viernes, 22 de febrero de 2019

Fragmento y comentario del texto: Discurso de Roma.En: Lacan, J. (2012). En: Otros Escritos. Buenos Aires: Editorial Paidós, p. 157.


Es por eso que se trata realmente de un nuevo oscurantismo cuando todo el movimiento actual del psicoanálisis se precipita a un retorno a las creencias ligadas a lo que llamamos el presupuesto de la psicología, en la primera fila de las cuales la pretendida función de síntesis del yo, por haber sido cien veces refutada, y mucho antes y fuera del psicoanálisis, por todas las vías de la experiencia y de la crítica, bien merece en su persistencia ser calificada de superstición.


Comentario:

 “¿Para qué un psicoanálisis?” Es otra de las preguntas que suelo escuchar, acompañada, por cierto, de enunciados como, “es que dura mucho tiempo” o, “es que no le dicen a uno qué hacer”. La pregunta está enteramente justificada. El “para qué” no llama a la causa sino a la utilidad. Y, hay que decirlo, si no es útil en algún sentido, ¿por qué valdría la pena?. 

A mi juicio, la cuestión a plantear en primer lugar a propósito de la útilidad del psicoanálisis exige implicar al sujeto en la pregunta, es decir, ¿para quién ha de ser útil un psicoanálisis? 

Tengamos en cuenta las exigencias cada vez más marcadas de la productividad. En la actualidad, el valor de cualquier oficio o praxis se define a partir de los dividendos que produce. Es decir, la utilidad se calcula en términos económicos a fin de garantizar la acumulación de capital para aquellos a quienes las personas, sus servidores, deben ser “útiles”. 

En razón de ello, la demanda que suele dirigirse a los profesionales de la psicología en los numerosos campos de su desempeño, por ejemplo, apunta a que las personas sean más funcionales, es decir, que se adapten mejor, hagan más y piensen menos, que se sientan menos infelices y, por tanto, se quejen menos. Los efectos de ello no se hacen esperar. Las exigencias de ser feliz mientras se es útil al Otro sin dejar lugar al deseo, constituyen el mayor caldo de cultivo para agitar la violencia estructural de la pulsión de muerte. No ha de extrañarnos, pues, que los ataques de pánico, el “síndrome del quemado” (burnout), la depresión y el suicidio, sean algunas de las problemáticas crecientes en nuestros días. 

Ante un panorama semejante el psicoanálisis se sostiene, no sin dificultades, como una praxis subversiva. Su utilidad no apunta a los dividendos, sino a brindar, a cada uno, la posibilidad de hablar y saber de aquello que por las exigencias de la sociedad se esfuerza en callar,  mientras sufre la culpabilidad cuando no logra soportar las exigencias de parecer funcional y bien adaptado. Desde allí, se abren vías hacia la interrogación sobre el deseo que lo habita. Así,  se trata de que el psicoanálisis sea útil para quien desea saber-hacer con su propia posición como sujeto. 

Entonces, ¿para qué un psicoanálisis? Para no ceder en el deseo, a fin de no quedar preso de los efectos devastadores de la culpabilidad por el “deber”, en todos los sentidos que puede darse a esa palabra. 

John James Gómez G. 

viernes, 15 de febrero de 2019

Fragmento y comentario del texto: Discurso de Roma.En: Lacan, J. (2012). En: Otros Escritos. Buenos Aires: Editorial Paidós, p. 157.


Es por eso que se trata realmente de un nuevo oscurantismo cuando todo el movimiento actual del psicoanálisis se precipita a un retorno a las creencias ligadas a lo que llamamos el presupuesto de la psicología, en la primera fila de las cuales la pretendida función de síntesis del yo, por haber sido cien veces refutada, y mucho antes y fuera del psicoanálisis, por todas las vías de la experiencia y de la crítica, bien merece en su persistencia ser calificada de superstición.


Comentario:


“¿Todo el mundo debería analizarse?” Es una pregunta que algunas personas me han planteado y, de manera incisiva, quienes demandan del psicoanálisis el remedio para “todos los males del mundo”, como si se tratase de una religión o, en todo caso, de algún tipo de disciplina moral.

