sábado, 3 de octubre de 2015

Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”. Freud, S. (915). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pág. 163 [Tercera parte del comentario].

“Acaso todo principiante en el psicoanálisis tema al comienzo las dificultades que le depararán la interpretación de las ocurrencias del paciente y la tarea de reproducir lo reprimido. Pero pronto aprenderá a tenerlas en poco y a convencerse, en cambio, de que las únicas realmente serias son aquellas con las que se tropieza en el manejo de la trasferencia.”

Comentario:

¿Cómo enfrentar una práctica en la cual la incertidumbre es lo único seguro y la cura es siempre asintótica? Esta es la pregunta que, tal vez, asalte con mayor fuerza a quienes esperan dedicarse a la práctica psicoanalítica. En las universidades, y especialmente en las carreras de psicología, siempre hay algunos interesados; estudiantes que reconocen en el psicoanálisis un saber que los convoca, que los toca íntimamente; ellos esperan encontrar entre los libros los secretos que les permitan orientarse en su futuro quehacer como psicoanalistas. Algunos creen encontrarlos allí, entre los dichos de los autores, y siguen paso a paso esas indicaciones elevándolas al estatuto de un estándar. Otros, en cambio, se sienten desorientados, sin saber muy bien de qué se trata Eso. Sin duda, están mejor orientados, en lo que al psicoanálisis refiere, los que hacen parte del segundo grupo.

Si están mejor orientados quienes no saben dónde encontrar, aún, eso que les permita ejercer la práctica, es porque, en su propia falta de orientación, en la angustia que les implica ese no saber-hacer, se encuentra la posibilidad de poner en marcha un deseo que vaya más allá de las imposturas intelectuales propias de aquellos que creen tener siempre la sartén por el mango y que auguran con certeza, incluso sin saber de qué se trata la historia singular de un sujeto, incluida la propia, cuál debe ser el destino de todo tratamiento. Tener un objetivo claro acerca del destino del tratamiento desde la primera sesión, no puede ser otra cosa que una impostura, una ilusión que obnubila a aquellos que se fascinan con su propia ceguera.

Es por eso que la formación y la práctica psicoanalítica no pueden ser puestas en marcha sino por la vía de las propias formaciones del inconsciente. Y si no escribo “las formaciones del propio inconsciente” es porque lo inconsciente nunca es del todo propio; el otro especular y el Otro del lenguaje siempre son constituyentes de lo inconsciente, y están articulados sintomáticamente a ese yo que se supone, ingenuamente, dueño absoluto de sí y de todo lo que asume como propio. Así pues, son las propias formaciones del inconsciente lo que, en la experiencia psicoanalítica, puede llevarse hasta las últimas consecuencias para extraer de Ello el saber no-todo posible. Es ahí, en ese lugar, donde puede reconocerse algún saber-hacer para que se produzca esa función a la que llamamos “psicoanalista”.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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