viernes, 16 de octubre de 2015

Fragmento del texto: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud.”  Lacan, J. (1957) En: Escritos 1. Siglo Veintiuno Editores S.A. 2ª ed. Buenos Aires. 2008. pp. 481 [Segunda parte del comentario]

“La experiencia psicoanalítica no consiste en otra cosa que en establecer que el inconsciente no deja ninguna de nuestras acciones por fuera de su campo.”

Comentario:

Constatamos con facilidad que la experiencia psicoanalítica no se halla en las universidades; no hay en su seno la posibilidad de una formación que contemple la práctica de las formaciones del inconsciente, tal vez ni siquiera sea recomendable que se llegue a contemplar una posibilidad como esa, y, justamente por ello, hacer resonar al interior de sus claustros la pregunta por el saber que el psicoanálisis comporta es, cuando menos, necesario.

El discurso universitario se sostiene gracias a la creencia en un saber positivamente objetivo, es decir, que busca a toda costa prescindir del sujeto, y no hay que incurrir en la ingenuidad de creer que la psicología, como discurso académico, estaría exenta de esta creencia. De hecho, las buenas intenciones que motivan lo que algunos llaman psicoeducación, no es otra cosa que el ejercicio del poder a través de una moralidad que intenta silenciar el malestar y homogenizar las maneras de vivir e, incluso, así lo sueñan, también de morir.

Podría pensarse que esa homogenización es algo deseable, si se toma como punto de partida ese delirio mesiánico que hace de lo psicosocial (o de la psicosis-social, si forzamos un poco la fonética) una voluntad de verdad, –para traer a cuentas la expresión de Foucault–, a la que no hay que confundir con la voluntad de saber. La voluntad de verdad enmascara, a través del orden de discurso imperante, aquella verdad que revelaría lo siniestro del masoquismo moral y, porqué no, del sadismo moral.  Sin embargo, y por fortuna, no hay que esperar mucho tiempo para que desde el campo del inconsciente surjan los efectos que resisten a toda homogenización y que hacen del sujeto un acontecimiento, a veces, estridente. El sujeto subvierte la voluntad de verdad e interroga el orden de discurso. Ese orden que en la actualidad parece estar agenciado, de manera privilegiada, a través de eso a lo que se llama psicoeducación.

Entonces, por ejemplo, cuando alguien que ha dedicado sus esfuerzos a operar como agente representante de ese orden de discurso por alguna razón ingresa en la experiencia psicoanalítica, es sorprendido por un saber inédito que interroga el sentido de su accionar, exhortándolo a responder desde una ética y una política que lo implican de manera íntima, es decir, respecto de su deseo. De tal modo, si puede reconocer que sus acciones están siempre dentro del campo de lo inconsciente, su posición como sujeto, respecto del saber y del orden de discurso imperante, se hace inevitablemente subversiva. Así, no hay otra subversión, como bien indicó Lacan, que la subversión del sujeto.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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