lunes, 5 de octubre de 2015


Fragmento del texto: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud.”  Lacan, J. (1957) En: Escritos 1. Siglo Veintiuno Editores S.A. 2ª ed. Buenos Aires. 2008. pp. 481 [Primera parte del comentario]

“La experiencia psicoanalítica no consiste en otra cosa que en establecer que el inconsciente no deja ninguna de nuestras acciones por fuera de su campo.”

Comentario:

En la psicología se suele ir desde el extremo de la reducción de todo acontecimiento a una mera consecuencia refleja o conductual de un organismo que intenta adaptarse “naturalmente” a un cierto medio, hasta la sobre interpretación, en ocasiones delirante, merced de la cual se atribuyen sentidos absolutistas y totalitarios que el "profesional" estaría en posición de emitir solo por el poder que se permite ejercer avalado en un trozo de papel al que se denomina título universitario. Abundan así las observaciones, las pruebas psicotécnicas, los interrogatorios llamados también “entrevistas clínicas”, como modos de impostura que sostienen la ilusión de una certidumbre con la que el profesional sentencia, desde su trono, el borramiento y el olvido del sujeto.

Esa ilusión parece hacer felices a algunos, que se jactan del poder que, desde ese lugar, pueden ejercer sobre ese a quien consideran enfermo, trastornado o desadaptado y que, de acuerdo con los cánones morales de la época, debe ser reintegrado al redil. Es la impostura, decía en el comentario anterior, de los que se fascinan con su propia ceguera. Pero ¿cómo no fascinarse, si de ese modo se evita la angustia de reconocer que, cuando se trata de la singularidad propia de lo que llamamos sujeto, nadie tiene la sartén por el mango?

Es necesario, entonces, no dejarnos obnubilar por los efectos feroces de la revolución industrial y del discurso capitalista que buscan hacer de las universidades lugares destinados a la producción en serie de profesionales que deberán competir entre sí como objetos dependientes de la ética del mercado. La pregunta por la formación no puede responderse con la mera repetición de contenidos que se usan como emblemas narcisistas que reclaman el reconocimiento de un amo que exige para ello una sumisión irreflexiva y abnegada.

Si hemos de reconocer una formación posible, resulta necesario interrogarnos acerca de la responsabilidad que nos convoca como sujetos deseantes para no actuar simplemente como autómatas que responden al mandato superyoico de la época que propende por homogenizar a "todos" bajo el imperativo que dicta: “hay que ser profesional para ser alguien la vida”. Así, las (j)aulas de clase se encuentran pletóricas de jóvenes que no saben muy bien qué los ha llevado a ese lugar, salvo el hecho de que no encuentran cómo articular un saber que les permita orientarse frente a la incertidumbre propia de no saber qué es aquello a lo que se llama el "ser".


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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