viernes, 30 de octubre de 2015

Fragmento del texto: “¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?”. Freud, S. (1919). En. Obras Completas, vol. XVII. Amorrortu Editores, 1979. Pág. 171. [Primera parte del comentario]

“…cabe afirmar que la universidad únicamente puede beneficiarse con la asimilación del psicoanálisis en sus planes de estudio. Naturalmente, su enseñanza sólo podrá tener carácter dogmático-crítico, por medio de clases teóricas, pues nunca, o sólo en casos muy especiales, ofrecerá la oportunidad de realizar experimentos o demostraciones prácticas. A los fines de la investigación que debe llevar a cabo el docente de psicoanálisis, bastará con disponer de un consultorio externo que provea el material necesario, en la forma de los enfermos denominados «nerviosos»…”

Comentario:

La pregunta que se hacía Freud en 1919, acerca de si debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad, pareciera hoy una simple banalidad resuelta hace décadas, si es que uno no se toma en serio su práctica.

Es un hecho. El psicoanálisis se enseña en las universidades. No sólo hay programas de pregrado en psicología, medicina, filosofía, literatura, sociología, antropología e incluso marketing en los que se dictan cursos sobre teoría psicoanalítica; también hay especializaciones, maestrías y doctorados con denominaciones diversas que incluyen al psicoanálisis. Y uno se pregunta ¿cómo es eso posible? ¿Acaso el psicoanálisis ha conseguido un lugar legítimo en la universidad? O ¿tal vez ha sido domesticado de tal manera por el discurso universitario, que es usado simplemente de acuerdo con los fines de un conocimiento homogenizante que nada tiene que ver con la subversión que le era propia en sus inicios?

Según Freud, el psicoanálisis puede nutrir a la universidad. Afirmó incluso que “comparado con todos los otros sistemas, el psicoanálisis es el más apropiado para trasmitir al estudiante un conocimiento cabal de la psicología”. (1919, pág. 170). Reconozcamos que Freud tenía razón, siempre y cuando el psicoanálisis no sea tomado solamente como un momento anecdótico de la historia de la psicología, digno de estar en un museo y que muchos desearían ver en un mausoleo, o como una teoría sospechosamente poco científica que bien sería comparable con una práctica chamánica. No obstante, es bastante común que sea presentado a los estudiantes de ese modo despreciativo, sobre todo en las carreras de psicología donde prima la idea de un cientificismo pseudonaturalista.

 ¿Cómo enseñar el psicoanálisis en la universidad, sin que la función de profesor o de maestro (maître: maestro-amo) termine devorándose al psicoanalista? ¿De qué modo es posible trasmitir algo del saber psicoanalítico en un espacio propedéutico, cuando el psicoanálisis no es, propiamente hablando, un sistema de pensamiento, una pedagogía ni un discurso moral? ¿Cómo enseñarlo sin convertirlo en ninguno de esos tres modos de domesticación?


John James Gómez G.

viernes, 16 de octubre de 2015

Fragmento del texto: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud.”  Lacan, J. (1957) En: Escritos 1. Siglo Veintiuno Editores S.A. 2ª ed. Buenos Aires. 2008. pp. 481 [Segunda parte del comentario]

“La experiencia psicoanalítica no consiste en otra cosa que en establecer que el inconsciente no deja ninguna de nuestras acciones por fuera de su campo.”

Comentario:

Constatamos con facilidad que la experiencia psicoanalítica no se halla en las universidades; no hay en su seno la posibilidad de una formación que contemple la práctica de las formaciones del inconsciente, tal vez ni siquiera sea recomendable que se llegue a contemplar una posibilidad como esa, y, justamente por ello, hacer resonar al interior de sus claustros la pregunta por el saber que el psicoanálisis comporta es, cuando menos, necesario.

El discurso universitario se sostiene gracias a la creencia en un saber positivamente objetivo, es decir, que busca a toda costa prescindir del sujeto, y no hay que incurrir en la ingenuidad de creer que la psicología, como discurso académico, estaría exenta de esta creencia. De hecho, las buenas intenciones que motivan lo que algunos llaman psicoeducación, no es otra cosa que el ejercicio del poder a través de una moralidad que intenta silenciar el malestar y homogenizar las maneras de vivir e, incluso, así lo sueñan, también de morir.

Podría pensarse que esa homogenización es algo deseable, si se toma como punto de partida ese delirio mesiánico que hace de lo psicosocial (o de la psicosis-social, si forzamos un poco la fonética) una voluntad de verdad, –para traer a cuentas la expresión de Foucault–, a la que no hay que confundir con la voluntad de saber. La voluntad de verdad enmascara, a través del orden de discurso imperante, aquella verdad que revelaría lo siniestro del masoquismo moral y, porqué no, del sadismo moral.  Sin embargo, y por fortuna, no hay que esperar mucho tiempo para que desde el campo del inconsciente surjan los efectos que resisten a toda homogenización y que hacen del sujeto un acontecimiento, a veces, estridente. El sujeto subvierte la voluntad de verdad e interroga el orden de discurso. Ese orden que en la actualidad parece estar agenciado, de manera privilegiada, a través de eso a lo que se llama psicoeducación.

Entonces, por ejemplo, cuando alguien que ha dedicado sus esfuerzos a operar como agente representante de ese orden de discurso por alguna razón ingresa en la experiencia psicoanalítica, es sorprendido por un saber inédito que interroga el sentido de su accionar, exhortándolo a responder desde una ética y una política que lo implican de manera íntima, es decir, respecto de su deseo. De tal modo, si puede reconocer que sus acciones están siempre dentro del campo de lo inconsciente, su posición como sujeto, respecto del saber y del orden de discurso imperante, se hace inevitablemente subversiva. Así, no hay otra subversión, como bien indicó Lacan, que la subversión del sujeto.


