Fragmento del
texto: “Mi enseñanza, su naturaleza y sus fines.” Lacan, J. En: Mi enseñanza.
Editorial Paidós, 2007. pp. 103 [Primera
parte del comentario]
“El sujeto del que
se trata no tiene nada que ver con lo que se llama lo subjetivo en sentido
vago, en el sentido de lo que mezcla todo, ni tampoco con lo individual. El
sujeto es lo que defino en sentido estricto como efecto del significante. Esto
es un sujeto, antes de poder situarse por ejemplo en tal o cual de las personas
que están aquí en estado individual, antes incluso de su existencia de
vivientes.”
Comentario:
¿Cómo tomar ese
sujeto al que Lacan define como efecto del significante? Para comenzar a
avanzar en una posible respuesta, bien vale la pena reconocer cómo, desde el
discurso común al que cedemos a diario partimos de una dificultad fundamental,
a saber, que a pesar de suponer la causalidad material del significante,
quienes practicamos el psicoanálisis no titubeamos en enunciar, como si fuese
algo constatado, frases similares a esta: “…el sujeto llegó con la demanda de
…”. ¿Acaso no está allí, en esa expresión, implícita, la premisa de que el
sujeto tendría un estatuto individual o que, también, sería idéntico a la
persona que se dirige a nosotros con su queja y su demanda? Es muy probable que
este punto de partida sea prueba ineludible de que, a pesar de nuestros
esfuerzos, ese sujeto efecto del significante, se nos escapa una y otra vez.
Varios problemas
aparecen a la vista si asumimos las cosas con el mínimo rigor que corresponde.
Por ejemplo, si se toma al sujeto como idéntico al individuo, la condición que
se pone en juego es la de una subjetividad en término vano, es decir, asumida como
aquello que hace referencia a la experiencia que tendría un organismo,
independientemente de toda cuestión simbólica. Por esa vía se podría arribar
rápidamente a la tentación de atribuir a todo organismo viviente el estatuto de
sujeto, lo que, por otra parte, ya ocurre en algunas líneas de pensamiento que
sueñan con la reducción de lo humano a la naturaleza anatomo-funcional del
organismo.
De otro lado, partir de la
equivalencia entre la persona y el sujeto, implicaría confundir lo imaginario
con lo simbólico y desconocer, además, lo real. Se trataría en tal caso de
impostar la apariencia del fenómeno como sustituto de la lógica que lo
sostiene. La voluntad vendría a ubicarse así en el lugar de un ejercicio
llevado a buen término por un ser que puede conocerse a sí mismo y borrar todo
indicio de división subjetiva. El “darse cuenta” bastaría para transformar las
cosas, es decir, cambiar la apariencia sería igual a cambiar la estructura pues
no habría otra estructura que el fenómeno mismo. Sin duda, se trata de una idea feliz
que, sin embargo, la clínica demuestra como extremadamente ingenua. Si algo
pone de manifiesto aquel quien habla de un sufrimiento es que puede darse
cuenta de los efectos que se manifiestan por su padecer en el campo
fenomenológico y, a pesar de ello, le resulta imposible dar cuenta de la lógica
por la cual la voluntad de la consciencia no basta y el conocimiento pleno de
sí mismo es tan imposible como entender por qué puede encontrarse satisfacción
en eso mismo de lo que se queja. El sujeto del que se trata en psicoanálisis tal vez sea,
entonces, cosa por entero distinta.
John James Gómez
G.
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