Fragmento y comentario del texto: Aún. En: El Seminario, libro 20. Lacan, J. (1972-1973). Buenos
Aires: Paidós. 1981, págs. 128. [Primera parte del comentario]
“…lo que hace vivibles a las llamadas relaciones humanas, es no pensar en ellas.”
Comentario:
Quien haya sido presa de la rumiación del pensamiento,
probablemente esté en posición para dar testimonio de lo insoportable que
resulta la sospecha de que, tal vez, el Otro y los otros engañan. “¿Me dice la
verdad o me miente?” “¿Qué quiere de mí?”. Son preguntas que no dejan de
martillar el clavo que se hunde, cada vez más profundo, en el agujero constituyente
de un ser que habla y usa letras (parlêttre);
ser banal e irrelevante que se toma a sí mismo como sentido de la existencia de
un Universo para el cual resulta innecesario. No importa adónde huya, ningún
lugar es refugio cuando la duda acecha.
Cuando Sartre, en su obra A puerta cerrada, puso en boca de Garcin las frases: “Así que esto
es el infierno. Nunca lo hubiera creído… ¿Recordáis?: el azufre, la hoguera, la
parrilla… ¡Ah! Qué broma. No hay necesidad de parrillas; el infierno son los
otros”, apuntó al corazón de la Otredad, que con Lacan (pero mucho antes con
los estoicos) se revelaría como constituyente del yo; Eso que es al mismo
tiempo lo más extraño y lo más íntimo del ser. Lo más insoportable y
perturbador.
Es ése el plano en el que se nos re-velan las relaciones humanas.
Un campo especular en que el yo se proyecta constantemente, poniendo en los
otros lo que por serle más constituyente es más perturbador. “Hacerse el loco”, “hacerse el boludo”, no
pensar en ello, no querer saber nada de eso, suele hacer soportable la
presencia de esa Otredad que habita en lo más íntimo como falta en ser.
De alguna manera, el yo se hace ilusiones, mientras ruega al Otro, y a los otros, con las palabras: “no me des-ilusiones”, amparado
en una falsa premisa a la que convierte en su mayor pasión, a saber, que la
ignorancia es dicha. Sin embargo, al
ser dicha, la ignorancia ya no puede callarse. No se habla sino de lo no
olvidado, (a-létheia), aunque no se
quiera pensar en eso, incluso si así se logra que las relaciones humanas sean más
o menos vivibles.
John James Gómez G.
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