lunes, 24 de noviembre de 2014

Fragmento del texto: “Mi enseñanza, su naturaleza y sus fines.” Lacan, J. En: Mi enseñanza. Editorial Paidós, 2007. pp. 103 [Primera parte del comentario]

“El sujeto del que se trata no tiene nada que ver con lo que se llama lo subjetivo en sentido vago, en el sentido de lo que mezcla todo, ni tampoco con lo individual. El sujeto es lo que defino en sentido estricto como efecto del significante. Esto es un sujeto, antes de poder situarse por ejemplo en tal o cual de las personas que están aquí en estado individual, antes incluso de su existencia de vivientes.”

Comentario:

¿Cómo tomar ese sujeto al que Lacan define como efecto del significante? Para comenzar a avanzar en una posible respuesta, bien vale la pena reconocer cómo, desde el discurso común al que cedemos a diario partimos de una dificultad fundamental, a saber, que a pesar de suponer la causalidad material del significante, quienes practicamos el psicoanálisis no titubeamos en enunciar, como si fuese algo constatado, frases similares a esta: “…el sujeto llegó con la demanda de …”. ¿Acaso no está allí, en esa expresión, implícita, la premisa de que el sujeto tendría un estatuto individual o que, también, sería idéntico a la persona que se dirige a nosotros con su queja y su demanda? Es muy probable que este punto de partida sea prueba ineludible de que, a pesar de nuestros esfuerzos, ese sujeto efecto del significante, se nos escapa una y otra vez.

Varios problemas aparecen a la vista si asumimos las cosas con el mínimo rigor que corresponde. Por ejemplo, si se toma al sujeto como idéntico al individuo, la condición que se pone en juego es la de una subjetividad en término vano, es decir, asumida como aquello que hace referencia a la experiencia que tendría un organismo, independientemente de toda cuestión simbólica. Por esa vía se podría arribar rápidamente a la tentación de atribuir a todo organismo viviente el estatuto de sujeto, lo que, por otra parte, ya ocurre en algunas líneas de pensamiento que sueñan con la reducción de lo humano a la naturaleza anatomo-funcional del organismo.

De otro lado, partir de la equivalencia entre la persona y el sujeto, implicaría confundir lo imaginario con lo simbólico y desconocer, además, lo real. Se trataría en tal caso de impostar la apariencia del fenómeno como sustituto de la lógica que lo sostiene. La voluntad vendría a ubicarse así en el lugar de un ejercicio llevado a buen término por un ser que puede conocerse a sí mismo y borrar todo indicio de división subjetiva. El “darse cuenta” bastaría para transformar las cosas, es decir, cambiar la apariencia sería igual a cambiar la estructura pues no habría otra estructura que el fenómeno mismo. Sin duda, se trata de una idea feliz que, sin embargo, la clínica demuestra como extremadamente ingenua. Si algo pone de manifiesto aquel quien habla de un sufrimiento es que puede darse cuenta de los efectos que se manifiestan por su padecer en el campo fenomenológico y, a pesar de ello, le resulta imposible dar cuenta de la lógica por la cual la voluntad de la consciencia no basta y el conocimiento pleno de sí mismo es tan imposible como entender por qué puede encontrarse satisfacción en eso mismo de lo que se queja. El sujeto del que se trata en psicoanálisis tal vez sea, entonces, cosa por entero distinta.


John James Gómez G. 

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