miércoles, 26 de abril de 2017

Fragmento del texto: “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (El pequeño Hans). (1909). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. X. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 10. [Tercera parte del comentario]


“Los animales deben buena parte de la significación que poseen en el mito y en el cuento tradicional a la franqueza con que muestran sus genitales y sus funciones sexuales ante la criatura dominada por el apetito de saber. La curiosidad sexual de nuestro Hans no admite ninguna duda; pero ella lo convierte en investigador, le permite unos correctos discernimientos conceptuales. […]
Apetito de saber y curiosidad sexual parecen ser inseparables entre sí. La curiosidad de Hans se extiende muy en particular a sus padres.”

Comentario:

¿Cómo es posible que el neurótico, ese ser carente, quejumbroso, a veces impetuoso más para imponer un velo a su falta que por su apetito de saber; preso en ocasiones de su carácter oblativo, de sus anhelos de aparentar ser portador de un falo que no tiene, o que no es, no quiera lo que desea? El simple enunciado plantea una contradicción. Esa contradicción es una de las satisfacciones pulsionales que se padecen en la neurosis.

La práctica clínica, tanto como nuestra propia experiencia de analizantes, nos enseña que la queja suplicante del neurótico acerca de su padecimiento con respecto a ese horizonte en el cual el deseo parece inaccesible, es, al mismo tiempo, un modo de protección. No porque el deseo en sí mismo sea peligroso, aunque sí pueda ser perturbador. Basta ponerlo en marcha desde una posición que no sea la de una defensa, para reconocer todo su valor. Pero el Yo, esa imagen que nos brinda un soporte a partir de identificaciones, se esmera por eludirlo pues el deseo es rememoración y, como sabemos, el yo no quiere rememorar, razón por la cual queda atrapado en una fantasía que le sirve a la vez como marco interpretativo de la realidad –no hay más realidad que la que Freud denominó “psíquica”– y como medio para una satisfacción paradójica: un goce masoquista.

Pero, ¿el deseo es rememoración de qué? De una imposibilidad, entendida como una falta de saber estructurante. En la medida en que el deseo se desplaza, probando que es deseo de deseo y no de un objeto en particular, posible de hallar, que sería el fin primigenio de nuestra existencia, obliga al Yo a rememorar que ahí donde él cree que debe ir para estar completo, hay solo espejismos, "manchas lechosas", que encubren el agujero originario. Eso, sin duda, es algo maravilloso. Si el deseo de deseo se detiene, solo puede ser reemplazado por el deseo de muerte, es decir, de poner un punto final al desplazamiento porque éste rememora la falta originaria o, en otras palabras, retorna siempre al mismo lugar. Lo que evitamos rememorar no es otra cosa que el acontecimiento que explica el sentido más propio de nuestra existencia, a saber, que en el origen no hay más que agujero, sin sentido.

Ese origen, en tanto agujero, se manifiesta por doquier en la experiencia humana. Tomemos como ejemplo a la cosmología, la ciencia que dedica sus esfuerzos a explicar el origen del universo. Había una época en la que era incomprensible cómo a pesar de la explosión del big bang y la inflación que conllevó, con toda la fuerza repulsiva que ello generó, más la lucha entre materia y antimateria, y la tendencia infinitamente expansiva del universo, pudieron haberse formado las galaxias. Por cierto, no deja de ser irónico que la palabra galaxia pueda llevarnos de vuelta al amamantamiento, pues proviene del griego galaktos que significa “leche”; para nosotros doblemente "leche", pues vivimos en una galaxia a la que llamamos Vía Láctea, reapareciendo así por vía del  latín lactis. Pues bien, lo que los cosmólogos encontraron detrás de esas imágenes que parecen a lo lejos manchas lechosas –de allí que hayan elegido la palabra galaktos– fue la respuesta a su pregunta por el origen de las mismas: lo que permitió su origen fue un agujero al que han llamado “negro”, ya que debido a su fuerza gravitatoria ni siquiera la luz, cuyas partículas tienen masa igual a cero, puede escapar de su interior, lo cual compensa la fuerza repulsiva de la inflación. Nada sabemos de lo que pasa dentro de ese agujero, no hay cómo registrarlo. A eso incalculable que pone de manifiesto el agujero originario, los físicos le llaman singularidad. ¡Qué pocas diferencias, cuando de los orígenes se trata, parecen haber entre los hallazgos de Freud y los de los cosmólogos!  Así, podemos decir que el neurótico no quiere lo que desea porque teme a la exigencia de saber hacer con la imposibilidad que le plantea su singularidad.

