jueves, 23 de junio de 2016

Todo pacto que permita reducir la violencia a través de gotas de tinta, merece con urgencia nuestro interés. Algunas palabras a propósito de este 23 de junio... colombiano…

El rechazo a los diálogos de paz y a la finalización de la barbarie es tan absurdo como el rechazo a la muerte digna. Quienes temen el fin de la guerra son aquellos que, de algún modo, se benefician con ella. Así como la muerte digna despierta tanta controversia, sobre todo en quienes aún no desean morir porque no sienten en carne propia el deseo de abandonar ese cuerpo sufriente que ya no tiene salvación, bien sea porque se creen profetas, mesías, redentores de almas, devoradores de pecados, defensores del bien, del cielo, de la vida, o porque prefieren el sufrimiento cruel del moribundo antes que asumir su herida narcisista y su culpa, consciente o inconsciente, que se actualiza con la fantasía de la realización del deseo de muerte de ese ser amado, así mismo, quienes se oponen a la firma de un pacto que permita el cese de la violencia derivada del conflicto armado entre el Estado y las FARC, no hacen otra cosa que proteger su herida narcisista y su culpabilidad, a veces no tan inconsciente.

La guerra siempre ha sido próspera. Independientemente de la ideología en que se sustente, hacer la guerra permite satisfacer la pulsión de muerte y, a los buitres, alimentarse de la carroña. Y en Colombia, para nuestro infortunio, abundan los buitres. Eso sin contar, además, que la guerra es una fuente de enriquecimiento, a la vez que un modo de promoción del odio, afecto, sin duda, más potente que el amor y más fácil de atizar.

No se trata de hacerse los tontos y creer que firmar un acuerdo de paz será el fin del conflicto, mucho menos el fin de las guerras. El conflicto es inherente a la condición humana. Más aún, el conflicto es necesario. No sólo el conflicto con los otros, sino también, y sobre todo, con la otredad que habita en uno mismo. Es por eso que todo pacto simbólico que permita limitar los alcances destructivos a los que puede llegarse, siempre vale la pena. Si las FARC fueran una fuerza política legítima o realizaran su lucha reconociendo al Estado como legítimo, no sería necesario un proceso de paz. Así que necesitamos un proceso de paz para que su lucha, y el conflicto que le es inherente, independientemente de nuestros prejuicios morales, siga por otra vía que no sea la fascinación con el horror. Por tanto, cuando la oposición al pacto se sustenta en la idea de que no se puede negociar con los insurgentes porque ellos son delincuentes, se pone de manifiesto que el deseo que allí se juega no es el de justicia sino el de venganza. Si no es con ellos con quienes se debe pactar un cese de la violencia, entonces con quiénes…

Freud escribió que soñaba con que llegaría el día en que la palabra extranjero no se confundiera con la palabra enemigo. Gran dificultad si tenemos en cuenta que somos extranjeros incluso para nosotros mismos y que a veces deseamos –y por eso tememos– nuestra propia destrucción tanto o más que la de los otros. Entonces, es más fácil intentar volcar la violencia de nuestra herida narcisista y de nuestro deseo de destrucción hacia los otros, sobre todo hacia aquellos de quienes recibimos nuestro propio mensaje de manera invertida.

Promover el odio es tan eficaz que evita tener que esforzarse en argumentaciones. Odiar es tan apasionante que su triunfo está garantizado sobre cualquier intento de razonar sensatamente. Es todavía mucho más fácil cuando el periodismo se convierte en entretenimiento y la política se consolida como un medio para abusar legalmente de un ejercicio ilegítimo del poder. Si sumamos además el poco interés por la reflexión y el conocimiento que reina en nuestros días, y la facilidad con la que se puede hacer viral cualquier tipo de información, por más vacua que sea, cualquier esperanza de sensatez se viene a pique.

No triunfamos como especie, infatuados "homo sapiens", por nuestra sabiduría, sino, por violentos. Nuestra especie fue capaz de asesinar y desaparecer de la faz de la tierra a todas las otras especies de “homos”, en lugar de establecer pactos con ellos. Aquella historieta contada por nuestros ilustres docentes de escuela, según la cual nuestra especie se mezcló con las demás especies "homo" logrando así evolucionar, no es más que un velo para disfrazar nuestra siniestra condición humana. Y quienes piensen que exagero, constaten los libros de historia de la humanidad y verán derrumbadas las historietas infantiles con las que la escuela nos maleducó. Por esa razón, todo pacto que permita reducir la violencia a través de gotas de tinta, merece con urgencia nuestro interés.

