martes, 12 de diciembre de 2017

Cordialmente, les invito a leer: "Sujeto, Ley y crimen: reflexiones sobre la responsabilidad y los menores infractores." Se trata del texto de una conferencia que pronuncié el 29 de noviembre en la Universidad Católica Lumen Gentium, en Cali, Colombia, en el marco de las jornadas de conversatorios "Adolescencia, subjetividad y tejido social".

Les dejo un fragmento y a continuación el enlace al texto completo. Agradezco a mis queridos amigos y colegas de www.elsigma.com por publicarla. Enlace al texto completo: Sujeto, Ley y crimen. elSigma

"Digamos primero que un sujeto no se adapta a la ley, pues ella va en contra de la adaptación en un sentido natural, sino que actúa a partir de ella sin saber qué lo empuja a la satisfacción hasta el momento en que aprende a leer entre líneas ocupándose de la dificultad que le es más propia.

Por tanto, propongo entender el crimen como la expresión de la culpabilidad derivada de la renuncia del sujeto a ocuparse de la lectura que da cuenta de esa estructura necesaria que es la ley. Y no me remito aquí de modo expreso a la ley jurídica; ella es sobre todo una regla moral, una norma, antes que una ley necesaria en el sentido lógico. La ley a la que me refiero es la que separa a la imposibilidad de la impotencia. Solemos desconocer la primera y padecer la segunda.

Así las cosas, les propongo pensar el crimen como un acto de desconocimiento de la imposibilidad que empuja a algunos sujetos –habrá que ver el caso, uno por uno– a tratar de librarse de una culpabilidad que es, por cierto, un afecto equivalente a sentirse impotente en relación con su deseo. Y digo algunos, porque otros buscarán la huida, otros enfermarán, otros se accidentarán y, así, cada uno establecerá un cierto destino que vele el hecho de que ha cedido en su deseo (Lacan, 1988). Pueden ver que con esta manera de plantear las cosas seguimos en la vía tanto de Lacan como de Freud, entendiendo que es la culpabilidad la que antecede a la transgresión, a diferencia del sentido común que nos dice que la culpabilidad sería el afecto que surge luego de la transgresión.

Ahora bien, esta tesis implica comprender la diferencia entre impotencia e imposibilidad. La impotencia supone el fracaso de la ostentación fálica. Cuando alguien trata de ejercer un poder y la dificultad le sale al paso, se verá enfrentado a la impotencia. En ese momento tendrá que ver si se ocupa de eso, si se propone encontrar una manera de reconocer la ley que le permita hacer la lectura como estructura necesaria, o si se enfrenta al hecho de sentirse tomado por la impotencia que lleva a la tumescencia del cuerpo como negación de la ausencia de potencia fálica.

Esa tumescencia puede manifestarse de diversas formas, desde la sensación de petrificación e incapacidad hasta la agresividad que puede estar orientada hacia el propio cuerpo o hacia el otro. Por tanto, la impotencia opera en relación con la trasgresión. Por su parte, la imposibilidad opera en relación con la ley y, por esa vía, lo real se introduce no como algo que retorna de manera siniestra e insoportable, sino como aquello que siempre vuelve al mismo lugar pero, en cada retorno, algo de ello puede reconocerse en cuanto ley y producir, a partir de allí, una invención.

El reconocimiento de la imposibilidad hace posible la invención de algo nuevo a partir del retorno de lo real. La impotencia como desconocimiento de la ley empuja a la repetición que se toma al cuerpo como medio para poner en marcha la transgresión que retorna como destrucción y como necesidad de castigo.

La cuestión no es, pues, la presencia de algún demonio de la perversión en el sentido en que lo presenta Edgar Allan Poe. La perversión es la condición resultante de la introducción de la ley a la que solemos responder con el mito y que nos lleva, como a Freud en “Tótem y Tabú”, a inventar un padre perverso –y a Poe un demonio– persecutorio, castigador, un padre de la fantasía, frente al cual intentamos revelarnos cuando experimentamos la impotencia allí donde nos revelamos incapaces de leer la estructura necesaria de la ley, que introduce la imposibilidad de lo real.

A esa posición del sujeto que se ocupa de inventar una manera de saber leer entre líneas eso que se manifiesta como imposibilidad, le llamamos responsabilidad subjetiva. En tal sentido, vemos que la responsabilidad desde el punto de vista del psicoanálisis difiere de la responsabilidad en un sentido jurídico, pues los atributos de la ley a la que se refieren son distintas. Jurídicamente la responsabilidad es equivalente a “allanarse a los cargos” de manera libre, consciente y voluntaria.

