyse. Pág. 6. [Primera parte del comentario]


“Hay que interrogar el equívoco, del cual enuncio que es a partir de allí que se fundan todas las formaciones, las formaciones del inconsciente.”

Fragmento original en francés:
“Il faut interroger l’équivoque, dont j’énonce que c’est de là que se fondent toutes les formations, les formations de l’inconscient.”

Comentario:

Esta vez traigo una cita breve, en comparación con las que suelo comentar. Y creo importante, dado que hago mención de ello, indicar que mis comentarios no tienen otra finalidad que intentar entender algunas cuestiones sobre los planteamientos de Freud y de Lacan, lo que, sin duda, es un ejercicio personal que, en este blog, hago público con el interés de que otros puedan servirse de mis propias dificultades, de mis errores y mis errancias, que no han de ser pocas. Sea como fuere, allí están esos comentarios, simplemente como testimonio del interés por un trabajo que no tiene otro límite que la propia curiosidad.

Dicho esto, me remito a la cita que, reitero, es breve, lo que no debe hacernos pensar que se trata de algo simple o irrelevante. De hecho, es probable que una de las mayores equivocaciones que uno pueda cometer a la hora de leer el psicoanálisis sea la de apresurarse a la acumulación de grandes cantidades. Entonces, para comenzar, por qué no interrogar esa equivocación. Y esto tiene que ver con un asunto escolar con el que se trasmite a los chicos la idea de que leer es pasar los ojos por las páginas y avanzar rápidamente y siendo capaz de extraer una idea general del texto, lo cual muestra simplemente que no hay que ocuparse del detalle, de la minucia, del indicio que en él se puede encontrar y que, más allá de presentar un resumen o la idea central a otro que, supuestamente ya la sabría de antemano, podrían mover un deseo que interrogue el texto en su estructura misma. ¿No es eso, acaso, la práctica psicoanalítica? ¿No se trata de interrogar el texto de eso que Freud llamó inconsciente, sin dar por sentado que podría extraerse de él alguna idea general que cierre el sentido como algo completo en sí mismo?

La afirmación de Lacan traída aquí a cuentas señala dos cuestiones. Uno: que es necesario interrogar el equívoco. Dos: que es a partir del equívoco que se fundan todas las formaciones del inconsciente. ¿Pero qué sería interrogar el equívoco? Esta pregunta funda su relevancia en la insistencia de nuestra cultura por eliminarlo. No se soporta el equívoco, como tampoco se soportan con facilidad el silencio o la dilación de la respuesta por parte del otro. Esto es más notorio en nuestros días, cuando los mensajes se mueven a la velocidad de las ondas electromagnéticas gracias a las cuales son transmitidos de un lugar a otro, es decir, de un dispositivo electrónico a otro. El equívoco y el silencio perturban los afanes narcisistas del yo y éste, apurado, se apresura a silenciar el equívoco y a buscar palabras para llenar el sinsentido y la incertidumbre a los que queda expuesto merced del silencio.

Por su parte, la escuela insiste en la repetición como modo de eliminación de la equivocación. Puede verse a los chicos repitiendo las tablas de multiplicar como autómatas que no saben lo que dicen y es que, realmente, no saben lo que dicen aunque sepan más de lo que creen saber. Pero ¿no es acaso el intento por eliminar lo perturbador lo que hace que eso retorne de maneras siniestras? Tal vez sea necesario reflexionar algunas cuestiones al respecto.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....