John James Gómez G. 

lunes, 20 de junio de 2016

Fragmento del texto: Los cuatro conceptos fundamentales. Lacan, J. (1964). En: El seminario, libro 11. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1987, pág. 134. [Tercera parte del comentario] Con este comentario entramos en receso hasta el 1 de agosto de 2016.

“...la causa del inconsciente –y adviertan que en este caso la palabra causa debe ser entendida en su ambigüedad, causa por defender, pero también función de la causa a nivel del inconsciente–, esta causa ha de ser concebida intrínsecamente como una causa perdida. Es la única posibilidad que tenemos de ganarla.”

Comentario:

Si tomamos en consideración lo comentado hasta ahora, esta paradójica salida propuesta por Lacan, por la cual concebir la causa como perdida es la única posibilidad que se tiene de ganarla, resulta inevitable, incluso, si ella no es del todo comprensible. Ganancia y pérdida se presentan como aparentes opuestos que convergen en un mismo punto, evocando así la sentencia de Levi-Strauss según la cual engañar la ley del intercambio constituye un imposible: no es posible “ganar sin perder, gozar sin compartir”[1]. Lacan se encargaba de señalarlo cuando exponía la trampa que se expresa en el enunciado: “la bolsa o la vida”. Si se elije no entregar la bolsa se pierde la vida, lo que implica, va de suyo, perder también la bolsa. En cambio, si se elije entregar la bolsa, se conserva la vida, no sin pérdida; vida cercenada de la bolsa.

Si se lleva aún más lejos la cuestión de la pérdida, por estar ligada a una causa,  queda excluido que pueda saberse algo de cualquier origen primigenio. La esencia, la identidad, el fundamento verdadero, la causa final,  o cualquier otra variante de “en el principio”, son cuestiones que, como la gravedad, resultan inaprehensibles muy a pesar de que constatemos sus efectos. Aun cuando la física no ha parado de chocar contra ese imposible, el positivismo no deja de buscar la relación inequívoca causa/efecto como garante explicativo de toda cuestión que se considere científica.  Causa, en ese sentido, equivale a garantía de un buen origen desconocido que llegará a conocerse. Muy a pesar de los más cientificistas, no hay una sola ciencia que hoy pueda jactarse de haber logrado un hallazgo tal.

El psicoanálisis es una práctica que, perturbadoramente, implica el reconocimiento de esa imposibilidad sin que por ello se retorne hacia la necesidad de forjar un mito o una cosmovisión para taponar el agujero de la causa, ni a prometer el hallazgo de una causalidad que garantice un saber completo. Así pues, el psicoanálisis desvela la desnudez genésica que las religiones intentan ocultar con su mitología y se enfrenta a la pregunta por la causa perdida que la ciencia silencia con su promesa de encontrar “la partícula de Dios”, para usar solo un ejemplo entre los muchos con los cuales se pone de manifiesto que ciencia y religión comparten el sueño de un génesis escrito sin falta originaria.

John James Gómez G.





[1] Levi-Strauss, C. (1995). La estructuras elementales del parentesco. Buenos Aires: Editorial Paidós, Básica, pág. 575.

lunes, 13 de junio de 2016

Fragmento del texto: Los cuatro conceptos fundamentales. Lacan, J. (1964). En: El seminario, libro 11. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1987, pág. 134. [Segunda parte del comentario]
 
“...la causa del inconsciente –y adviertan que en este caso la palabra causa debe ser entendida en su ambigüedad, causa por defender, pero también función de la causa a nivel del inconsciente–, esta causa ha de ser concebida intrínsecamente como una causa perdida. Es la única posibilidad que tenemos de ganarla.”

Comentario:

Puesto en evidencia el hecho de que nuestra práctica se articula en torno a una causa perdida, se nos plantea la pregunta por la finalidad de nuestro quehacer. El temor no se hace esperar y, rápidamente, muchos prefieren correr a algún puerto seguro. El campo psi, el campo de la salud mental o, incluso, el campo de la medicina, suelen ser esos lugares de refugio cuando el temor reduce la valentía a una sumisión que, por sí misma, da al traste con cualquier oportunidad para que, en nombre del psicoanálisis, pueda producirse algún efecto que no consista en intentar salvar, moralizar, juzgar, someter o, en todo caso, poner en marcha la locura de que se sabe qué es lo mejor para los otros.