Tengamos en cuenta que nos topamos con tres términos interrogados por el psicoanálisis desde sus fundamentos: libertad, conciencia y voluntad. Por tanto, hablar de responsabilidad en ese sentido es una manera de velar lo que está en juego, a saber, el campo de la culpabilidad como necesidad de castigo que adviene tormento para la conciencia, en sus dos formas básicas, como conciencia moral y como conciencia de sí.

Cuando una persona se allana a los cargos, lo hace, o bien porque merced de la culpabilidad busca la pena, o porque espera, ante la impotencia derivada de no saber cómo librarse de las consecuencias, gozar de los beneficios, ya que el allanamiento a los cargos supone un atenuante que se refleja en rebaja sobre el tiempo determinado para pagar por el delito cometido. Si a ello agregamos que el crimen ha sido cometido por alguien a quien llamamos “un menor”, vemos que se plantea una condición todavía más problemática, pues no se le otorga la virtud de la responsabilidad. Se trata de alguien tomado por una víctima que, a su vez, actúa como un victimario."

miércoles, 6 de diciembre de 2017

CONFERENCIA: EL FALO, LA PSICOSIS Y EL EMPUJE A LA MUJER

Comparto con ustedes la videoconferencia “El falo, la psicosis y el empuje a La mujer”, que dicté hace un par de meses en el marco del diplomado en Psicopatología y Clínica Psicoanalítica, del Instituto de Psicoanálisis y del Instituto Realia de Xalapa, México.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Fragmento y comentario del texto: Aún. En: El Seminario, libro 20. Lacan, J. (1972-1973). Buenos Aires: Paidós. 1981, págs. 128. [Segunda parte del comentario]

Con este comentario entramos en receso hasta la primera semana de febrero de 2018.

“…lo que hace vivibles a las llamadas relaciones humanas, es no pensar en ellas.”

Comentario:

“No hay relación sexual”, es un aforismo lacaniano que devino cliché. Su recurrencia parece más impulsada por lo escandalosa que la sentencia pudiese resultar a los oídos de los bienaventurados, que por el reconocimiento de la lógica que la sustenta. Sea como fuere, se trata de un enunciado que cuestiona cualquier ideal en torno a la felicidad, la armonía, la paz e, incluso, la esperanza en un futuro próspero, el acceso al conocimiento absoluto y el retorno al paraíso perdido.

Las “llamadas relaciones humanas” existen justamente porque no hay relación sexual. El lenguaje, nuestra más grande proeza es, al mismo tiempo, motivo de esa imposibilidad:

Todo indica –es ese el sentido de lo inconsciente– no sólo que el hombre ya sabe todo lo que hay que saber, sino que ese saber está perfectamente limitado al goce insuficiente que constituye el que hable.
Se ve a las claras que esto trae consigo una pregunta dirigida a esta ciencia efectiva que ciertamente poseemos bajo el nombre de física. ¿En qué concierne a lo real esta nueva ciencia? El error de la ciencia que califico de tradicional por la que proviene del pensamiento de Aristóteles, está en dar por sentado que lo pensado está hecho a imagen del pensamiento, es decir, que el ser piensa[1].

Ese error de la ciencia expresa la determinante influencia del pensamiento aristotélico-cartesiano en Occidente. Se constata con facilidad que lo pensado no está hecho a imagen del pensamiento, como tampoco la cosa está representada fielmente en el lenguaje con el que se la nombra; muy a pesar de los sueños de la ciencia aristotélica-cartesiana. No hay cópula entre lo uno y lo otro. Y en la medida en que intentamos representar incluso nuestro “ser” a través del lenguaje, estamos sometidos a esa misma imposibilidad, tanto en lo que nos atañe más íntimamente, por lo que no hay “unidad psíquica”, constituyéndonos como extranjeros para nosotros mismos, como también en lo que nos vincula con los otros que son todavía más extraños, más imposibles. Testimoniamos nuestra falta en ser, antes que nuestro ser.

Pero no hay que pensar que esto es un descubrimiento enteramente lacaniano. El estoicismo antiguo lo había anticipado suficientemente, poniendo el término incorporal como una “adición” que, con el lektón (expresable) en particular, hacía manifiesta esa imposibilidad:

…agrega Ammonio, conciben además un intermediario entre el pensamiento y la cosa que llaman lo expresable”. Ammonio no aprueba esta adición y en efecto la teoría de Aristóteles se basta por sí misma, si el pensamiento es en sí mismo el objeto designado[2].

