jueves, 15 de febrero de 2018


Fragmento y comentario del texto: Breve discurso en la O.R.F.T. En: Lacan, J. (1966). Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial. 1988, p. 37 [Primera parte del comentario]

“Que no sean palabras a la deriva, es decir, que su deriva solo está sujeta a una ley de las palabras –a una lógica radical que intento establecer– es algo que lleva a una revisión total de todo cuánto ha podido pensarse hasta ahora del pensamiento.”

Comentario:

Decir tonterías, entregarse al boludeo de las palabras; esa parece ser, a primera vista, la invitación hecha por un psicoanalista a la persona que asiste a su consulta para hablar de algo que representa un cierto modo de sufrimiento. Es una invitación que puede pasar por cómica, incluso, suponerse carente de interés. ¿Por qué? Por el hecho de que nuestra idea de las cosas, de aquellas que  consideramos dignas de atención, se orienta por una noción de pensamiento que hacemos equivaler a la consciencia. Entonces, ¿cómo podría alguien, en sus “justos cabales”, prestarse a una pérdida de tiempo semejante? ¿Qué valor podría otorgarse al acto de hablar como si el significado de las palabras que dan esa aparente majestuosidad a la “claridad del pensamiento”, que siempre queremos ostentar, fuera prescindible? Más, todavía, ¿por qué pagar a alguien para que escuche semejantes tonterías? En un mundo pletórico de claridades, algunas incluso tan poderosas como las llamadas “leyes de la naturaleza”, ¿por qué recurrir a una práctica que, en apariencia, sólo consiste en permitirse hablar sin ninguna regla, salvo tratar de hablar sin censurarse a sí mismo?

Hay que tener en cuenta que nuestra idea de las leyes de la naturaleza encubre que ellas son, en realidad, leyes matemáticas. Por tanto, se trata de leyes que solo tienen valor porque hay lenguaje; son leyes simbólicas. Sin el lenguaje, ¿cómo podríamos establecer alguna lógica que dé cuenta de lo que ocurre con la naturaleza? De allí que algunos matemáticos se pregunten, incluso, si ¿Es Dios un matemático?[1] Lo que pone de manifiesto que nuestro modo de ver el orden de las cosas requiere de la creencia en la intención de un ser omnisapiente y omnipotente, un padre carente de castración, si se me permite la paradoja y la ironía.

Así las cosas, la invitación a decir tonterías constituye una transgresión, no a las leyes del lenguaje, sino al restringido modo en que solemos interpretar el mundo y, sobre todo, nuestro lugar en él. Una subversión de nuestra propia posición en relación al pensamiento. Lo que, por cierto, es por sí mismo un acto heurístico. Va de suyo, ello no es suficiente. Como haré notar en el próximo comentario, esa aparente deriva, no es sin ley. Reconocerla e inventar cómo servirse de ella, son actos inaugurales de la experiencia analítica.

John James Gómez G.


[1] Livio, Mario. (2011). ¿Es Dios un matemático? España: Editorial Ariel.

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