lunes, 13 de junio de 2016

Fragmento del texto: Los cuatro conceptos fundamentales. Lacan, J. (1964). En: El seminario, libro 11. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1987, pág. 134. [Segunda parte del comentario]
 
“...la causa del inconsciente –y adviertan que en este caso la palabra causa debe ser entendida en su ambigüedad, causa por defender, pero también función de la causa a nivel del inconsciente–, esta causa ha de ser concebida intrínsecamente como una causa perdida. Es la única posibilidad que tenemos de ganarla.”

Comentario:

Puesto en evidencia el hecho de que nuestra práctica se articula en torno a una causa perdida, se nos plantea la pregunta por la finalidad de nuestro quehacer. El temor no se hace esperar y, rápidamente, muchos prefieren correr a algún puerto seguro. El campo psi, el campo de la salud mental o, incluso, el campo de la medicina, suelen ser esos lugares de refugio cuando el temor reduce la valentía a una sumisión que, por sí misma, da al traste con cualquier oportunidad para que, en nombre del psicoanálisis, pueda producirse algún efecto que no consista en intentar salvar, moralizar, juzgar, someter o, en todo caso, poner en marcha la locura de que se sabe qué es lo mejor para los otros.

Las advertencias de Lacan, al respecto, no faltaron. De hecho, algunas de ellas suelen repetirse como mantras de los que se espera alguna eficacia por el solo hecho de ser pronunciados: “ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana”; “mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte a la subjetividad de su época”; “hagan como yo y no me imiten”, o, “del padre, del Nombre del Padre, se puede prescindir a condición de servirse de él”; son algunas de ellas. Sin embargo, la creencia en el padre siempre retorna para echar por el suelo muchos de los empeños por poner en marcha la subversión del sujeto que el psicoanálisis implica. Las escuelas de psicoanálisis, aquellas en las que muchos han encontrado un padre a quien amar y del cual esperan signos de amor, incluso si estos se manifiestan como degradación, humillación o azote (pegan a un niño), así lo demuestran.

Si la causa del inconsciente es una causa perdida, es porque, como bien lo indica Guy Le Gaufey, hay una “evicción del origen”, que si bien no depende del psicoanálisis, pues fue la ciencia la que puso en escena esa desnudez genésica, sí fue en el seno del psicoanálisis donde vino a encontrar su lugar para que, en la pluma de Freud, ese imposible intentara escribirse de algún modo. Es por eso que el padre apareció con prontitud como interrogación, poniéndose en el centro del Edipo freudiano. De allí la crítica de Lacan a Freud por haber querido sostenerlo, encarnado y viviente. Pero ahí donde el padre viene a ponerse como tope, como garantía de todo lo demás, no hay otra cosa más que un agujero, un sinsentido originario, tan imposible de aprehender como lo es la gravedad para la física, aún en nuestros días: “Sí, decididamente, sí, no se encuentra un padre real como no se encuentra la gravedad –por más que, incluso, todos los cuerpos caigan.”[1]

John James Gómez G.





[1] Le Gaufey, G. (1995). La evicción del origen. Argentina: Ediciones Edelp, pág. 243.

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