De otro lado, los "tres registros" son el modo en que Lacan se plantea la cuestión en pro de una articulación que permita escribir los caminos de esas paradójicas relaciones. Lo simbólico sostiene el marco en el cual aparentamos que las cosas están en orden a pesar de esa imposibilidad. Lo imaginario, articulado por vía de lo simbólico, sostiene la ficción de que podemos ser Uno, so pena de caer en el mismo error aristotélico ya mencionado. En esas articulaciones entre lo simbólico y lo imaginario, lo que siempre retorna como imposible es lo real; pero retorna siempre por la insistencia que tiene asidero en las cadenas significantes, es decir, en lo simbólico. 

Así pues, afirmar que no hay relación sexual es una manera de interrogar la lógica aristotélica, así como la máxima cartesiana "cogito ergo sum" (a causa de pensar soy). No hay ser del pensamiento; el ser no piensa. De hecho, lo que ha demostrado el psicoanálisis, desde Freud, es que cuando algo del ser se manifiesta es justo en el instante en que no se piensa, cuando el pensamiento tropieza dando lugar a otra razón que no es la de la conciencia.

John James Gómez G.  



[1] Lacan, J. (1981). Aún. En: El Seminario, Libro 20. (1972-1973). Buenos Aires: Editorial Paidós, pág. 128.
[2] Bréhier, E. (2011). La teoría de los incorporales en el estoicismo antiguo. Buenos Aires: Leviatán, pág. 34.

lunes, 13 de noviembre de 2017

ACTUALIDAD DEL PSICOANÁLISIS / GUSTAVO DESSAL

Hoy, comparto con ustedes estas interesantes reflexiones del psicoanalista Gustavo Dessal, acerca de la actualidad del psicoanálisis, en el cual aborda, entre otras, la relación problemática entre psicoanálisis y ciencia. 
Gustavo Dessal es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

¡Qué lo disfruten!


jueves, 9 de noviembre de 2017

Fragmento y comentario del texto: Aún. En: El Seminario, libro 20. Lacan, J. (1972-1973). Buenos Aires: Paidós. 1981, págs. 128. [Primera parte del comentario]

“…lo que hace vivibles a las llamadas relaciones humanas, es no pensar en ellas.”

Comentario:

Quien haya sido presa de la rumiación del pensamiento, probablemente esté en posición para dar testimonio de lo insoportable que resulta la sospecha de que, tal vez, el Otro y los otros engañan. “¿Me dice la verdad o me miente?” “¿Qué quiere de mí?”. Son preguntas que no dejan de martillar el clavo que se hunde, cada vez más profundo, en el agujero constituyente de un ser que habla y usa letras (parlêttre); ser banal e irrelevante que se toma a sí mismo como sentido de la existencia de un Universo para el cual resulta innecesario. No importa adónde huya, ningún lugar es refugio cuando la duda acecha.

Cuando Sartre, en su obra A puerta cerrada, puso en boca de Garcin las frases: “Así que esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído… ¿Recordáis?: el azufre, la hoguera, la parrilla… ¡Ah! Qué broma. No hay necesidad de parrillas; el infierno son los otros”, apuntó al corazón de la Otredad, que con Lacan (pero mucho antes con los estoicos) se revelaría como constituyente del yo; Eso que es al mismo tiempo lo más extraño y lo más íntimo del ser. Lo más insoportable y perturbador.

Es ése el plano en el que se nos re-velan las relaciones humanas. Un campo especular en que el yo se proyecta constantemente, poniendo en los otros lo que por serle más constituyente es más perturbador.  “Hacerse el loco”, “hacerse el boludo”, no pensar en ello, no querer saber nada de eso, suele hacer soportable la presencia de esa Otredad que habita en lo más íntimo como falta en ser.

De alguna manera, el yo se hace ilusiones, mientras ruega al Otro, y a los otros, con las palabras: “no me des-ilusiones”, amparado en una falsa premisa a la que convierte en su mayor pasión, a saber, que la ignorancia es dicha. Sin embargo, al ser dicha, la ignorancia ya no puede callarse. No se habla sino de lo no olvidado, (a-létheia), aunque no se quiera pensar en eso, incluso si así se logra que las relaciones humanas sean más o menos vivibles.

