miércoles, 15 de marzo de 2017

Fragmento del texto: “La ética del psicoanálisis”. (1959-1960). En: Lacan, J. El Seminario, libro 7. Buenos Aires: Paidós Editores. 1992, pág. 112. [Primera parte del comentario]

“La conciencia moral, nos dice [se refiere a Freud], se muestra mucho más exigente en la medida en que es más refinada –tanto más cruel en cuanto menos la ofendemos de hecho– tanto más puntillosa en la medida en que la forzamos, mediante nuestra abstención en los actos a ir a buscarlos en la intimidad de nuestros impulsos y deseos. Resumiendo, el carácter inextinguible de esa conciencia moral, su crueldad paradójica, configura en el individuo algo así como el parásito alimentado con las satisfacciones que se le otorgan.”

Comentario:

“Ama al prójimo como a ti mismo” [1], es uno de los mandatos morales más indicados durante los últimos 20 siglos. Se conoce una variante: “Ama a tu prójimo como yo os he amado”. Ambas se atribuyen a Jesucristo y a su nueva enseñanza, es decir, al paso de la ley del talión del judaísmo, hacia una nueva fe en la que el Dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento se separan en dos diferentes. El primero, vengativo. El segundo, todo amor y perdón. La moral romana antigua afincó su lugar en Occidente a través de esa nueva fe. Hizo del cristianismo un modo de expandir el Imperio, sirviéndose del descubrimiento de que la espada blandida en nombre de la fe en un Dios de amor, era más efectiva que la espada que se blandía por amor al Imperio. Pero, ¿qué lugar pueden tener mandatos como estos si se desconoce aquello que es fácil de constatar por vía de la práctica psicoanalítica, a saber, que estamos habitados por un estructurante “odio de sí”?

La idea de una moral sexual natural que, para ser más precisos, pone en escena una moral sexual cultural, sirve de estandarte a quienes asumen posiciones morales, radicales, según las cuales puede saberse con claridad cómo deben ser las cosas. Desde la deuda con Dios hasta las deudas bancarias, el “deber” suele poner en aprietos al sujeto. Se parte del supuesto según el cual el ser humano es bueno por naturaleza, como si la “naturaleza” supiera algo sobre el bien y el mal. Sin embargo, este supuesto se muestra fallido por definición. Atribuir juicios de índole moral al mundo natural, no humano, es otra muestra de la ingenuidad recurrente, manifiesta en nuestros deseos animistas. Solemos imponer nuestra inmunda humanidad al mundo natural. De ese modo, se busca hacer pasar imperativos de orden estrictamente lenguajero por leyes de la naturaleza que, en el caso del cristianismo, es decir, del modo de subsistencia de la moral romana antigua hasta nuestros días, serían equivalentes a las leyes de Dios. Entonces, las leyes morales de los hombres se le imponen por esa vía, no solo a la naturaleza, sino también a un ser al que se le considera omnipotente y omnisciente, lo cual no deja de ser contradictorio. Se busca que las cosas sean como deben ser, “así en la tierra como en el cielo”.

En definitiva, queremos inventar una naturaleza y un Dios a nuestra imagen y semejanza. Por tanto, si nos amamos unos a otros como a nosotros mismos, o como Jesucristo nos amó, estamos destinados a darnos, unos a otros, el odio de sí. Y si bien podría aparecer el argumento de que Jesús dio(s) su vida por amor, no hay que olvidar que para ello fue necesario que se hiciese odiar por sus hermanos para cumplir las escrituras y ser asesinado por ellos, en nombre de un Dios liminal, es decir, que ya no era el del Antiguo Testamento, pero tampoco era con propiedad el que sería en el Nuevo Testamento. Sea como fuere, si él fue agente en los acontecimientos, como permiten constatarlo las escrituras, da cuenta con ello del odio de sí, “lo que se desprende de la comedia antigua que lleva el título de Aquel-que-se-castiga-él-mismo.” [2] (Lacan, 1992, pág. 112).






[1] Agrego esta precisión indicada por Eduardo Serrano: "Ama al prójimo como a ti mismo" proviene del Antiguo Testamento: Levítico 19:18: ``No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo; yo soy el SEÑOR". La parábola del buen samaritano está en Lucas 10:25-37. El sentido de 'prójimo' que se deriva de esta parábola es sorprendente.
[2] Cursivas en el original.

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