jueves, 22 de septiembre de 2016

Fragmento del texto: “Psicología de las masas y análisis del yo.” (1921). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 76. [Primera parte del comentario]

“Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. Piden ilusiones, a las que no pueden renunciar. Lo irreal siempre prevalece sobre lo real, lo irreal las influye casi con la misma fuerza que lo real. Su visible tendencia es no hacer distingo alguno entre ambos."

Comentario:

La fascinación por las palabras es algo propio de su función. Ellas se nos presentan como portadoras de un poder innegable, al punto de confundirlas, fácilmente, con ensalmos capaces de producir efectos mágicos. Cientos de prácticas a lo largo de la historia de la humanidad se han basado en dicha suposición; desde las prácticas supersticiosas, los rituales religiosos, la magia y la hechicería, hasta la programación neurolingüística, pasando por todas las formas de sugestión que podamos imaginar, incluidas la hipnosis y el recurso a los salmos bíblicos. Sin embargo, tomarlas de tal manera implica desconocer la estructura en la cual se sustenta el poder que se les atribuye y empuja hacia la esperanza en efectos derivados de actos de fe. Es en ese punto donde la interrogación por la verdad queda reducida a la creencia en otro a quien se le atribuye algún modo de omnipotencia, y el creyente elige la ilusión en lugar de la sensatez.

Freud demostró los efectos que esto tiene sobre las masas. En ellas el yo se diluye y se entrega a la identificación con ideales que justifican acciones que, de otro modo, sería escandaloso, cuando no atroz, llevar a cabo. Las más grandes y más terribles acciones humanas se han perpetrado amparándose en la fe que las masas profesan ante las palabras provenientes de algún ser, supuestamente omnipotente, que exige la sumisión, la abnegación y el sacrificio de los creyentes. La inquisición, el nacismo y las diversas formas de violencia ejercida por “patriotismo”, son algunos pocos ejemplos entre los tantos que podrían citarse. Sea como fuere, es más fácil creer que pensar, aunque para muchos eso sea, paradójicamente, algo difícil de creer.

“Una mentira mil veces repetida se convierte en verdad”, famosa frase atribuida a Joseph Göbbels, ministro para la ilustración pública y la propaganda en la Alemania Nazi, ejemplifica bien el poder atribuido a las palabras. Sin embargo, no es la repetición en sí misma lo que produce un efecto de, lo que en términos de Foucault, se llamaría voluntad de verdad, sino la disposición, de quienes pronuncian y quienes escuchan las palabras repetidas, para hacerse sumisos al mandato de Otro a quien suponen omnipotente, de lo contrario, los psiquiatras hace tiempo estarían convencidos de la verdad que se manifiesta en el delirio, donde, sin duda, hay más verdades en juego que en las palabras pronunciadas por la mayoría de quienes se toman a sí mismos por seres humanos "normales".

John James Gómez G. 

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