Fragmento del
texto: “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (El pequeño Hans).
(1909). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. X. Buenos Aires: Amorrortu
Editores. 1984, pág. 10. [Primera parte del comentario]
“Los animales
deben buena parte de la significación que poseen en el mito y en el cuento
tradicional a la franqueza con que muestran sus genitales y sus funciones
sexuales ante la criatura dominada por el apetito de saber. La curiosidad
sexual de nuestro Hans no admite ninguna duda; pero ella lo convierte en
investigador, le permite unos correctos discernimientos conceptuales. […]
Apetito de saber
y curiosidad sexual parecen ser inseparables entre sí. La curiosidad de Hans
se extiende muy en particular a sus padres.”
Comentario:
Los
descubrimientos realizados por Freud causaron suficientes revuelos, y
des-velos, en la historia reciente de la cultura occidental, como para pasar
desapercibidos. Que lo psíquico no es equivalente a la consciencia y que más
allá de ésta hay Otra escena en la cual es posible hallar un saber racional,
más cercano a la lógica moderna que a la clásica aristotélica –ésta última
propia de la posición constituyentemente paranoica del yo–, fueron algunos de
ellos. Sin embargo, nada escandalizó tanto a la opinión pública como su
conceptualización acerca de las teorías sexuales infantiles. De hecho, su libro
Tres ensayos de teoría sexual (1905) fue
uno de los más reeditados y más afamados en su momento, junto a La interpretación de los sueños (1900),
el cual presenta una de las investigaciones más ricas en consecuencias para la
formalización de lo que Freud denominó “aparato psíquico” y de sus mecanismos
fundamentales de operación, entiéndase, condensación
y desplazamiento.
Ahora, en cuanto
a la sexualidad infantil, Freud expuso lo que todas las madres,
nanas y nodrizas sabían de sobra, a saber, que el cuerpo del infante, aunque
inmaduro biológicamente en lo relativo a las funciones reproductivas, estaba
constituido como un cuerpo erógeno. Allí radica la separación fundamental de
los principios planteados por Freud en relación con la moral sexual cultural –la
cual todavía hoy se trata de hacer pasar por “natural”–, que primaba en su época y según
la cual la sexualidad humana tenía una meta única: la reproducción, y una pareja complementaria conformada por un macho y una hembra.
Si Freud habló de
desviación de la meta y del objeto sexual no fue para señalar los casos
anormales o patológicos existentes en la sexualidad humana, sino, para indicar
que cuando se trata de nosotros, los seres que hablamos y usamos letras (parlêttre), hay una perversión
estructurante.
Nada
parece cautivar más al infante que el apetito de saber acerca de esas
desviaciones que le son propias y que lo separan de la moral sexual natural que
los más acérrimos moralistas, a pesar de saberse a sí mismos tomados por modalidades de goce
que no se adaptan a los ideales que ellos mismos profesan, intentan imponer
como modelo. Los cachorros humanos se convierten rápidamente en pequeños
investigadores y, como afirmó Freud, el apetito de saber parece inseparable
de la curiosidad sexual. En esa condición inseparable se edifican las
premisas freudianas de la sublimación, cuyas tres formas particulares son la
religión, la ciencia y el arte. De acuerdo con esta perspectiva, no habría
apetito de saber que no sea la deriva de la curiosidad sexual en torno a tres
preguntas inaugurales llevadas, en la edad adulta, en unos más que en otros, más allá del plano infantil hacia un saber
limitado por el pudor: ¿De dónde venimos? ¿Cómo se diferencian los sexos y, a
partir de allí, cómo se clasifica "todo" en el Universo? Y, finalmente, ¿qué pasa
con los otros, los adultos, cuando se ocultan detrás de la puerta? Surgen tres
teorías infantiles como respuesta: a) Teoría de la cloaca; b) Teoría de la premisa
universal del falo; c) Teoría de la escena primaria. El apetito de saber
posterior, a pesar de su apariencia no sexual, está impulsado a partir de estas preguntas y por estas tres teorías.
John James Gómez
G.
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