John James Gómez G. 

lunes, 6 de noviembre de 2017

La obra del amor en la era de su reproductibilidad mecánica (Néstor Braunstein)

Hoy comparto con ustedes la conferencia "La obra del amor en la era de su reproductibilidad mecánica", dictada el 27 de marzo de este año, 2017, por el psicoanalista argentino Néstor Braunstein, en el marco del XII Coloquio de Neurohumanidades, en México. 
Néstor Braunstein es autor de numerosos libros, entre ellos: El goce. Un concepto lacaniano; Psicología: ideología y ciencia; DSM. Clasificar en Psiquiatría; Traducir el psicoanálisis; Memoria y Espanto o el recuerdo de infancia, Ficcionario de psicoanálisis, entre otros. 

¡Qué lo disfruten!



martes, 31 de octubre de 2017

Fragmento y comentario del texto: Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis. En: Lacan, J. (1953). Buenos Aires: Siglo XXI. 2009, págs. 234. [Segunda parte del comentario]
 
“…nadie es menos exigente que un psicoanalista sobre lo que puede dar su estatuto a una acción que no está lejos de considerar él mismo como mágica, a falta de saber dónde situarla en una concepción de su campo que no se le ocurre hacer concordar con su práctica.”

Comentario:

¿Cuándo comienza la formación psicoanalítica? Si nos orientásemos exclusivamente por el discurso universitario, responderíamos que inicia con el ingreso a lo que solemos llamar “instituciones de educación superior”. Lógicamente, es algo sabido, la formación de los psicoanalistas no se efectúa en ese espacio, lo que no evita que el psicoanálisis tenga un lugar allí, haciendo escuchar el eco de lo que el saber inconsciente, inaugurado por Freud, ha develado sobre el sujeto y los malestares de la cultura durante más de cien años.

Si no es en el discurso universitario que se hace posible la formación psicoanalítica, es porque el saber inconsciente y el conocimiento son cosas diferentes, y el psicoanálisis se ocupa, ante todo, de lo primero, que es, regularmente, dejado de lado en el campo de la ciencia, sobre todo cuando ella se enmarca en lo que se conoce como “positivismo”. Por tanto, es necesaria la producción de un discurso propiamente psicoanalítico para que exista eso a lo que denominamos formación analítica, que no es una práctica basada en el método científico sino estructurada como un lenguaje, condición del saber que atañe al sujeto del inconsciente. Así las cosas, no hay más formación del psicoanalista que la que acontece a partir de las formaciones del inconsciente.

Afirmo, por tanto, que la práctica del lenguaje orientada por las formaciones del inconsciente, es condición necesaria para inaugurar la formación psicoanalítica. Sin embargo, que sea una condición necesaria no quiere decir que es suficiente. Pasarlo por alto sería algo tan irresponsable, como suponer que leer a Freud y a Lacan, y asistir a grupos o escuelas de psicoanálisis es la garantía de una “adecuada” formación analítica. Ninguna otra institución, como la que se erige en nombre del psicoanálisis, es más propensa a pasar de lo sublime a lo ridículo. Es entonces cuando se pone a prueba la rigurosidad de una práctica que nos exige estar a la altura de las circunstancias, es decir, de no ceder en el deseo y de procurarnos los medios para reconocer, sirviéndonos de la ley del no-todo que hace a la lógica menos imprecisa, que no se trata de acciones mágicas y que el inconsciente es una racionalidad que tiene a la paradoja como condición estructurante.


John James Gómez G.

lunes, 30 de octubre de 2017

El concepto de Goce: ¿Un nuevo paradigma en psicoanálisis? por Alfredo E...

Hoy comparto con ustedes una muy interesante conferencia, dictada por Alfredo Eidelsztein en el instituto argentino ALEF. La conferencia se titula: "El concepto de goce: ¿Un nuevo paradigma?

¡Qué lo disfruten!

lunes, 23 de octubre de 2017

CONFERENCIA: HACERSE HOMBRE. COLETTE SOLER

Hoy comparto con ustedes la conferencia pública dictada por Colette Soler el viernes 20 de octubre de 2017, titulada "Hacerse hombre". La conferencia aconteció en el Centro Cultural de la Memoria, en Buenos Aires, Argentina, y fue transmitida vía streaming gracias al apoyo y difusión del Foro Analítico del Río de la Plata. 

