Fragmento del texto: “Análisis de la fobia de un niño de
cinco años” (El pequeño Hans). (1909). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. X.
Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 10. [Tercera parte del comentario]
“Los animales deben buena parte de la significación que
poseen en el mito y en el cuento tradicional a la franqueza con que muestran
sus genitales y sus funciones sexuales ante la criatura dominada por el apetito
de saber. La curiosidad sexual de nuestro Hans no admite ninguna duda; pero
ella lo convierte en investigador, le permite unos correctos discernimientos
conceptuales. […]
Apetito de saber y curiosidad sexual parecen ser
inseparables entre sí. La curiosidad de Hans se extiende muy en particular a
sus padres.”
Comentario:
¿Cómo es posible que el neurótico, ese ser carente, quejumbroso,
a veces impetuoso más para imponer un velo a su falta que por su apetito de
saber; preso en ocasiones de su carácter oblativo, de sus anhelos de aparentar
ser portador de un falo que no tiene, o que no es, no quiera lo que desea? El
simple enunciado plantea una contradicción. Esa contradicción es una de las
satisfacciones pulsionales que se padecen en la neurosis.
La práctica clínica, tanto como nuestra propia experiencia de analizantes,
nos enseña que la queja suplicante del neurótico acerca de su padecimiento con respecto a ese horizonte en el cual el deseo parece inaccesible, es, al mismo tiempo, un modo de protección. No porque el deseo en sí mismo sea
peligroso, aunque sí pueda ser perturbador. Basta ponerlo en marcha desde una posición
que no sea la de una defensa, para reconocer todo su valor. Pero el Yo, esa
imagen que nos brinda un soporte a partir de identificaciones, se esmera por
eludirlo pues el deseo es rememoración y, como sabemos, el yo no quiere
rememorar, razón por la cual queda atrapado en una fantasía que le sirve a la
vez como marco interpretativo de la realidad –no hay más realidad que la que Freud
denominó “psíquica”– y como medio para una satisfacción paradójica: un goce
masoquista.
Pero, ¿el deseo es rememoración de qué? De una imposibilidad, entendida como una falta de saber estructurante. En la
medida en que el deseo se desplaza, probando que es deseo de deseo y no de un
objeto en particular, posible de hallar, que sería el fin primigenio de nuestra existencia, obliga
al Yo a rememorar que ahí donde él cree que debe ir para estar completo, hay
solo espejismos, "manchas lechosas", que encubren el agujero originario. Eso, sin duda, es algo
maravilloso. Si el deseo de deseo se detiene, solo puede ser reemplazado por el
deseo de muerte, es decir, de poner un punto final al desplazamiento porque éste
rememora la falta originaria o, en otras palabras, retorna siempre al mismo
lugar. Lo que evitamos rememorar no es otra cosa que el acontecimiento que
explica el sentido más propio de nuestra existencia, a saber, que en el origen no
hay más que agujero, sin sentido.
Ese origen, en tanto agujero, se manifiesta por doquier en la experiencia humana.
Tomemos como ejemplo a la cosmología, la ciencia que dedica sus esfuerzos a explicar
el origen del universo. Había una época en la que era incomprensible cómo a
pesar de la explosión del big bang y la inflación que conllevó, con toda la
fuerza repulsiva que ello generó, más la lucha entre materia y antimateria, y la
tendencia infinitamente expansiva del universo, pudieron haberse formado
las galaxias. Por cierto, no deja de ser irónico que la palabra galaxia pueda
llevarnos de vuelta al amamantamiento, pues proviene del griego galaktos que significa “leche”; para
nosotros doblemente "leche", pues vivimos en una galaxia a la que llamamos Vía Láctea, reapareciendo así por vía
del latín lactis. Pues bien, lo que los cosmólogos encontraron detrás de esas
imágenes que parecen a lo lejos manchas lechosas –de allí que hayan elegido la palabra galaktos– fue la respuesta a su pregunta por el origen de las mismas: lo que permitió su origen fue un agujero al que
han llamado “negro”, ya que debido a su fuerza gravitatoria ni siquiera la luz,
cuyas partículas tienen masa igual a cero, puede escapar de su interior, lo cual compensa la fuerza repulsiva de la inflación. Nada
sabemos de lo que pasa dentro de ese agujero, no hay cómo registrarlo. A eso
incalculable que pone de manifiesto el agujero originario, los físicos le llaman
singularidad. ¡Qué pocas diferencias, cuando de los orígenes se trata, parecen
haber entre los hallazgos de Freud y los de los cosmólogos! Así, podemos decir que el neurótico no quiere lo que desea
porque teme a la exigencia de saber hacer con la imposibilidad que le
plantea su singularidad.
"Estudiar una imagen del telescopio Hobble de una de
esas bestias, [se refiere a las galaxias espirales] por lo general (en el caso
de las más cercanas) vista desde diez o veinte millones de años luz, es entrar
en un mundo visual tan rico en posibilidades, tan profundo respecto a la
separación de la vida en la Tierra, tan complejo en cuanto a la estructura, que
la mente no preparada acaso se tambalee o se ponga a la defensiva recordando a
su dueño que nada de eso puede adelgazar los muslos o curar un hueso
roto."
Neil deGrasse Tyson y Donald Goldsmith. Orígenes.
John James Gómez G.