martes, 11 de abril de 2017

Fragmento del texto: “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (El pequeño Hans). (1909). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. X. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 10. [Primera parte del comentario]


“Los animales deben buena parte de la significación que poseen en el mito y en el cuento tradicional a la franqueza con que muestran sus genitales y sus funciones sexuales ante la criatura dominada por el apetito de saber. La curiosidad sexual de nuestro Hans no admite ninguna duda; pero ella lo convierte en investigador, le permite unos correctos discernimientos conceptuales. […]
Apetito de saber y curiosidad sexual parecen ser inseparables entre sí. La curiosidad de Hans se extiende muy en particular a sus padres.”

Comentario:

Los descubrimientos realizados por Freud causaron suficientes revuelos, y des-velos, en la historia reciente de la cultura occidental, como para pasar desapercibidos. Que lo psíquico no es equivalente a la consciencia y que más allá de ésta hay Otra escena en la cual es posible hallar un saber racional, más cercano a la lógica moderna que a la clásica aristotélica –ésta última propia de la posición constituyentemente paranoica del yo–, fueron algunos de ellos. Sin embargo, nada escandalizó tanto a la opinión pública como su conceptualización acerca de las teorías sexuales infantiles. De hecho, su libro Tres ensayos de teoría sexual (1905) fue uno de los más reeditados y más afamados en su momento, junto a La interpretación de los sueños (1900), el cual presenta una de las investigaciones más ricas en consecuencias para la formalización de lo que Freud denominó “aparato psíquico” y de sus mecanismos fundamentales de operación, entiéndase, condensación y desplazamiento.

Ahora, en cuanto a la sexualidad infantil, Freud expuso lo que todas las madres, nanas y nodrizas sabían de sobra, a saber, que el cuerpo del infante, aunque inmaduro biológicamente en lo relativo a las funciones reproductivas, estaba constituido como un cuerpo erógeno. Allí radica la separación fundamental de los principios planteados por Freud en relación con la moral sexual cultural –la cual todavía hoy se trata de hacer pasar por “natural”–, que primaba en su época y según la cual la sexualidad humana tenía una meta única: la reproducción, y una pareja complementaria conformada por un macho y una hembra.

Si Freud habló de desviación de la meta y del objeto sexual no fue para señalar los casos anormales o patológicos existentes en la sexualidad humana, sino, para indicar que cuando se trata de nosotros, los seres que hablamos y usamos letras (parlêttre), hay una perversión estructurante.

Nada parece cautivar más al infante que el apetito de saber acerca de esas desviaciones que le son propias y que lo separan de la moral sexual natural que los más acérrimos moralistas, a pesar de saberse a sí mismos tomados por modalidades de goce que no se adaptan a los ideales que ellos mismos profesan, intentan imponer como modelo. Los cachorros humanos se convierten rápidamente en pequeños investigadores y, como afirmó Freud, el apetito de saber parece inseparable de la curiosidad sexual. En esa condición inseparable se edifican las premisas freudianas de la sublimación, cuyas tres formas particulares son la religión, la ciencia y el arte. De acuerdo con esta perspectiva, no habría apetito de saber que no sea la deriva de la curiosidad sexual en torno a tres preguntas inaugurales llevadas, en la edad adulta, en unos más que en otros, más allá del plano infantil hacia un saber limitado por el pudor: ¿De dónde venimos? ¿Cómo se diferencian los sexos y, a partir de allí, cómo se clasifica "todo" en el Universo? Y, finalmente, ¿qué pasa con los otros, los adultos, cuando se ocultan detrás de la puerta? Surgen tres teorías infantiles como respuesta: a) Teoría de la cloaca; b) Teoría de la premisa universal del falo; c) Teoría de la escena primaria. El apetito de saber posterior, a pesar de su apariencia no sexual, está impulsado a partir de estas preguntas y por estas tres teorías.


John James Gómez G.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....