Fragmento del texto: La transigoriedad. Freud, S. 1916. En: Obras Completas, vol. XIV. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986, pág. 309.
“El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable. Declaré incomprensible que la idea de la transitoriedad de lo bello hubiera de empañarnos su regocijo.”
Comentario:
Es harto sabido que la revolución acontecida con la interred y el surgimiento del mundo digital erosiona nuestras posibilidades de contemplar lo sublime. No les digo nada nuevo. Al menos nada que no hayan constatado en su cotidianidad.
Nuestra sumisión al llamado del Otro, que nos demanda permanecer antentos a los acontecimientos digitales, las redes virtuales, los correos electrónicos y los sitemas de comunicaciones instantáneas, nos ha robado el tiempo para comtemplar. Cuando parece que el tiempo “rinde más”, lo que constatamos es que ya no alcanza para nada. Nos “quemamos”, según se dice en los ámbitos de la “salud en el trabajo”, tratando de responder a las demandas de inmediatez y omnipresencia. A esa precariedad, marcada por la escasez de tiempo, ingenuamente le llamamos progreso.
Ni siquiera queda tiempo para percatarnos de la transitoriedad de la vida. Menuda ironía; cuando parece que podemos hacer muchas más cosas en mucho menos tiempo, olvidamos que la muerte acecha y que no somos sempiternos. No obstante, vivimos como si lo fuesemos, a fin de obedecer servilmente a otros que también son serviles; así constituimos una cadena de seres viles. Encadenados, nos entregamos al olvido de lo sublime por el acoso del ideal moderno de sobrevivir a las exigencias de la productividad y no morir en el intento. De allí que la única forma de mantenernos a salvo es lograr que nos paguen voluntariamente por lo que disfrutamos hacer sin necesidad de cobrar.
Ante un panorama tal, es comprensible que la tristeza, la instrospección, la reflexividad y, sobre todo, la interrogación a quienes ostentan algún poder, sean posiciones subjetivas vistas como peligrosas e indeseables. Por tanto, inventar nuevos trastornos para nombrar esas posiciones permite disponer los medios para su control, garantizando así la reducción y la patologización de la contemplación. A ese paso, probablemente nos quedaremos sin poetas y las “obras de arte” se reducirán en su mayoría a esfuerzos de “youtubers” e “influencers” por ganar seguidores; otras formas del servilismo moderno.
Así, la sensación de peligro ante la contemplación de lo sublime, en reconocimiento de nuestra transitoriedad, es tanta, que cuando se nos presenta la oportunidad de tomarnos un tiempo para ello surge una angustia a la que interpretamos como taedium vitae(hastío de la vida), para el cual se nos oferta un paliativo al que llamamos Smartphone, una modalidad digital de venda para nuestros ojos. De ese modo, en tierra de ciegos el tuerto es tomado por loco, como lo hizo notar H. G. Wells en su obra El país de los ciegos.
John James Gómez G.
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