Fragmento del texto: Conferencias de Introducción al
Psicoanálisis. (1915-1916). En: Obras Completas, vol. XV. Buenos Aires,
Amorrortu Editores. 1986, pág. 18. [Tercera parte del comentario]
"He ahí la laguna que el psicoanálisis se empeña en
llenar. Quiere dar a la psiquiatría esa base psicológica que se echa de menos,
y espera descubrir el terreno común desde el cual se vuelva inteligible el
encuentro de la perturbación corporal con la perturbación anímica."
Comentario:
Escuché decir a una psicóloga ante sus estudiantes, con tono
decidido y contundente, la siguiente sentencia: “no puede hacérsele
psicoanálisis a un tumor”. Se trata de un enunciado con el cual se buscaba
deslegitimar la teoría psicoanalítica y, con ella, el recurso a sus principios,
en tanto práctica, dentro del contexto hospitalario. La cuestión es que asumir
un enunciado tal, que, dicho sea de paso, no constituye por sí mismo un
argumento, pone de manifiesto al menos dos cosas: a) que la psicóloga confunde
su lugar con el de un médico que trata un tumor como anomalía biológica en sí
misma, desconociendo así el lugar de lo psíquico y, por tanto, rechazando el
objeto de la disciplina que dice representar; y b) que se desconoce al sujeto
sufriente reduciéndolo a un organismo, sin lugar para la palabra ni el
lenguaje. Es claro que desde una posición como aquella es infructuoso, cuando
no inviable, hacer “inteligible el encuentro de la perturbación corporal con la
perturbación anímica”.
La concepción de lo psíquico como un fenómeno más, entre los
que son producto de las operaciones biológicas, invalida, por definición, la
existencia de disciplinas como la psicología y la psiquiatría, lo cual parece
no sorprender a nadie, sobre todo, entre los mismos psicólogos y psiquiatras. Y
es que el afán por hacerse reconocer como científicos, en el sentido del
positivismo lógico, parece hacer más deseable el sostenimiento de una falacia
epistemológica que la apuesta por una interrogación rigurosa de un objeto de
estudio; si al menos se detuviesen a leer con atención a los físicos más
actuales y a científicos sociales con el talante de Pierre Bourdieu, tomarían
noticia de que la anhelada objetividad no es otra cosa que la honestidad
intelectual, aquella que tanto escasea por estos días.
¿A que llaman tratamiento de lo psíquico quienes parten de
una concepción que reduce a psykhé a
un mero fenómeno resultante de las operaciones biológicas? Sería difícil
averiguarlo, entre ellos escasean quienes quieran hablar al respecto. Freud,
por su parte, hablaba de un tratamiento del alma, palabra que reporta la
etimología primigenia del vocablo psykhé, muy a pesar de sus antecedentes como
médico y como neurólogo que bien podrían haberlo limitado a una búsqueda
organicista. Y aunque intentó ir por esa vía, la lógica misma del objeto que
estudiaba lo exhortó a ir más allá del discurso dominante en su época, a pesar
del precio que tenía que pagar al quedar excluido, por ello, del campo del cual
provenía. Pero si algo sabía Freud, y se esmeró por dejarnos constancia en su
obra, es que Psykhé y Eros concibieron a Voluptas y ése, justamente, ése, es el
campo donde el ser que habla y usa letras [parlêttre] se expresa, allí donde la
voluptuosidad y el exceso, efecto de una falta estructurante, revelan la condición insoportable de existir siendo
mucho más que un simple organismo pero mucho menos que un ser.
John James Gómez G.
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