¡Qué la disfruten!

miércoles, 18 de octubre de 2017

Comparto con ustedes una ponencia presentada en el marco del Simposio del Psicoanálisis, VII Congreso Internacional e Interinstitucional de Estudiantes y Profesionales de Psicología, realizado del 12 al 14 de Octubre de 2017 en la Universidad del Magdalena, Santa Marta, Colombia. La misma se ha publicado el día de hoy en el portal argentino: http://www.elsigma.com/columnas 

LA SALUD MENTAL COMO IMPERATIVO DEL SUPERYÓ[1]



John James Gómez G.


Los intentos taxonómicos de la Organización Mundial de la Salud (Clasificación Internacional de las Enfermedades –CIE-9 de 1975, implementado en 1979) y la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos (Manual de Estadísticas y Diagnósticos– DSM II, de 1968) ostentaban una comicidad involuntaria con tapizado, maquillaje y barniz científicos que ocultaban la tragedia de un encasillamiento de los seres humanos por parte de los médicos especializados en la “salud mental” con el pretexto de “clasificar” otra “cosa”, algo imprecisamente llamado mental disorders en Estados Unidos e Inglaterra, troubles mentaux en Francia y trastornos mentales en los países de lengua española –todos ellos eufemismos para evitar la vergonzante palabra que los atemorizaba o los desnudaba: “enfermedad mental”–.
Néstor Braunstein, 2013, págs. 8-9



Nos encontramos en una época que bien podría caricaturizarse bajo la forma de lo que Mac Augé (2004), etnólogo francés, ha denominado “cuerpos gloriosos”, más precisamente una apología de los cuerpos gloriosos. Se trata de una referencia al cuerpo asumido por la moral romana antigua a partir del momento en que adoptó como religión oficial al cristianismo. Un cuerpo que, habiendo cruzado el calvario, quedaba purificado del pecado original; era glorificado y llevado a la perfección en una trascendencia que le permitió sentarse al lado de Dios padre. Un cuerpo vencedor ante la muerte pues, aún habiéndola padecido, retornó encarnado en un ser celestial inmune a las carnívoras fauces de la Parca.

Lógicamente, en la modernidad, las aspiraciones a hacerse acreedores de un cuerpo glorioso no incluyen necesariamente el calvario como condición sine qua non. No se trata ni siquiera de poseerlo efectivamente, sino de tener el derecho, o más bien, el deber, de anhelarlo. Tal vez por ello nuestro tiempo pone de manifiesto una creencia en la magia, que se ironiza aparejada en la fe ciega en la ciencia. Los mercaderes lo saben. Las televentas y los infomerciales son su más eficiente testimonio. Promesas de satisfacción garantizada, como si el paraíso perdido pudiese recuperarse con solo estar entre los primeros cien que hacen una llamada y, por ese acierto afortunado, estarán contados entre lo elegidos que reciben un precio especial o algún producto adicional, “sin ningún costo”. Desde las abdominales con cinco minutos al día, logradas gracias a un aparatito diseñado con “tecnología de punta” y que en pocos días quedará guardado per secula seculorum bajo la cama, o en el cuarto de las cosas viejas, hasta la sartén capaz de cocinar saludablemente las verduras y las carnes que harán que ese cuerpo llegue a la gloria. Satisfacción garantizada sin el más mínimo esfuerzo, eludiendo así tanto al deseo como al goce que, como sabemos, se oponen, ambos, al principio del placer que rige el mundo de la naturaleza no humana.

Y como ese tipo de aspiraciones tienen como target de mercado al pueblo común, los más ricos quieren poseer algo que esté todavía más allá. Entonces, como bien lo señala el historiador Noah Harari, entregan cada vez más recursos para que pueda lograrse, algún día, lo que se ha llamado “Proyecto Gilgamesh”, una suerte de delirio de amortalidad que toma su nombre de aquel mito sumerio antiguo, según el cual el Rey Gilgamesh, habiendo decido no morir, viajó hasta los últimos confines del universo, luchando y matando a todo aquel que se interponía entre él y su objetivo, hasta que encontró el camino al infierno, de dónde regresó con las manos vacías pues ningún hombre podía vencer a la muerte. Sin duda, el caso de Cristo fue distinto. El proyecto Gilgamesh busca encontrar, por medio de la investigación científica, la manera de eliminar la muerte, pues ella es un acontecimiento indeseable, para las ilusiones del yo, claro está, que no puede soportar la idea de desaparecer como imagen de un cuerpo unificado. Y si a algunos de ustedes se les ha ocurrido que esto sería una catástrofe que empeoraría los problemas de la sobrepoblación mundial y sus efectos, les sugiero no preocuparse demasiado, ya que son muy pocos los que podrían responder a las leyes del mercado que permitirían acceder a esa clase de paraíso. En ese mismo sentido, casi delirante, encontramos el libro de Bart Kosko, titulado El futuro borroso o el cielo en chip, según el cual llegará el momento en que, incluso, podremos prescindir de estos cuerpos destinados a la muerte y la putrefacción, gracias a los “milagros de la era digital, que harán posible migrar nuestra “alma” a un cerebro de silicio.