Es cierto que algunos psicoanalistas toman al psicoanálisis como si se tratase de un discurso moral y lo viven con cierta religiosidad, cuidando la imagen de Freud (¿padre?), Lacan (¿hijo?) y de su propio lugar (¿espíritus santos?, ¿almas bellas?) a fin de manterlos inmaculados. No obstante, hemos de recordar que, precisamente, el psicoanálisis es una práctica que, desde ningún punto de vista, se autoriza a decir cómo deben vivir las personas, cuáles deberían ser sus maneras de amar, gozar o desear. Que esos conceptos hagan parte de su corpus teórico, no es lo mismo que predicar imperativos morales en su nombre.

Así, la respuesta a la pregunta no puede presentarse bajo otra modalidad, que con la ley misma que el psicoanálisis constata en su clínica, a saber, “el no-todo”. No-todo el mundo debe analizarse. De hecho, no-todo el mundo requiere un análisis para saber hacer con su sufrimiento. El psicoanálisis abre la posibilidad de que alguien que sufre se pregunte por su lugar como agente en eso que padece y, desde allí, se aboque a inventar un saber (hacer) con Eso. Nada más. En ese sentido, a mi juicio, nadie va más en contra de la ética que exige la práctica psicoanalítica que quienes van por el mundo diciendo a todos que “deberían analizarse” por X o Y razón. 

Por otro lado, el psicoanálisis no se trata de un deber. De hecho, es por el peso del deber, de la deuda simbólica y sus efectos sobre la subjetividad, que muchos, en algún momento, hemos elegido analizarnos. El malestar que a veces empuja a ello suele aparecer cuando constatamos que allí donde prima el deber no queda lugar para el deseo.

John James Gómez G.

viernes, 8 de febrero de 2019

Fragmento y comentario del texto: La equivocación del sujeto supuesto saber.En: Lacan, J. (2012). En: Otros Escritos. Buenos Aires: Editorial Paidós, p. 357-358



Una teoría que incluye una falta que debe volverse a encontrar en todos los niveles –inscribirse aquí como indeterminación, allí como certeza, y formar el nudo de lo ininterpretable– en ella me esfuerzo, ciertamente sin dejar de experimentar su atopía sin precedentes. La pre­gunta aquí es: ¿qué soy yo para atreverme a semejante elaboración? La respuesta es simple: un psicoanalista. 
           

Comentario:

¿De qué se ocupa un psicoanalista? Después de más de cien años de existencia del psicoanálisis, esta podría parecer una pregunta resuelta. Sin embargo, lo que notamos es que, en algunas ocasiones, resulta difícil de responder dadas las circunstancias de nuestros días. Se trata de algo tan difícil como puede llegar a ser, para los filósofos, la pregunta ¿para qué sirve la filosofía? 

En tiempos cuando la producción y acumulación en torno al capital económico son vistas como el mayor ideal y, por qué no, lo más parecido a la felicidad según el capitalismo salvaje, las disciplinas que se ocupan de las inquietudes más íntimas de lo humano son vistas como improductivas e, incluso, como inconvenientes. Sea como fuere, somos testigos de un constante rechazo al saber, mientras la información pulula por doquier.

Evidentemente, psicoanálisis y filosofía no son disciplinas equivalentes. No se ocupan de los mismos asuntos, aunque haya quienes se esfuercen por dar al psicoanálisis el estatuto de una filosofía. De manera muy general, digamos que la segunda se ocupa de lo que puede pensarse, mientras la primera se ocupa de lo surge allí donde no pensamos, lo inconsciente, que se trata de un saber hacer con lo que nos es más constituyente y tiene efectos sobre nuestra vida, no siempre reconfortantes.

¿Qué hace a esas dos disciplinas algo tan incoveniente para los dircursos dominantes en estos tiempos? Probablemente que ambas se ocupan de cuestiones que implican formas de relación con la verdad. En el caso del psicoanálisis esto quiere decir, ocuparse de lo que para cada uno resulta imposible de sorpotar y a lo cual, aun así, no logra renunciar sin importar el esfuerzo, la disciplina o la voluntad que ponga en juego. 

Entonces, podemos decir que un psicoanalista se ocupa de eso imposible de soportar pero que, dado que se manifiesta allí donde no operan el pensamiento ni la voluntad en sentido consciente, implica una satisfacción paradójica, un goce que se sufre pero al cual parece imposible renunciar. 


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....