viernes, 10 de junio de 2016

Fragmento del texto: Los cuatro conceptos fundamentales. Lacan, J. (1964). En: El seminario, libro 11. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1987, pág. 134. [Primera parte del comentario]
  
“...la causa del inconsciente –y adviertan que en este caso la palabra causa debe ser entendida en su ambigüedad, causa por defender, pero también función de la causa a nivel del inconsciente–, esta causa ha de ser concebida intrínsecamente como una causa perdida. Es la única posibilidad que tenemos de ganarla.”

Comentario:

Que la causa del inconsciente es una causa perdida, resulta todavía un escándalo mayor que aquel que se produjo con la sexualidad infantil presentada por Freud en 1905, en sus “Tres ensayos de teoría sexual”. Escándalos, hay que decirlo, de los que, aún hoy, poco se quiere hablar.

Enfrentarse al hecho de que en el origen no hay más que agujero, sinsentido, falta en ser originaria, y que alrededor de dicho agujero se tejen meras ilusiones que si bien, como Freud las define en el “Porvenir de una ilusión”, no son necesariamente falsas ni contradictorias con la realidad mas no por ello resultan suficientes para explicar eso que algunos llaman "sentido de la existencia", algo que por definición está ligado a una imposibilidad, no puede ser menos que perturbador.

Siendo así, resulta extraño que la gente quiera psicoanalizarse, pero, como constatamos en la práctica psicoanalítica, si las personas acuden a un psicoanalista es, precisamente, porque creen, al igual que lo hacen cuando acuden a cualquiera otra persona a la que le atribuyen algún tipo de saber sobre el alma, que allí podrán dejar, por fin, todo sinsentido y encontrar el sentido más esencial de su existencia. Sin embargo, esa no es más que otra ilusión sin porvenir que se precipitará hacia el encuentro con una causa perdida. Eso es lo único que el psicoanalista sabe y, si es que la función que él espera facilitar se produce, es probable que ese encuentro sea lo único que justifique la puesta en acto de su práctica.

Lo común es, entonces, que una práctica como la psicoanalítica, resulte cuando menos perturbadora y se hagan esfuerzos desde todos lados para erradicarla. Por un lado, porque no aspira a los cánones de un discurso moral que finalmente permita establecer cuáles son las buenas maneras de vivir, gozar y desear. Por otro, en la medida en que no sirve para nada de eso, el discurso común, orientado hacia el aplastamiento del deseo y la acumulación de capital, la juzgan señalando que no sirve para nada. Y, en cierto modo, tienen razón. Incluso, es el hecho de que no resulta útil a los fines del discurso capitalista, lo que justifica su lugar en nuestra cultura.


John James Gómez G.

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