Y podríamos continuar presentando ejemplos. La lista no es para nada desdeñable. Sin embargo, creo que el punto que quería poner de relieve ya está suficientemente indicado. El cuerpo glorioso da cuenta del anhelo de eliminar el cuerpo como lugar del acontecimiento, es decir, como lugar de lo imprevisto, lo incontrolable y lo insoportable. Y, para ello, la medicalización de la vida y de la cultura se convierte en un baluarte lleno de promesas amparadas en credos científicas, porque, como bien lo ha señalado Juan Samaja, la ciencia no deja de ser, a pesar de sus inconmensurables esfuerzos, un método de fijación de creencias. Por tanto, una práctica sujeta a los efectos de la moral y las peculiaridades históricas en las que se enmarcan sus objetos, sus métodos y, aún más, sus descubrimientos.

Así las cosas, dado que no hay un acontecimiento más notable que eso a lo que llamamos sujeto (symbama), los tratados de psicopatología se ven en apuros tratando de cazar brujas. No olvidemos que el gran antecesor de los manuales psicopatológicos fue el Malleus Malericarum, publicado a finales del siglo XV, y que la psiquiatría fue la heredera de los “tratamientos morales”, otrora aplicados por la Santa Inquisición. Pueden ir y constatarlo, los primeros tratamientos psiquiátricos recibían el nombre de “tratamientos morales” y se limitaban a torturas, menos inhumanas según los más ilustrados, que buscaban silenciar esos acontecimientos que irrumpían socavando las aspiraciones estéticas (ethös) de una especie que, a diferencia del resto, no sabe que hacer con lo que considera sus “desechos”. En ese sentido, no deja de ser llamativo que en español, cuerpo y puerco sean anagramas.  Y, merced de ello tenemos la problemática tendencia a hacer de las dos palabras derivadas de ese vocablo griego (ethos), formas morales: confundimos a la ética y a la estética con clasificaciones morales.

Lo diré sin más eufemismos. La salud mental es el imperativo categórico de una práctica moral. Y al respecto no hemos de olvidar que, como supo afirmarlo Freud, “el hombre normal no solamente es mucho más inmoral de lo que cree, sino mucho más moral de lo que sabe.” (Freud, 1923, pág. 52). La persecución al acontecimiento está servida a la orden del día. Si la enfermedad del cuerpo se vuelve inaceptable y no corresponder con los ideales del cuerpo glorioso que la época demanda, culpabiliza a muchos entre nosotros, no es porque allí interese entender el sufrimiento que atañe al sujeto, sino porque el sujeto es visto como algo a lo que hay que silenciar para que sus legítimas rarezas desaparezcan y él pueda ser juzgado como “bien adaptado” o, en otras palabras, como alguien con una “salud mental” ejemplar.

En nuestros días, la tristeza, según el DSM V, debe ser tomada como un dato que habla de una posible patología la cual, extrañamente, no es una enfermedad. Tal vez la palabra “patología” no había tenido nunca antes un sentido más redundante, que cuando se unió al prefijo “psykhé”. El pathos, que arrastra en su etimología el significado “pasión”, no puede ser sino constituyente del alma, entendida no como una entidad mística, sino en su onceava acepción de acuerdo con el diccionario de la RAE: “Hueco o parte de vana de algunas cosas y, especialmente, ánima del cañón”. Piénsela, si quieren, como el vacío, el sin sentido de la existencia. Todavía mejor, si pueden soportar un poco más de la verdad más singular, como la imposibilidad que atañe a cada uno cuando esfuerza por saber cómo tratar esas inquietudes que son al mismo tiempo tan íntimas y tan extrañas, derivadas de los excesos a los que nos empujan esas partes vanas de nuestro cuerpo erógeno, no glorioso; agujeros, almas, a las que Freud llamó pulsionales. Pero, como sabemos, tanto el pathos, como el alma, cayeron en desgracia cuando, por la moral antigua romana, se nos hizo herederos de una moris, es decir, de una deuda. Un deber que no soporta con facilidad el acontecimiento, que busca controlar todo lo que le parece perturbador. Entonces, la psiquiatría, y de su mano la psicología, queridos colegas, se convierten, en no pocas ocasiones, en su “jardinero fiel”.

