viernes, 30 de septiembre de 2016

Fragmento del texto: “Psicología de las masas y análisis del yo.” (1921). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 76. [Segunda parte del comentario]

“Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. Piden ilusiones, a las que no pueden renunciar. Lo irreal siempre prevalece sobre lo real, lo irreal las influye casi con la misma fuerza que lo real. Su visible tendencia es no hacer distingo alguno entre ambos."

Comentario:

Las masas piden ilusiones, señalaba Freud. Las ilusiones calman los corazones afligidos siempre y cuando se renuncie a todo interés por la verdad. Es ésa la exigencia de la fe, por ejemplo. Exige una entrega abnegada y sumisa, que no interrogue la ilusión de que, en algún lugar, hay una garantía agenciada por la falacia de un Otro sin falta. La verdad, por su parte, nunca está garantizada, y cuando algo de ella se devela toda certeza se desvanece salvo aquella que nos pone frente a lo inevitable de la muerte, lo que no evita que, gracias a la fascinación por la ilusión y al hecho de que la muerte no es constatable como experiencia propia, el neurótico pretenda vivir como si fuera eterno.

Por otro lado, las ilusiones suelen presentarse con la apariencia de una verdad transparente, diáfana. Eso debería ser suficiente para alertarnos acerca de su carácter ilusorio pues, como indicaba Lacan, la verdad sólo se alcanza por vías torcidas. Ya desde los mitos antiguos, la verdad, alétheia, aparecía ligada a lo insoportable de su desnudez. En ese sentido, lo que Freud llamó castración tiene que ver con la verdad. Estamos ciegos ante ella. Es lo que Edipo puso en acto al sacar sus ojos, merced del desconcierto provocado por el encuentro con tan sólo un pequeño vestigio de lo insoportable de la verdad.

Los estoicos, por su parte, habían advertido eso que resta y tiene que ver con la verdad, inaprensible, de la fusión entre dos cuerpos, en nuestro caso, organismo y lenguaje. Llamaron incorporal a ese resto e identificaron cuatro modos, a saber: espacio, tiempo, vacío y lektón. La ciencia ha intentado apropiarse de los primeros, espacio y tiempo, con la ilusión de que puede aprehenderlos; sin embargo, cuando se creía que se los había captado con precisión, Einstein echó por tierra las ilusiones de toda la comunidad científica mostrando lo evanescente, relativo e indiferenciable, es decir, lo incorporal, de aquellas esquivas dimensiones. En cuanto al vacío, lo común es huir de él, taponarlo con algún señuelo, pero eso no evitó que Russell hallara en la paradoja del conjunto universo, así como Heisenberg en su principio de incertidumbre y Gödel en su teorema de incompletitud matemática, ese punto que muestra que, por estructura, hay no-todo. En cuanto al lektón, que puede traducirse como “expresable”, sabemos que, en lo que al lenguaje concierne, no hacemos más que constatar su imposibilidad para decirlo todo. 


John James Gómez G.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Fragmento del texto: “Psicología de las masas y análisis del yo.” (1921). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984, pág. 76. [Primera parte del comentario]

“Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. Piden ilusiones, a las que no pueden renunciar. Lo irreal siempre prevalece sobre lo real, lo irreal las influye casi con la misma fuerza que lo real. Su visible tendencia es no hacer distingo alguno entre ambos."

Comentario:

La fascinación por las palabras es algo propio de su función. Ellas se nos presentan como portadoras de un poder innegable, al punto de confundirlas, fácilmente, con ensalmos capaces de producir efectos mágicos. Cientos de prácticas a lo largo de la historia de la humanidad se han basado en dicha suposición; desde las prácticas supersticiosas, los rituales religiosos, la magia y la hechicería, hasta la programación neurolingüística, pasando por todas las formas de sugestión que podamos imaginar, incluidas la hipnosis y el recurso a los salmos bíblicos. Sin embargo, tomarlas de tal manera implica desconocer la estructura en la cual se sustenta el poder que se les atribuye y empuja hacia la esperanza en efectos derivados de actos de fe. Es en ese punto donde la interrogación por la verdad queda reducida a la creencia en otro a quien se le atribuye algún modo de omnipotencia, y el creyente elige la ilusión en lugar de la sensatez.

