viernes, 4 de diciembre de 2015

Fragmento del texto: “Breve informe sobre el psicoanálisis”. Freud, S. (1924). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 203. [Segunda parte del comentario] Con este comentario entramos en receso hasta el 1 de febrero de 2016.

“El psicoanálisis creció sobre un terreno muy restringido. En su origen conoció una sola meta: comprender algo acerca de la naturaleza de las enfermedades nerviosas llamadas «funcionales», a fin de remediar la impotencia en que hasta entonces se encontraban los médicos para su tratamiento.”

Comentario:

La clínica de la escucha es clave en la diferencia entre la impotencia a la que se enfrentan algunos médicos cuando son interrogados por la presencia de las enfermedades llamadas, en época de Freud, “nerviosas”, y la posibilidad de reconocer algo de esos acontecimientos que sorprenden por su aparente ausencia de causalidad. El médico mira. Es cierto, a veces escucha, pero cuando lo hace suele ser con el fin de ubicar el lugar en el que debe mirar, buscando, esperanzado, signos inequívocos que expongan la naturaleza de la enfermedad. Y aquí no uso la palabra “naturaleza” en un sentido metafórico, ya que, en efecto, la medicina ha intentado sostener su lugar dentro de las ciencias naturales ateniéndose a la creencia en una causalidad biológica para todo lo que no marcha en el cuerpo. Y si bien la causalidad biológica no es discutible –su existencia es indudable–, es necesario reconocer que ella también está sometida a la ley del no-todo.

Ese no-todo es precisamente lo que atiende a la interrogación introducida por el hecho de que un síntoma es algo con lo que se puede gozar. Eso, sin duda, sorprendió a Freud y que lo empujó al descubrimiento de lo que denominó “causalidad psíquica”. Su encuentro con esa satisfacción paradójica, propia de los síntomas que aquejaban a las histéricas de su época, lo llevó a interrogar la causalidad biológica como única posibilidad y también a la mirada como modo princeps de auscultación. Las histéricas abrieron una puerta por la que Freud, atento, supo entrar.

¿Y qué es eso magnífico, propio del discurso histérico, que abrió la puerta por la cual Freud, decidido, entró? Pues bien, es la constatación de que la histérica interroga al amo y, digamos también, al amor. Allí donde el amo cree saber, el discurso histérico introduce la interrogación respecto de ese saber, reduciendo al amo, que insiste en sostener su apariencia de potencia, a la impotencia. Los médicos, entonces, ante su impotencia, tildaban a aquellas mujeres de mentirosas, cuando no de locas. De ese modo, ante el rechazo de la posibilidad de reconocer su falta de saber, aquellos médicos preferían no escuchar un cuerpo que ya no era puro organismo. Un cuerpo que es al mismo tiempo natural y no natural, que responde a modos de satisfacción derivados de la desviación que se incorpora en la naturaleza por la existencia del lenguaje; eso es algo que solo puede escucharse si se es capaz de soportar el agujero en el saber y el afecto que ello conlleva, a saber, la angustia.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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