John James Gómez G.

lunes, 5 de octubre de 2015


Fragmento del texto: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud.”  Lacan, J. (1957) En: Escritos 1. Siglo Veintiuno Editores S.A. 2ª ed. Buenos Aires. 2008. pp. 481 [Primera parte del comentario]

“La experiencia psicoanalítica no consiste en otra cosa que en establecer que el inconsciente no deja ninguna de nuestras acciones por fuera de su campo.”

Comentario:

En la psicología se suele ir desde el extremo de la reducción de todo acontecimiento a una mera consecuencia refleja o conductual de un organismo que intenta adaptarse “naturalmente” a un cierto medio, hasta la sobre interpretación, en ocasiones delirante, merced de la cual se atribuyen sentidos absolutistas y totalitarios que el "profesional" estaría en posición de emitir solo por el poder que se permite ejercer avalado en un trozo de papel al que se denomina título universitario. Abundan así las observaciones, las pruebas psicotécnicas, los interrogatorios llamados también “entrevistas clínicas”, como modos de impostura que sostienen la ilusión de una certidumbre con la que el profesional sentencia, desde su trono, el borramiento y el olvido del sujeto.

Esa ilusión parece hacer felices a algunos, que se jactan del poder que, desde ese lugar, pueden ejercer sobre ese a quien consideran enfermo, trastornado o desadaptado y que, de acuerdo con los cánones morales de la época, debe ser reintegrado al redil. Es la impostura, decía en el comentario anterior, de los que se fascinan con su propia ceguera. Pero ¿cómo no fascinarse, si de ese modo se evita la angustia de reconocer que, cuando se trata de la singularidad propia de lo que llamamos sujeto, nadie tiene la sartén por el mango?

Es necesario, entonces, no dejarnos obnubilar por los efectos feroces de la revolución industrial y del discurso capitalista que buscan hacer de las universidades lugares destinados a la producción en serie de profesionales que deberán competir entre sí como objetos dependientes de la ética del mercado. La pregunta por la formación no puede responderse con la mera repetición de contenidos que se usan como emblemas narcisistas que reclaman el reconocimiento de un amo que exige para ello una sumisión irreflexiva y abnegada.

Si hemos de reconocer una formación posible, resulta necesario interrogarnos acerca de la responsabilidad que nos convoca como sujetos deseantes para no actuar simplemente como autómatas que responden al mandato superyoico de la época que propende por homogenizar a "todos" bajo el imperativo que dicta: “hay que ser profesional para ser alguien la vida”. Así, las (j)aulas de clase se encuentran pletóricas de jóvenes que no saben muy bien qué los ha llevado a ese lugar, salvo el hecho de que no encuentran cómo articular un saber que les permita orientarse frente a la incertidumbre propia de no saber qué es aquello a lo que se llama el "ser".


John James Gómez G.

sábado, 3 de octubre de 2015

Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”. Freud, S. (915). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pág. 163 [Tercera parte del comentario].

“Acaso todo principiante en el psicoanálisis tema al comienzo las dificultades que le depararán la interpretación de las ocurrencias del paciente y la tarea de reproducir lo reprimido. Pero pronto aprenderá a tenerlas en poco y a convencerse, en cambio, de que las únicas realmente serias son aquellas con las que se tropieza en el manejo de la trasferencia.”

Comentario:

¿Cómo enfrentar una práctica en la cual la incertidumbre es lo único seguro y la cura es siempre asintótica? Esta es la pregunta que, tal vez, asalte con mayor fuerza a quienes esperan dedicarse a la práctica psicoanalítica. En las universidades, y especialmente en las carreras de psicología, siempre hay algunos interesados; estudiantes que reconocen en el psicoanálisis un saber que los convoca, que los toca íntimamente; ellos esperan encontrar entre los libros los secretos que les permitan orientarse en su futuro quehacer como psicoanalistas. Algunos creen encontrarlos allí, entre los dichos de los autores, y siguen paso a paso esas indicaciones elevándolas al estatuto de un estándar. Otros, en cambio, se sienten desorientados, sin saber muy bien de qué se trata Eso. Sin duda, están mejor orientados, en lo que al psicoanálisis refiere, los que hacen parte del segundo grupo.

Si están mejor orientados quienes no saben dónde encontrar, aún, eso que les permita ejercer la práctica, es porque, en su propia falta de orientación, en la angustia que les implica ese no saber-hacer, se encuentra la posibilidad de poner en marcha un deseo que vaya más allá de las imposturas intelectuales propias de aquellos que creen tener siempre la sartén por el mango y que auguran con certeza, incluso sin saber de qué se trata la historia singular de un sujeto, incluida la propia, cuál debe ser el destino de todo tratamiento. Tener un objetivo claro acerca del destino del tratamiento desde la primera sesión, no puede ser otra cosa que una impostura, una ilusión que obnubila a aquellos que se fascinan con su propia ceguera.

Es por eso que la formación y la práctica psicoanalítica no pueden ser puestas en marcha sino por la vía de las propias formaciones del inconsciente. Y si no escribo “las formaciones del propio inconsciente” es porque lo inconsciente nunca es del todo propio; el otro especular y el Otro del lenguaje siempre son constituyentes de lo inconsciente, y están articulados sintomáticamente a ese yo que se supone, ingenuamente, dueño absoluto de sí y de todo lo que asume como propio. Así pues, son las propias formaciones del inconsciente lo que, en la experiencia psicoanalítica, puede llevarse hasta las últimas consecuencias para extraer de Ello el saber no-todo posible. Es ahí, en ese lugar, donde puede reconocerse algún saber-hacer para que se produzca esa función a la que llamamos “psicoanalista”.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....