Fragmento del texto: “Algunas lecciones elementales sobre
psicoanálisis.” (1940). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. XXII. Buenos Aires:
Amorrortu Editores. 1984, págs. 284-285. [Tercera parte del comentario]
“No cualquiera osa formular juicios sobre cosas físicas,
pero todos —el filósofo tanto como el hombre de la calle— tienen su opinión
sobre cuestiones psicológicas y se comportan como si fueran al menos unos
psicólogos aficionados.”
Comentario:
Física y psicoanálisis, se encargan de dos materialidades
distintas a las que solo podemos acceder, de manera rigurosa, por una misma
vía: el lenguaje. Incluso afirmar
que son dos materialidades distintas resulta todavía dudoso; ¿acaso el mundo al que podemos acceder por vía del conocimiento está hecho de otra cosa que no sea lenguaje?
Sabemos que el universo
existe y que el espacio-tiempo está más allá de las posibilidades de nuestras
experiencias sensibles. Nada hay de intuitivo en las fórmulas de Einstein,
mucho menos en las descripciones del microcosmos que nos proporciona la
mecánica cuántica. Lacan, en su lectura de Freud a la luz del conocimiento que
le proporcionaban los avances de las ciencias en su época, no dejaba de interrogarse
al respecto:
“A pesar de todo, el
espacio-tiempo... en fin, lo que propone el señor Einstein... no es algo
evidente para los sentidos... quiero decir que todos, ustedes y yo obviamente,
en tanto estamos no podemos escapar a esa representación del espacio que, más
allá de lo que Einstein dice y propone como probado y verdadero, evidentemente
no es sino un abordaje del espacio totalmente imaginario...”[1]
Nuestra representación de lo que solemos llamar el espacio
físico, también la que nos hacemos del espacio psíquico, es de orden imaginario.
Por un lado, está sometida a los límites impuestos por el modo en que
percibimos el mundo. Por otro, se estructura a partir de nuestras ficciones
históricas, es decir, de las fantasías con las cuales damos sentido a nuestra "existencia" e intentamos definir el
mundo para concebir algo que nos parezca digno de ser llamado “realidad”. No
importa cuánto esforcemos nuestra vista, estamos limitados a ver tres
dimensiones; estamos capturados en
ellas.
Alguien podría decirnos que es suficiente reconocer esas
tres dimensiones. Ellas nos bastan para movernos, habitar algún espacio y desplazarnos de un lugar a otro. Sin embargo, que podamos
movernos no significa que sepamos algo con respecto a ese espacio en el que nos
sentimos contenidos. De hecho, la captura imaginaria en la que estamos
atrapados es tan poderosa que todavía, a pesar de lo que la ciencia nos indica,
seguimos sintiendo que estamos de pie sobre un espacio plano. Esto se opone a
lo que Aristarco de Samos (310 a.C – 230 a.C), Copérnico y Galileo nos
enseñaron y que la mayoría, en aquellas épocas, se empeñaba en desconocer: si lo evidente era que la tierra era plana,
entonces, debía ser plana. Y
bien, nada más engañoso que lo evidente.
Así las cosas, podemos escribir una sentencia igual de
engañosa por lo evidente cuando se trata de lo psíquico: si lo evidente es que el cerebro es el órgano por el cual somos seres “inteligentes”,
entonces, todo lo que ocurre con nuestra “inteligencia” debe explicarse por la
manera en que está compuesto ese órgano y por el modo en que funciona. Es
fácil quedar capturados en esa representación imaginaria. La evidencia es “contundente”,
es decir, suficiente como para cegarnos y que sea difícil comprender que podemos servirnos
del lenguaje para acceder a esas dimensiones que, a pesar de no ser ya evidentes,
están más próximas a un saber que corrija nuestra experiencia intuitiva. Ese
fue el trabajo al que se dedicaron Freud y Lacan. El lenguaje nos permite corregir,
al menos un poco, nuestra experiencia intuitiva. Y si la materialidad física tiene a
las partículas como unidades mínimas, la materialidad psíquica no tiene
necesariamente a las neuronas como unidades fundamentales, sino, a la letra.
Pensar que las neuronas son la unidad mínima de lo psíquico fue uno de los
errores de Freud que Lacan se vio en la necesidad de corregir, muy a pesar de que Freud
se veía empujado constantemente por la lógica de sus elaboraciones hacia ese
descubrimiento.
“Del mismo modo que el
número de palabras posibles en un lenguaje alfabético está formado por el gran
número de combinaciones de una pequeña cantidad de letras, los griegos
intuyeron que la amplia variedad de objetos podría también resultar de
combinaciones hechas mediante un pequeño número de bloques elementales. […]
“Las partículas (…) son las “letras” de todo tipo de materia.
Igual que sus colegas lingüísticas, parecen no tener otras subestructuras
internas. La teoría de cuerdas afirma otra cosa.”[2]
John James Gómez G.
[1] Lacan, J. (1973). Conferencia pronunciada en el Museo
de la Ciencia y la Técnica de Milán. Inédito. Versión bilingüe disponible en la
Biblioteca Virtual de la École Lacanienne de Psychanalyse.
[2] Grenne, B. (2006). El universo elegante. Supercuerdas,
dimensiones ocultas y la búsqueda de una teoría final. Barcelona: Drakontos, págs.
12 y 17.
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