Todo
pacto que permita reducir la violencia a través de gotas de tinta, merece con
urgencia nuestro interés. Algunas palabras a propósito de este 23 de junio... colombiano…
El rechazo a los diálogos de paz y a la finalización de la
barbarie es tan absurdo como el rechazo a la muerte digna. Quienes temen el fin de la guerra son aquellos que, de
algún modo, se benefician con ella. Así como la muerte digna despierta tanta
controversia, sobre todo en quienes aún no desean morir porque no sienten en
carne propia el deseo de abandonar ese cuerpo sufriente que ya no tiene
salvación, bien sea porque se creen profetas, mesías, redentores de almas,
devoradores de pecados, defensores del bien, del cielo, de la vida, o porque
prefieren el sufrimiento cruel del moribundo antes que asumir su herida
narcisista y su culpa, consciente o inconsciente, que se actualiza con la
fantasía de la realización del deseo de muerte de ese ser amado, así mismo,
quienes se oponen a la firma de un pacto que permita el cese de la violencia
derivada del conflicto armado entre el Estado y las FARC, no hacen otra cosa
que proteger su herida narcisista y su culpabilidad, a veces no tan
inconsciente.
La guerra siempre ha sido próspera. Independientemente de la
ideología en que se sustente, hacer la guerra permite satisfacer la pulsión de
muerte y, a los buitres, alimentarse de la carroña. Y en Colombia, para nuestro
infortunio, abundan los buitres. Eso sin contar, además, que la guerra es una
fuente de enriquecimiento, a la vez que un modo de promoción del odio, afecto,
sin duda, más potente que el amor y más fácil de atizar.
No se trata de hacerse los tontos y creer que firmar un
acuerdo de paz será el fin del conflicto, mucho menos el fin de las guerras. El
conflicto es inherente a la condición humana. Más aún, el conflicto es
necesario. No sólo el conflicto con los otros, sino también, y sobre todo, con
la otredad que habita en uno mismo. Es por eso que todo pacto simbólico que
permita limitar los alcances destructivos a los que puede llegarse, siempre vale
la pena. Si las FARC fueran una fuerza política legítima o realizaran su lucha
reconociendo al Estado como legítimo, no sería necesario un proceso de paz. Así
que necesitamos un proceso de paz para que su lucha, y el conflicto que le es
inherente, independientemente de nuestros prejuicios morales, siga por otra vía
que no sea la fascinación con el horror. Por tanto, cuando la oposición al
pacto se sustenta en la idea de que no se puede negociar con los insurgentes
porque ellos son delincuentes, se pone de manifiesto que el deseo que allí se
juega no es el de justicia sino el de venganza. Si no es con ellos con quienes
se debe pactar un cese de la violencia, entonces con quiénes…
Freud escribió que soñaba con que llegaría el día en que la
palabra extranjero no se confundiera con la palabra enemigo. Gran dificultad si
tenemos en cuenta que somos extranjeros incluso para nosotros mismos y que a
veces deseamos –y por eso tememos– nuestra propia destrucción tanto o más que
la de los otros. Entonces, es más fácil intentar volcar la violencia de nuestra
herida narcisista y de nuestro deseo de destrucción hacia los otros, sobre todo hacia aquellos de quienes recibimos nuestro propio mensaje de manera
invertida.
Promover el odio es tan eficaz que evita tener que esforzarse en argumentaciones. Odiar es tan apasionante que su triunfo está garantizado
sobre cualquier intento de razonar sensatamente. Es todavía mucho más fácil
cuando el periodismo se convierte en entretenimiento y la política se consolida
como un medio para abusar legalmente de un ejercicio ilegítimo del poder. Si
sumamos además el poco interés por la reflexión y el conocimiento que reina en
nuestros días, y la facilidad con la que se puede hacer viral cualquier tipo de
información, por más vacua que sea, cualquier esperanza de sensatez se viene a
pique.
No triunfamos como especie, infatuados "homo sapiens", por
nuestra sabiduría, sino, por violentos. Nuestra especie fue capaz de asesinar y
desaparecer de la faz de la tierra a todas las otras especies de “homos”, en
lugar de establecer pactos con ellos. Aquella historieta contada por nuestros
ilustres docentes de escuela, según la cual nuestra especie se mezcló con las
demás especies "homo" logrando así evolucionar, no es más que un velo para
disfrazar nuestra siniestra condición humana. Y quienes piensen que exagero,
constaten los libros de historia de la humanidad y verán derrumbadas las
historietas infantiles con las que la escuela nos maleducó. Por esa razón, todo
pacto que permita reducir la violencia a través de gotas de tinta, merece con
urgencia nuestro interés.
John James Gómez G.