domingo, 11 de septiembre de 2016

Fragmento del texto: Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. (1915-1916). En: Obras Completas, vol. XV. Buenos Aires, Amorrortu Editores. 1986, pág. 18. [Tercera parte del comentario]

"He ahí la laguna que el psicoanálisis se empeña en llenar. Quiere dar a la psiquiatría esa base psicológica que se echa de menos, y espera descubrir el terreno común desde el cual se vuelva inteligible el encuentro de la perturbación corporal con la perturbación anímica."

Comentario:

Escuché decir a una psicóloga ante sus estudiantes, con tono decidido y contundente, la siguiente sentencia: “no puede hacérsele psicoanálisis a un tumor”. Se trata de un enunciado con el cual se buscaba deslegitimar la teoría psicoanalítica y, con ella, el recurso a sus principios, en tanto práctica, dentro del contexto hospitalario. La cuestión es que asumir un enunciado tal, que, dicho sea de paso, no constituye por sí mismo un argumento, pone de manifiesto al menos dos cosas: a) que la psicóloga confunde su lugar con el de un médico que trata un tumor como anomalía biológica en sí misma, desconociendo así el lugar de lo psíquico y, por tanto, rechazando el objeto de la disciplina que dice representar; y b) que se desconoce al sujeto sufriente reduciéndolo a un organismo, sin lugar para la palabra ni el lenguaje. Es claro que desde una posición como aquella es infructuoso, cuando no inviable, hacer “inteligible el encuentro de la perturbación corporal con la perturbación anímica”.

La concepción de lo psíquico como un fenómeno más, entre los que son producto de las operaciones biológicas, invalida, por definición, la existencia de disciplinas como la psicología y la psiquiatría, lo cual parece no sorprender a nadie, sobre todo, entre los mismos psicólogos y psiquiatras. Y es que el afán por hacerse reconocer como científicos, en el sentido del positivismo lógico, parece hacer más deseable el sostenimiento de una falacia epistemológica que la apuesta por una interrogación rigurosa de un objeto de estudio; si al menos se detuviesen a leer con atención a los físicos más actuales y a científicos sociales con el talante de Pierre Bourdieu, tomarían noticia de que la anhelada objetividad no es otra cosa que la honestidad intelectual, aquella que tanto escasea por estos días.

¿A que llaman tratamiento de lo psíquico quienes parten de una concepción que reduce a psykhé a un mero fenómeno resultante de las operaciones biológicas? Sería difícil averiguarlo, entre ellos escasean quienes quieran hablar al respecto. Freud, por su parte, hablaba de un tratamiento del alma, palabra que reporta la etimología primigenia del vocablo psykhé, muy a pesar de sus antecedentes como médico y como neurólogo que bien podrían haberlo limitado a una búsqueda organicista. Y aunque intentó ir por esa vía, la lógica misma del objeto que estudiaba lo exhortó a ir más allá del discurso dominante en su época, a pesar del precio que tenía que pagar al quedar excluido, por ello, del campo del cual provenía. Pero si algo sabía Freud, y se esmeró por dejarnos constancia en su obra, es que Psykhé y Eros concibieron a Voluptas y ése, justamente, ése, es el campo donde el ser que habla y usa letras  [parlêttre] se expresa, allí donde la voluptuosidad y el exceso, efecto de una falta estructurante, revelan la condición insoportable de existir siendo mucho más que un simple organismo pero mucho menos que un ser.

John James Gómez G. 

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