Retomemos. Afirmé que en la salud mental se trata de patologías que no son enfermedades. Fue esa la razón por la que elegí como epígrafe ese fragmento del texto de Néstor Braunstein. Cada una de las palabras usadas, en inglés, francés y español, para referirse a cada una de las clasificaciones que se suponen clínicas, tienen un aspecto en común: no se refieren a un tipo de daño, o alteración funcional, biológica o anatómica, sino a un desacomodo, un desarreglo con respecto a los imperativos morales con los que una sociedad se plantea el deber ser para sus ciudadanos. Pueden tomar como constatación el caso de la homosexualidad, que a pesar de los señalamientos hechos por Freud desde 1915,  solo fue excluida del DSM en la revisión de su tercera versión; sólo luego de que los grupos conformados para reclamar sus derechos, allí donde el deber los categorizaba como un acontecimiento indeseable, ganaron luchas políticas y jurídicas ante las cuales la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés) se vio obligada a cambiar su punto de vista “clínico”. Noten entonces, que esa clínica, con apariencia de cientificidad, oculta una práctica que hace de la salud mental un imperativo categórico moralizante: un imperativo del superyó. Tal vez, en poco tiempo, nos ofrezcan una pastilla que prometa “curar” esos acontecimientos que son el sueño, el lapsus, el chiste, la elección de pareja, o cualquiera otra de las formaciones del inconsciente.

Ahora bien, interroguémonos: ¿qué se cura con los diagnósticos psicopatológicos? Es una pregunta que planteo, porque uno puede constatar, con cierta facilidad, que entre clasificar y brindar alivio, no necesariamente hay algún tipo de correlación. La etiología médica busca causas para intentar curar los males de un cuerpo en el que acontecen “males”. No es una palabra usada al azar, ella nos empuja a una oposición moral, como también lo hace la economía, entre “bienes” y “males”. Sin embargo, las “itis” y las “omas” parecen pertenecer al campo médico en el sentido de un organismo que puede prescindir de la subjetividad. Los seres humanos son vistos allí como organismos vivientes, nada más. Con las “osis”, por su parte, las cosas no parecen tan sencillas. Difícilmente puede explicarse alguna etiología al respecto. Si Freud se vio exhortado a escuchar el acontecimiento de un cuerpo, a través de la boca de un ser que habla, fue porque las “neurosis”, eludían los intentos médicos de explicación.

Una vez más lo diré sin eufemismos. Mi respuesta a la pregunta, ¿qué se cura con los diagnósticos psicopatológicos?, es: se cura el “clínico” de su encuentro con el acontecimiento de no saber, a ciencia cierta, qué quiere decir, ni como silenciar, eso que irrumpe desde la singularidad del sujeto y que enturbia los ideales estéticos de una civilización cada vez más especializada en pintarnos Un mundo feliz, o el sueño de un 1984 a la manera de George Orwell mientras para ocultar su condición más íntimamente miserable, los profesionales de la salud mental buscan las manera de evitar que desde el lugar del sujeto: mi-ser-hable.



 Referencias

                         
Augé, M. (2004). ¿Por qué vivimos? Para una antropología de los fines. Buenos Aires: Gedisa.

Braunstein, N. (2013). Clasificar en psiquiatría. México: Siglo XXI Edirtores.

Freud, S. (1923). El yo y el ello. En: Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984.

Harari, N. (2013). De animales a dioses. Breve historia de la Humanidad. Barcelona: Ed. Debate.

Kosko, B. (2010). El futuro borroso o el cielo en un chip. España: Ed. Crítica.








[1] Ponencia presentada en el marco del Simposio del Psicoanálisis, VII Congreso Internacional e Interinstitucional de Estudiantes y Profesionales de Psicología, realizado del 12 al 14 de Octubre de 2017 en la Universidad del Magdalena, Santa Marta, Colombia.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....