Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de
transferencia”. Freud, S. (915). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu
Editores. 1986. pág. 163 [Tercera parte del comentario].
“Acaso todo principiante en el psicoanálisis tema al
comienzo las dificultades que le depararán la interpretación de las ocurrencias
del paciente y la tarea de reproducir lo reprimido. Pero pronto aprenderá a
tenerlas en poco y a convencerse, en cambio, de que las únicas realmente serias
son aquellas con las que se tropieza en el manejo de la trasferencia.”
Comentario:
¿Cómo enfrentar una práctica en la cual la incertidumbre es
lo único seguro y la cura es siempre asintótica? Esta es la pregunta que, tal
vez, asalte con mayor fuerza a quienes esperan dedicarse a la práctica
psicoanalítica. En las universidades, y especialmente en las carreras de
psicología, siempre hay algunos interesados; estudiantes que reconocen en el
psicoanálisis un saber que los convoca, que los toca íntimamente; ellos esperan
encontrar entre los libros los secretos que les permitan orientarse en su
futuro quehacer como psicoanalistas. Algunos creen encontrarlos allí, entre los
dichos de los autores, y siguen paso a paso esas indicaciones elevándolas al
estatuto de un estándar. Otros, en cambio, se sienten desorientados, sin saber
muy bien de qué se trata Eso. Sin duda, están mejor orientados, en lo
que al psicoanálisis refiere, los que hacen parte del segundo grupo.
Si están mejor orientados quienes no saben dónde encontrar,
aún, eso que les permita ejercer la práctica, es porque, en su propia falta de
orientación, en la angustia que les implica ese no saber-hacer, se encuentra la
posibilidad de poner en marcha un deseo que vaya más allá de las imposturas
intelectuales propias de aquellos que creen tener siempre la sartén por el
mango y que auguran con certeza, incluso sin saber de qué se trata la historia
singular de un sujeto, incluida la propia, cuál debe ser el destino de todo
tratamiento. Tener un objetivo claro acerca del destino del tratamiento desde
la primera sesión, no puede ser otra cosa que una impostura, una ilusión que
obnubila a aquellos que se fascinan con su propia ceguera.
Es por eso que la formación y la práctica psicoanalítica no
pueden ser puestas en marcha sino por la vía de las propias formaciones del
inconsciente. Y si no escribo “las formaciones del propio inconsciente” es
porque lo inconsciente nunca es del todo propio; el otro especular y el Otro
del lenguaje siempre son constituyentes de lo inconsciente, y están articulados
sintomáticamente a ese yo que se supone, ingenuamente, dueño absoluto de sí y
de todo lo que asume como propio. Así pues, son las propias formaciones del
inconsciente lo que, en la experiencia psicoanalítica, puede llevarse hasta las
últimas consecuencias para extraer de Ello el saber no-todo posible. Es ahí, en
ese lugar, donde puede reconocerse algún saber-hacer para que se produzca esa función a la que llamamos “psicoanalista”.
John James Gómez G.
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