Freud demostró los efectos que esto tiene sobre las masas. En ellas el yo se diluye y se entrega a la identificación con ideales que justifican acciones que, de otro modo, sería escandaloso, cuando no atroz, llevar a cabo. Las más grandes y más terribles acciones humanas se han perpetrado amparándose en la fe que las masas profesan ante las palabras provenientes de algún ser, supuestamente omnipotente, que exige la sumisión, la abnegación y el sacrificio de los creyentes. La inquisición, el nacismo y las diversas formas de violencia ejercida por “patriotismo”, son algunos pocos ejemplos entre los tantos que podrían citarse. Sea como fuere, es más fácil creer que pensar, aunque para muchos eso sea, paradójicamente, algo difícil de creer.

“Una mentira mil veces repetida se convierte en verdad”, famosa frase atribuida a Joseph Göbbels, ministro para la ilustración pública y la propaganda en la Alemania Nazi, ejemplifica bien el poder atribuido a las palabras. Sin embargo, no es la repetición en sí misma lo que produce un efecto de, lo que en términos de Foucault, se llamaría voluntad de verdad, sino la disposición, de quienes pronuncian y quienes escuchan las palabras repetidas, para hacerse sumisos al mandato de Otro a quien suponen omnipotente, de lo contrario, los psiquiatras hace tiempo estarían convencidos de la verdad que se manifiesta en el delirio, donde, sin duda, hay más verdades en juego que en las palabras pronunciadas por la mayoría de quienes se toman a sí mismos por seres humanos "normales".

John James Gómez G. 

domingo, 11 de septiembre de 2016

Fragmento del texto: Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. (1915-1916). En: Obras Completas, vol. XV. Buenos Aires, Amorrortu Editores. 1986, pág. 18. [Tercera parte del comentario]

"He ahí la laguna que el psicoanálisis se empeña en llenar. Quiere dar a la psiquiatría esa base psicológica que se echa de menos, y espera descubrir el terreno común desde el cual se vuelva inteligible el encuentro de la perturbación corporal con la perturbación anímica."

Comentario:

Escuché decir a una psicóloga ante sus estudiantes, con tono decidido y contundente, la siguiente sentencia: “no puede hacérsele psicoanálisis a un tumor”. Se trata de un enunciado con el cual se buscaba deslegitimar la teoría psicoanalítica y, con ella, el recurso a sus principios, en tanto práctica, dentro del contexto hospitalario. La cuestión es que asumir un enunciado tal, que, dicho sea de paso, no constituye por sí mismo un argumento, pone de manifiesto al menos dos cosas: a) que la psicóloga confunde su lugar con el de un médico que trata un tumor como anomalía biológica en sí misma, desconociendo así el lugar de lo psíquico y, por tanto, rechazando el objeto de la disciplina que dice representar; y b) que se desconoce al sujeto sufriente reduciéndolo a un organismo, sin lugar para la palabra ni el lenguaje. Es claro que desde una posición como aquella es infructuoso, cuando no inviable, hacer “inteligible el encuentro de la perturbación corporal con la perturbación anímica”.

La concepción de lo psíquico como un fenómeno más, entre los que son producto de las operaciones biológicas, invalida, por definición, la existencia de disciplinas como la psicología y la psiquiatría, lo cual parece no sorprender a nadie, sobre todo, entre los mismos psicólogos y psiquiatras. Y es que el afán por hacerse reconocer como científicos, en el sentido del positivismo lógico, parece hacer más deseable el sostenimiento de una falacia epistemológica que la apuesta por una interrogación rigurosa de un objeto de estudio; si al menos se detuviesen a leer con atención a los físicos más actuales y a científicos sociales con el talante de Pierre Bourdieu, tomarían noticia de que la anhelada objetividad no es otra cosa que la honestidad intelectual, aquella que tanto escasea por estos días.