Las advertencias de Lacan, al respecto, no faltaron. De hecho, algunas de ellas suelen repetirse como mantras de los que se espera alguna eficacia por el solo hecho de ser pronunciados: “ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana”; “mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte a la subjetividad de su época”; “hagan como yo y no me imiten”, o, “del padre, del Nombre del Padre, se puede prescindir a condición de servirse de él”; son algunas de ellas. Sin embargo, la creencia en el padre siempre retorna para echar por el suelo muchos de los empeños por poner en marcha la subversión del sujeto que el psicoanálisis implica. Las escuelas de psicoanálisis, aquellas en las que muchos han encontrado un padre a quien amar y del cual esperan signos de amor, incluso si estos se manifiestan como degradación, humillación o azote (pegan a un niño), así lo demuestran.

Si la causa del inconsciente es una causa perdida, es porque, como bien lo indica Guy Le Gaufey, hay una “evicción del origen”, que si bien no depende del psicoanálisis, pues fue la ciencia la que puso en escena esa desnudez genésica, sí fue en el seno del psicoanálisis donde vino a encontrar su lugar para que, en la pluma de Freud, ese imposible intentara escribirse de algún modo. Es por eso que el padre apareció con prontitud como interrogación, poniéndose en el centro del Edipo freudiano. De allí la crítica de Lacan a Freud por haber querido sostenerlo, encarnado y viviente. Pero ahí donde el padre viene a ponerse como tope, como garantía de todo lo demás, no hay otra cosa más que un agujero, un sinsentido originario, tan imposible de aprehender como lo es la gravedad para la física, aún en nuestros días: “Sí, decididamente, sí, no se encuentra un padre real como no se encuentra la gravedad –por más que, incluso, todos los cuerpos caigan.”[1]

John James Gómez G.





[1] Le Gaufey, G. (1995). La evicción del origen. Argentina: Ediciones Edelp, pág. 243.

viernes, 10 de junio de 2016

Fragmento del texto: Los cuatro conceptos fundamentales. Lacan, J. (1964). En: El seminario, libro 11. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1987, pág. 134. [Primera parte del comentario]
  
“...la causa del inconsciente –y adviertan que en este caso la palabra causa debe ser entendida en su ambigüedad, causa por defender, pero también función de la causa a nivel del inconsciente–, esta causa ha de ser concebida intrínsecamente como una causa perdida. Es la única posibilidad que tenemos de ganarla.”

Comentario:

Que la causa del inconsciente es una causa perdida, resulta todavía un escándalo mayor que aquel que se produjo con la sexualidad infantil presentada por Freud en 1905, en sus “Tres ensayos de teoría sexual”. Escándalos, hay que decirlo, de los que, aún hoy, poco se quiere hablar.

Enfrentarse al hecho de que en el origen no hay más que agujero, sinsentido, falta en ser originaria, y que alrededor de dicho agujero se tejen meras ilusiones que si bien, como Freud las define en el “Porvenir de una ilusión”, no son necesariamente falsas ni contradictorias con la realidad mas no por ello resultan suficientes para explicar eso que algunos llaman "sentido de la existencia", algo que por definición está ligado a una imposibilidad, no puede ser menos que perturbador.

Siendo así, resulta extraño que la gente quiera psicoanalizarse, pero, como constatamos en la práctica psicoanalítica, si las personas acuden a un psicoanalista es, precisamente, porque creen, al igual que lo hacen cuando acuden a cualquiera otra persona a la que le atribuyen algún tipo de saber sobre el alma, que allí podrán dejar, por fin, todo sinsentido y encontrar el sentido más esencial de su existencia. Sin embargo, esa no es más que otra ilusión sin porvenir que se precipitará hacia el encuentro con una causa perdida. Eso es lo único que el psicoanalista sabe y, si es que la función que él espera facilitar se produce, es probable que ese encuentro sea lo único que justifique la puesta en acto de su práctica.

Lo común es, entonces, que una práctica como la psicoanalítica, resulte cuando menos perturbadora y se hagan esfuerzos desde todos lados para erradicarla. Por un lado, porque no aspira a los cánones de un discurso moral que finalmente permita establecer cuáles son las buenas maneras de vivir, gozar y desear. Por otro, en la medida en que no sirve para nada de eso, el discurso común, orientado hacia el aplastamiento del deseo y la acumulación de capital, la juzgan señalando que no sirve para nada. Y, en cierto modo, tienen razón. Incluso, es el hecho de que no resulta útil a los fines del discurso capitalista, lo que justifica su lugar en nuestra cultura.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....