Fragmento del texto: “Análisis de la fobia de un niño de
cinco años” (El pequeño Hans). (1909). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. X.
Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 10. [Segunda parte del comentario]
“Los animales deben buena parte de la significación que
poseen en el mito y en el cuento tradicional a la franqueza con que muestran
sus genitales y sus funciones sexuales ante la criatura dominada por el apetito
de saber. La curiosidad sexual de nuestro Hans no admite ninguna duda; pero
ella lo convierte en investigador, le permite unos correctos discernimientos
conceptuales. […]
Apetito de saber y curiosidad sexual parecen ser
inseparables entre sí. La curiosidad de Hans se extiende muy en particular a sus
padres.”
Comentario:
Que el apetito de saber guarde vínculo con la curiosidad
sexual propia del infante, brinda a sus esfuerzos en la búsqueda una potencia
inusitada que pocas veces, al menos en el caso de las neurosis, el adulto logra
poner en marcha. Si traemos a cuentas la famosa frase de Picasso, podemos decir
que el infante no busca, encuentra. Lo vemos sigiloso, recopilando indicios,
observando atentamente, recabando testimonios, escuchando a hurtadillas,
mirando bajo las faldas, tocando las puertas cuando los adultos se encierran en
alguna habitación, preguntando incansablemente: ¿por qué? Por su parte, el
neurótico, un adulto preso de su amnesia infantil, se dispone a huir del
encuentro, es decir, de eso que para él representa un acontecimiento en la medida
en que le indica algo de su deseo, precisamente aquello de lo que no quiere
saber.
La amnesia infantil llega, haciendo olvidar –se trata de un
falso olvido– no solo las teorías sexuales construidas en aquellos años
tempranos, sino también dando lugar a los esfuerzos del yo por eludir cualquier
rastro que pueda enfrentarlo a esas trazas del deseo que ahora siente como
peligrosas. La procrastinación, paradójicamente, no se hace esperar, poniendo
en espera al deseo. Y, como si eso no fuera suficiente para padecer una mortificación,
se plantea para el neurótico una situación llena de incomprensión, a saber, que
parece no querer lo que desea.
En la medida en que el deseo es inconsciente e indestructible,
según indicaba Freud en “La interpretación de los sueños”, y dado que se
articula por vía del continuo fluir de la pulsión, no para de trabajar, de
esforzar, de producir retoños, de pujar por hacerse saber, recordando al yo,
usualmente embriagado en su narcisismo constituyente, que está sostenido en una
falta estructurante y, por tanto, no se basta a sí mismo, como tampoco le bastará ningún objeto del mundo sensible en su afán de alcanzar la completitud y el total dominio de
sí.
No es fácil, pues,
que el apetito de saber, dejado atrás, sea nuevamente tomado en su expresión
más intima o, más bien, éxtima. Y ese es, justamente, el lugar que el
psicoanálisis abre cuando exhorta al sujeto a decir más de lo que sabe, a pesar
de que su-posición inicial sea la de una demanda para la cual espera recibir,
como ocurre usualmente en la cotidianidad, una respuesta que le permita obturar
la falta y continuar intentando lo imposible: huir de sí mismo.
John James Gómez G.
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