Fragmento del texto: “Psicología de las masas y análisis del
yo.” (1921). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu
Editores. 1984, pág. 76. [Segunda parte del comentario]
“Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. Piden ilusiones,
a las que no pueden renunciar. Lo irreal siempre prevalece sobre lo real, lo
irreal las influye casi con la misma fuerza que lo real. Su visible tendencia
es no hacer distingo alguno entre ambos."
Comentario:
Las masas piden ilusiones, señalaba Freud. Las ilusiones
calman los corazones afligidos siempre y cuando se renuncie a todo interés por
la verdad. Es ésa la exigencia de la fe, por ejemplo. Exige una entrega
abnegada y sumisa, que no interrogue la ilusión de que, en algún lugar, hay una
garantía agenciada por la falacia de un Otro sin falta. La verdad, por su
parte, nunca está garantizada, y cuando algo de ella se devela toda certeza se
desvanece salvo aquella que nos pone frente a lo inevitable de la muerte, lo
que no evita que, gracias a la fascinación por la ilusión y al hecho de que la
muerte no es constatable como experiencia propia, el neurótico pretenda vivir
como si fuera eterno.
Por otro lado, las ilusiones suelen presentarse con la
apariencia de una verdad transparente, diáfana. Eso debería ser suficiente para
alertarnos acerca de su carácter ilusorio pues, como indicaba Lacan, la verdad sólo se
alcanza por vías torcidas. Ya desde los mitos antiguos, la verdad, alétheia,
aparecía ligada a lo insoportable de su desnudez. En ese sentido, lo que Freud
llamó castración tiene que ver con la verdad. Estamos ciegos ante ella. Es lo
que Edipo puso en acto al sacar sus ojos, merced del desconcierto provocado por
el encuentro con tan sólo un pequeño vestigio de lo insoportable de la verdad.
Los estoicos, por su parte, habían advertido eso que resta y tiene que ver con la verdad,
inaprensible, de la fusión entre dos cuerpos, en nuestro caso, organismo y lenguaje. Llamaron incorporal a ese resto e identificaron cuatro modos, a saber: espacio,
tiempo, vacío y lektón. La ciencia ha intentado apropiarse de los primeros,
espacio y tiempo, con la ilusión de que puede aprehenderlos; sin embargo,
cuando se creía que se los había captado con precisión, Einstein echó por
tierra las ilusiones de toda la comunidad científica mostrando lo evanescente,
relativo e indiferenciable, es decir, lo incorporal, de aquellas esquivas
dimensiones. En cuanto al vacío, lo común es huir de él, taponarlo con algún
señuelo, pero eso no evitó que Russell hallara en la paradoja del conjunto
universo, así como Heisenberg en su principio de incertidumbre y Gödel en su
teorema de incompletitud matemática, ese punto que muestra que, por
estructura, hay no-todo. En cuanto al lektón, que puede traducirse como
“expresable”, sabemos que, en lo que al lenguaje concierne, no hacemos más que
constatar su imposibilidad para decirlo todo.
John James Gómez G.