Fragmento del texto: “Breve informe sobre el psicoanálisis”.
Freud, S. (1924). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores, Buenos
Aires. 1986. Pág. 203. [Segunda parte del comentario] Con este comentario
entramos en receso hasta el 1 de febrero de 2016.
“El psicoanálisis creció sobre un terreno muy restringido.
En su origen conoció una sola meta: comprender algo acerca de la naturaleza de
las enfermedades nerviosas llamadas «funcionales», a fin de remediar la
impotencia en que hasta entonces se encontraban los médicos para su
tratamiento.”
Comentario:
La clínica de la escucha es clave en la diferencia entre la
impotencia a la que se enfrentan algunos médicos cuando son interrogados por la
presencia de las enfermedades llamadas, en época de Freud, “nerviosas”, y la
posibilidad de reconocer algo de esos acontecimientos que sorprenden por su
aparente ausencia de causalidad. El médico mira. Es cierto, a veces escucha,
pero cuando lo hace suele ser con el fin de ubicar el lugar en el que debe
mirar, buscando, esperanzado, signos inequívocos que expongan la naturaleza de
la enfermedad. Y aquí no uso la palabra “naturaleza” en un sentido metafórico,
ya que, en efecto, la medicina ha intentado sostener su lugar dentro de las
ciencias naturales ateniéndose a la creencia en una causalidad biológica para
todo lo que no marcha en el cuerpo. Y si bien la causalidad biológica no es
discutible –su existencia es indudable–, es necesario reconocer que ella también
está sometida a la ley del no-todo.
Ese no-todo es precisamente lo que atiende a la interrogación
introducida por el hecho de que un síntoma es algo con lo que se puede gozar. Eso, sin duda, sorprendió a Freud y que lo empujó al descubrimiento de
lo que denominó “causalidad psíquica”. Su encuentro con esa
satisfacción paradójica, propia de los síntomas que aquejaban a las histéricas
de su época, lo llevó a interrogar la causalidad biológica como única
posibilidad y también a la mirada como modo princeps de auscultación. Las
histéricas abrieron una puerta por la que Freud, atento, supo entrar.
¿Y qué es eso magnífico, propio del discurso histérico, que
abrió la puerta por la cual Freud, decidido, entró? Pues bien, es la
constatación de que la histérica interroga al amo y, digamos también, al amor.
Allí donde el amo cree saber, el discurso histérico introduce la interrogación
respecto de ese saber, reduciendo al amo, que insiste en sostener su apariencia
de potencia, a la impotencia. Los médicos, entonces, ante su impotencia,
tildaban a aquellas mujeres de mentirosas, cuando no de locas. De ese modo,
ante el rechazo de la posibilidad de reconocer su falta de saber, aquellos
médicos preferían no escuchar un cuerpo que ya no era puro organismo. Un cuerpo
que es al mismo tiempo natural y no natural, que responde a modos de
satisfacción derivados de la desviación que se incorpora en la naturaleza por la existencia del
lenguaje; eso es algo que solo puede escucharse si se es capaz de soportar el agujero en el
saber y el afecto que ello conlleva, a saber, la angustia.
John James Gómez G.
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