Fragmento del texto: “Psicología de las masas y análisis del
yo.” (1921). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu
Editores. 1984, pág. 76. [Primera parte del comentario]
“Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. Piden
ilusiones, a las que no pueden renunciar. Lo irreal siempre prevalece sobre lo
real, lo irreal las influye casi con la misma fuerza que lo real. Su visible
tendencia es no hacer distingo alguno entre ambos."
Comentario:
La fascinación por las palabras es algo propio de su
función. Ellas se nos presentan como portadoras de un poder innegable, al punto
de confundirlas, fácilmente, con ensalmos capaces de producir efectos mágicos.
Cientos de prácticas a lo largo de la historia de la humanidad se han basado en
dicha suposición; desde las prácticas supersticiosas, los rituales religiosos,
la magia y la hechicería, hasta la programación neurolingüística, pasando por
todas las formas de sugestión que podamos imaginar, incluidas la hipnosis y el
recurso a los salmos bíblicos. Sin embargo, tomarlas de tal manera implica
desconocer la estructura en la cual se sustenta el poder que se les atribuye y
empuja hacia la esperanza en efectos derivados de actos de fe. Es en ese punto
donde la interrogación por la verdad queda reducida a la creencia en otro a
quien se le atribuye algún modo de omnipotencia, y el creyente elige la ilusión
en lugar de la sensatez.
Freud demostró los efectos que esto tiene sobre las masas.
En ellas el yo se diluye y se entrega a la identificación con ideales que
justifican acciones que, de otro modo, sería escandaloso, cuando no atroz,
llevar a cabo. Las más grandes y más terribles acciones humanas se han perpetrado
amparándose en la fe que las masas profesan ante las palabras provenientes de
algún ser, supuestamente omnipotente, que exige la sumisión, la abnegación y el
sacrificio de los creyentes. La inquisición, el nacismo y las diversas formas
de violencia ejercida por “patriotismo”, son algunos pocos ejemplos entre los
tantos que podrían citarse. Sea como fuere, es más fácil creer que pensar,
aunque para muchos eso sea, paradójicamente, algo difícil de creer.
“Una mentira mil veces repetida se convierte en verdad”,
famosa frase atribuida a Joseph Göbbels, ministro para la ilustración pública y
la propaganda en la Alemania Nazi, ejemplifica bien el poder atribuido a las
palabras. Sin embargo, no es la repetición en sí misma lo que produce un efecto
de, lo que en términos de Foucault, se llamaría voluntad de verdad, sino la
disposición, de quienes pronuncian y quienes escuchan las palabras repetidas, para hacerse sumisos al mandato de Otro a quien suponen omnipotente, de lo
contrario, los psiquiatras hace tiempo estarían convencidos de la verdad que se
manifiesta en el delirio, donde, sin duda, hay más verdades en juego que en las
palabras pronunciadas por la mayoría de quienes se toman a sí mismos por seres humanos "normales".
John James Gómez G.
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