miércoles, 19 de abril de 2017

Fragmento del texto: “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (El pequeño Hans). (1909). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. X. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 10. [Segunda parte del comentario]


“Los animales deben buena parte de la significación que poseen en el mito y en el cuento tradicional a la franqueza con que muestran sus genitales y sus funciones sexuales ante la criatura dominada por el apetito de saber. La curiosidad sexual de nuestro Hans no admite ninguna duda; pero ella lo convierte en investigador, le permite unos correctos discernimientos conceptuales. […]
Apetito de saber y curiosidad sexual parecen ser inseparables entre sí. La curiosidad de Hans se extiende muy en particular a sus padres.”

Comentario:

Que el apetito de saber guarde vínculo con la curiosidad sexual propia del infante, brinda a sus esfuerzos en la búsqueda una potencia inusitada que pocas veces, al menos en el caso de las neurosis, el adulto logra poner en marcha. Si traemos a cuentas la famosa frase de Picasso, podemos decir que el infante no busca, encuentra. Lo vemos sigiloso, recopilando indicios, observando atentamente, recabando testimonios, escuchando a hurtadillas, mirando bajo las faldas, tocando las puertas cuando los adultos se encierran en alguna habitación, preguntando incansablemente: ¿por qué? Por su parte, el neurótico, un adulto preso de su amnesia infantil, se dispone a huir del encuentro, es decir, de eso que para él representa un acontecimiento en la medida en que le indica algo de su deseo, precisamente aquello de lo que no quiere saber.

La amnesia infantil llega, haciendo olvidar –se trata de un falso olvido– no solo las teorías sexuales construidas en aquellos años tempranos, sino también dando lugar a los esfuerzos del yo por eludir cualquier rastro que pueda enfrentarlo a esas trazas del deseo que ahora siente como peligrosas. La procrastinación, paradójicamente, no se hace esperar, poniendo en espera al deseo. Y, como si eso no fuera suficiente para padecer una mortificación, se plantea para el neurótico una situación llena de incomprensión, a saber, que parece no querer lo que desea.

En la medida en que el deseo es inconsciente e indestructible, según indicaba Freud en “La interpretación de los sueños”, y dado que se articula por vía del continuo fluir de la pulsión, no para de trabajar, de esforzar, de producir retoños, de pujar por hacerse saber, recordando al yo, usualmente embriagado en su narcisismo constituyente, que está sostenido en una falta estructurante y, por tanto, no se basta a sí mismo, como tampoco le bastará ningún objeto del mundo sensible en su afán de alcanzar la completitud y el total dominio de sí.

No  es fácil, pues, que el apetito de saber, dejado atrás, sea nuevamente tomado en su expresión más intima o, más bien, éxtima. Y ese es, justamente, el lugar que el psicoanálisis abre cuando exhorta al sujeto a decir más de lo que sabe, a pesar de que su-posición inicial sea la de una demanda para la cual espera recibir, como ocurre usualmente en la cotidianidad, una respuesta que le permita obturar la falta y continuar intentando lo imposible: huir de sí mismo.


John James Gómez G.  

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....