"Estudiar una imagen del telescopio Hobble de una de esas bestias, [se refiere a las galaxias espirales] por lo general (en el caso de las más cercanas) vista desde diez o veinte millones de años luz, es entrar en un mundo visual tan rico en posibilidades, tan profundo respecto a la separación de la vida en la Tierra, tan complejo en cuanto a la estructura, que la mente no preparada acaso se tambalee o se ponga a la defensiva recordando a su dueño que nada de eso puede adelgazar los muslos o curar un hueso roto."
Neil deGrasse Tyson y Donald Goldsmith. Orígenes.


John James Gómez G.

lunes, 24 de abril de 2017

Grandes pensadores del siglo XX - Jacques Lacan - Encuentro 1

A partir de hoy, compartiré con ustedes, los lunes, a través de este espacio, videos relacionados con en el psicoanálisis y disciplinas afines. En esta ocasión, el capítulo dedicado al pensamiento de Jacques Lacan, en el programa Grandes pesadores del siglo XX, del canal argentino Encuentro.
¡Que los disfruten!
Igualmente, seguiré publicando los comentarios de textos, los miércoles.

miércoles, 19 de abril de 2017

Fragmento del texto: “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (El pequeño Hans). (1909). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. X. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 10. [Segunda parte del comentario]


“Los animales deben buena parte de la significación que poseen en el mito y en el cuento tradicional a la franqueza con que muestran sus genitales y sus funciones sexuales ante la criatura dominada por el apetito de saber. La curiosidad sexual de nuestro Hans no admite ninguna duda; pero ella lo convierte en investigador, le permite unos correctos discernimientos conceptuales. […]
Apetito de saber y curiosidad sexual parecen ser inseparables entre sí. La curiosidad de Hans se extiende muy en particular a sus padres.”

Comentario:

Que el apetito de saber guarde vínculo con la curiosidad sexual propia del infante, brinda a sus esfuerzos en la búsqueda una potencia inusitada que pocas veces, al menos en el caso de las neurosis, el adulto logra poner en marcha. Si traemos a cuentas la famosa frase de Picasso, podemos decir que el infante no busca, encuentra. Lo vemos sigiloso, recopilando indicios, observando atentamente, recabando testimonios, escuchando a hurtadillas, mirando bajo las faldas, tocando las puertas cuando los adultos se encierran en alguna habitación, preguntando incansablemente: ¿por qué? Por su parte, el neurótico, un adulto preso de su amnesia infantil, se dispone a huir del encuentro, es decir, de eso que para él representa un acontecimiento en la medida en que le indica algo de su deseo, precisamente aquello de lo que no quiere saber.

La amnesia infantil llega, haciendo olvidar –se trata de un falso olvido– no solo las teorías sexuales construidas en aquellos años tempranos, sino también dando lugar a los esfuerzos del yo por eludir cualquier rastro que pueda enfrentarlo a esas trazas del deseo que ahora siente como peligrosas. La procrastinación, paradójicamente, no se hace esperar, poniendo en espera al deseo. Y, como si eso no fuera suficiente para padecer una mortificación, se plantea para el neurótico una situación llena de incomprensión, a saber, que parece no querer lo que desea.

En la medida en que el deseo es inconsciente e indestructible, según indicaba Freud en “La interpretación de los sueños”, y dado que se articula por vía del continuo fluir de la pulsión, no para de trabajar, de esforzar, de producir retoños, de pujar por hacerse saber, recordando al yo, usualmente embriagado en su narcisismo constituyente, que está sostenido en una falta estructurante y, por tanto, no se basta a sí mismo, como tampoco le bastará ningún objeto del mundo sensible en su afán de alcanzar la completitud y el total dominio de sí.

No  es fácil, pues, que el apetito de saber, dejado atrás, sea nuevamente tomado en su expresión más intima o, más bien, éxtima. Y ese es, justamente, el lugar que el psicoanálisis abre cuando exhorta al sujeto a decir más de lo que sabe, a pesar de que su-posición inicial sea la de una demanda para la cual espera recibir, como ocurre usualmente en la cotidianidad, una respuesta que le permita obturar la falta y continuar intentando lo imposible: huir de sí mismo.


John James Gómez G.  

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....