miércoles, 7 de marzo de 2018

Fragmento y comentario del texto: Breve discurso en la O.R.F.T. En: Lacan, J. (1966). Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial. 1988, p. 37 [Tercera parte del comentario]

“Que no sean palabras a la deriva, es decir, que su deriva solo está sujeta a una ley de las palabras –a una lógica radical que intento establecer– es algo que lleva a una revisión total de todo cuanto ha podido pensarse hasta ahora del pensamiento.”

Comentario:

Aunque parezca lejano a nuestros intereses, cuando del psicoanálisis se trata, situar con precisión la ley de las palabras implica tomar en cuenta, entre otras cosas, la probabilidad. Hablar no consiste en una simple acción mecánica. Tampoco da cuenta de una traducción fiel de aquello que solemos llamar pensamientos. Por tanto, al margen del correcto funcionamiento de la motricidad y de la intención que de modo consciente se juega en nuestro propósito de decir algo con cierto sentido, existe la probabilidad de que la lengua tropiece. Noten que aquí uso el término lengua en doble sentido. Por un lado, me refiero al órgano que se encuentra en la boca y que tiene que ver con la experiencia de lo que sabe, también en doble sentido, es decir, tanto con el saber como con el sabor. Por otro lado, me refiero a la lengua en su segunda y su tercera acepción según la RAE: “Sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana y que cuenta generalmente con escritura", y “Sistema lingüístico considerado en su estructura.[1]”

Esa estructura no opera siempre de la misma manera en la escritura, y menos en su relación con la lengua hablada. Sabemos que hay diversos modos de escritura, desde los jeroglíficos, pasando por los códices mayas y los caracteres hebreos y chinos, hasta nuestro abecedario; éste último el más generalizado en Occidente.

Además, debemos considerar que la lengua hablada tampoco se reduce en sentido estricto a su escritura, la diferencia entre el nombre de una letra, los morfemas que componen una palabra, el grafema que representa una letra y el fonema que permite su articulación acústica con otros fonemas para formar una palabra que pueda pronunciarse, deberían alertarnos de que escribir y hablar no son cuestiones idénticas. Sin embargo, al menos en nuestro sistema, es decir, el que funda su estructura en un abecedario que, como en las cifras numéricas opera por la posición que un término ocupa en relación con los otros, podemos tomar un punto clave que hace las veces de bisagra entre lengua hablada y lengua escrita, a saber, la letra.

En tal virtud, no es gratuito que mientras Freud asumía a la neurona como partícula mínima material de lo psíquico, segunda idea rectora de su Proyecto de psicología, Lacan haya elegido a la letra como partícula mínima material del lenguaje, en la vía de su concepción del inconsciente en tanto saber estructurado como un lenguaje. De hecho, esas dos posiciones tal vez sean suficientes para mostrar que, en términos axiomáticos, hay diferencias cruciales, epistémicas, entre lo que Freud y Lacan entendían por inconsciente y, va de suyo, por psicoanálisis.

En esa vía, podemos situar entonces que una equivocación al hablar, por ejemplo, independientemente de las motivaciones inconscientes que pueda tener, cuestión que abordaré en próximos comentarios, requiere también de una proximidad de algún tipo entre aquellos términos que participan en la equivocación. Para dejar esbozada esta cuestión, tomemos un ejemplo brindado por Freud, el cual ustedes podrán encontrar en sus Conferencias de introducción al psicoanálisis:

[S]i un caballero se dirige a una dama por la calle con estas palabras: «Si usted lo permite, señorita, querría yo acomtrajarla {begleit-digen}». Es evidente que en la palabra mixta se esconde, junto a «acompañar» {Begleiten}, «ultrajar» {Beleidigen). (Dicho sea de paso, el joven no habrá tenido mucho éxito con la dama)[2].

Si tomamos las palabras acompañar y ultrajar, tal vez nos parezca poco verosímil una equivocación que pueda condensarlas produciendo el vocablo acomtrajarla. Sin embargo, consideren que se trata de una traducción del alemán al español, razón por la cual nuestra atención, a nivel de la letra, debe centrarse en los vocablos del idioma original lo que, por fortuna, está claramente plasmado en la versión del texto publicada por Amorrortu Editores. Las palabras begleiten (acompañar) y beleidigen (ultrajar) tienen, a nivel de la proximidad en cuanto a su identidad y diferencia, una alta probabilidad de equivocidad, es decir, de encadenarse para cumplir un propósito en relación con el doble sentido en juego, según el ejemplo de Freud, de lo que el caballero querría decir a la dama. Por tanto, el vocablo begleit-digen que sustituye, por condensación, a los dos originales, integrando el fragmento begleit, que hace parte de la palabra begleiten (acompañar), con el fragmento digen que hace parte de la palabra beleidigen (ultrajar), es fruto, en buena medida, de esa probabilidad por proximidad.

Así las cosas, la traducción al español es irrelevante, salvo que queramos concentrarnos en el significado. En cambio, si lo que nos interesa está a nivel de la materialidad del significante en relación con la letra, podemos captar que, en términos probabilisticos, hay una alta y muy útil equivocidad, entre las dos palabras que resultan condensadas, a los fines de lo que el caballero quiere y no quiere decir a la dama. Dejo las cosas por ahora con este ejemplo, y avanzaré un poco más al respecto en el comentario siguiente.

John James Gómez G.



[1] Ver: http://dle.rae.es/?id=N77BOIl
[2] Freud, S. (1915). 2ª Conferencia. Los actos fallidos (cont.). En: Obras Completas, vol. XV. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1982, p. 38.

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