martes, 3 de abril de 2018

Fragmento y comentario del texto: Breve discurso en la O.R.F.T. En: Lacan, J. (1966). Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial. 1988, p. 37 [Quinta parte del comentario]

“Que no sean palabras a la deriva, es decir, que su deriva solo está sujeta a una ley de las palabras –a una lógica radical que intento establecer– es algo que lleva a una revisión total de todo cuanto ha podido pensarse hasta ahora del pensamiento.”

Comentario:

En el comentario anterior presenté una escritura basada en pares ordenados para el ejemplo dado por Freud en su primer apartado de Psicopatología de la vida cotidiana. Si retomamos el esquema propuesto por Freud para dicho ejemplo, ya no en la lógica subyacente al olvido y los sustitutos que acuden a su memoria, sino en la de los motivos inconscientes, encontramos que sitúa como tales a la muerte y la sexualidad.

Tengamos en cuenta que se trata de un texto de 1901, temprano si consideramos lo que todavía estaba por elaborar durante los años venideros. Sin embargo, Freud apuntaba desde entonces, con esos dos términos, a cuestiones cruciales que se constituirían en ejes centrales para su concepción de la vida psíquica; más allá del ejemplo particular de su olvido, sexualidad y muerte constituyen las condiciones de la dualidad pulsional propuesta por él en 1920 bajo la forma pulsión de vida/pulsión de muerte 

¿Por qué resultan relevantes esos dos términos y qué tendrían que ver con la “ley de las palabras” a la que se refería Lacan? No apresuremos demasiado las cosas. Mencionemos primero un par de cuestiones que podrían catalogarse como “antropológicas”, y vayamos desde allí a lo que atañe de modo específico al psicoanálisis. Esto es, tomemos primero cuestiones propias de las leyes de la cultura, que no son otra cosa que leyes simbólicas, leyes de palabras; de hecho, no hay una ley que no lo sea.

Sabemos que culturalmente la sexualidad y la muerte se ven ligadas con frecuencia a lo que se denominan Tabús. Existen variadas maneras de expresión de esos tabús, incluso en nuestra época, en la que tenemos una ingenua ilusión, a saber, que habríamos llegado a tanto como “naturalizar” la muerte y el sexo. Es cierto que lo que se muestra hoy a través de los medios de comunicación y las redes sociales pareciera ser completamente opuesto al carácter de sumo recato que se vivía públicamente en la Época Victoriana de la que Freud fue hijo. No obstante ese “pareciera”, se constata con facilidad que las formas actuales de mostración no son evidencia, mucho menos prueba, de que los tabús relacionados con la muerte y la sexualidad han llegado a su fin. Esto se debe a que los tabús, más que una prohibición, en tanto ley, constituyen el velo con el cual se encubre una imposibilidad lógica. Un tabú es aquello que una cultura suele poner como prohibición, en el lugar donde es imposible hablar sabiendo lo que se dice.

Ahora bien, recordemos que la sexualidad implica la pregunta por un límite irreconocible, irrepresentable, a saber, el origen. La muerte, por su parte, implica la pregunta por otro límite igual de irrepresentable: el fin. Buena parte de los mitos y los ritos –y con ellos las leyes con las que se ordena eso que algunos antropólogos denominan “cosmovisión”–, existentes a lo largo de la historia humana, sobre los que tenemos noticia, se ocupan de esos dos límites. Sabemos a partir de ello, que lo irrepresentable del origen llevó a la invención del padre, mientras que lo irreconocible de la muerte llevó a la invención de un más allá. Seguramente pueden intuir ustedes desde ya, en estos asuntos aparentemente antropológicos, cuestiones de índole eminentemente psicoanalíticael padre y el más allá del principio del placer. Avanzaremos un poco más al respecto en el próximo comentario.

John James Gómez G.

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