¿A que llaman tratamiento de lo psíquico quienes parten de una concepción que reduce a psykhé a un mero fenómeno resultante de las operaciones biológicas? Sería difícil averiguarlo, entre ellos escasean quienes quieran hablar al respecto. Freud, por su parte, hablaba de un tratamiento del alma, palabra que reporta la etimología primigenia del vocablo psykhé, muy a pesar de sus antecedentes como médico y como neurólogo que bien podrían haberlo limitado a una búsqueda organicista. Y aunque intentó ir por esa vía, la lógica misma del objeto que estudiaba lo exhortó a ir más allá del discurso dominante en su época, a pesar del precio que tenía que pagar al quedar excluido, por ello, del campo del cual provenía. Pero si algo sabía Freud, y se esmeró por dejarnos constancia en su obra, es que Psykhé y Eros concibieron a Voluptas y ése, justamente, ése, es el campo donde el ser que habla y usa letras  [parlêttre] se expresa, allí donde la voluptuosidad y el exceso, efecto de una falta estructurante, revelan la condición insoportable de existir siendo mucho más que un simple organismo pero mucho menos que un ser.

John James Gómez G. 

sábado, 3 de septiembre de 2016

Fragmento del texto: Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. (1915-1916). En: Obras Completas, vol. XV. Buenos Aires, Amorrortu Editores. 1986, pág. 18. [Segunda parte del comentario] 

"He ahí la laguna que el psicoanálisis se empeña en llenar. Quiere dar a la psiquiatría esa base psicológica que se echa de menos, y espera descubrir el terreno común desde el cual se vuelva inteligible el encuentro de la perturbación corporal con la perturbación anímica."

Comentario:

Pensar la psicopatología es interrogar la naturaleza. Podemos hablar de patologías en el reino animal no humano, todas ellas asumidas desde el punto de vista de los estudios y tratamientos de las enfermedades, tomando como soporte para los parámetros etiológicos las coordenadas del funcionamiento orgánico. Incluso la medicina, a pesar de su actual tendencia a reconocer el carácter psicosomático de las enfermedades, suele limitar sus posibilidades explicativas y comprensivas a la perspectiva orgánica, anatómica y funcional. Las definiciones de salud y enfermedad, desde ese lugar, parecen claras, si es que uno no se toma el trabajo de pensarlas rigurosamente. Esa ilusión de claridad se basa en una creencia, a saber, que hay condiciones naturales que serían equivalentes a lo que, culturalmente, se considera “normal”, con todas las aporías que esa expresión implica.

Pero lo que se ha denominado psicopatología, difícilmente puede hacerse encajar en cánones de normalidad que operen como imposturas de la naturaleza. Asimismo, las definiciones de las palabras  salud y enfermedad tropiezan y caen rápidamente, a tal punto que en el campo de la salud mental nadie se atreve a hablar hoy de enfermedades y el término se sustituyó, ya hace tiempo, por uno no equivalente: trastorno. En inglés y en francés se ha hecho lo mismo: disorder y trouble son las palabras que han servido para eludir los problemas que conllevan las falacias de la psicopatología. Nadie sabe a ciencia cierta cómo explicar ni tratar lo psicopatológico, y los manuales, siempre vacilantes, siempre dependientes de las modas, de los psicofármacos de turno y de los ideales reinantes en las culturas dominantes, así lo constatan.

Así las cosas, si lo psicopatológico se acuña en su diferenciación con lo normal, puede encontrarse, sin necesidad de recabar demasiado en sus argumentos, que los parámetros en juego son estadísticos y/o morales, con lo cual, no hay allí coordenadas naturales que sirvan de soporte, como tampoco un organismo que, por sí mismo, permita dar cuenta de una etiología que pueda resultar sensata. Hagan el ejercicio: busquen en los diversos criterios del afamado DSM, o en los manuales de psicopatología en general, algún atisbo de certeza respecto de la etiología; verán cómo la fascinación de la psiquiatría por el positivismo lógico queda reducida a una fenomenología tan pobre que solo es comparable con la línea de indigencia bajo la que hoy suele ubicarse a la hermenéutica, merced de la ferocidad de los que se llaman a sí mismos científicos.


John James Gómez G.


¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....