Fragmento del texto: Carta de disolución, del 5 de enero de
1980. Lacan, J. (1980). En: Seminario 27. Versión crítica. Establecimiento del
texto, traducción y notas: Ricardo E. Rodríguez Ponte. Escuela Freudiana de
Buenos Aires. http://www.e-diciones-elp.net/images/secciones/seminario/LACAN-DISOLUCION-VC-RRP.pdf
[Segunda parte del comentario]
“Demostrando en acto que no es por su empeño que mi Escuela
sería Institución, efecto de grupo consolidado, a expensas del efecto de
discurso esperado de la experiencia, cuando ella es freudiana. Se sabe lo que
ha costado, que Freud haya permitido que el grupo psicoanalítico prevalezca
sobre el discurso, se vuelva Iglesia.”
Comentario:
Lacan afirmaba que el precio a pagar por el hecho de que Freud haya permitido que el
grupo psicoanalítico prevalezca sobre el discurso, es que la institución deviene iglesia. Es
una afirmación que podría suponerse superada por el lacanismo y atribuible
única y exclusivamente a la institución psicoanalítica fundada por Freud. Sin
embargo, una suposición tal, sería el testimonio de una ceguera, derivada de la
idolatría, bastante común, que se mueve en torno al nombre de Lacan. Es cierto
que él se ocupó de interrogar, al punto de la subversión, las lógicas dominantes en las instituciones psicoanalíticas de aquellos días. Sabía de los riesgos que
acarrea formar grupos, por pequeños y transitorios que sean. Los efectos
imaginarios, la identificación al líder (padre de la horda) y la especularidad entre
pares (los hermanos del clan), habían sido suficientemente indicados por Freud,
tanto en Tótem y Tabú como en Psicología de las Masas, y varios otros
textos, como para ser pasados por alto.
El grupo tiende a la agresividad y, muerto el padre, a la
religión, que tiene su cara más familiar, como institución, en lo que la
iglesia intenta representar bajo la rúbrica de un pecado original: la falta que por retroacción hace de la
agresión el motivo de una culpabilidad a la que llamamos pacto social. La
sumisión, la abnegación y el sacrificio en nombre del padre muerto y la lucha
soterrada por su amor y su castigo como añoranza de un perdón que no llega,
arremeten con fuerza en cada una de las acciones que comprometen a los
integrantes de un grupo. Amor y odio, son, a fin de cuentas, dos caras de una
misma moneda.
En la medida en que el grupo prevalece sobre el discurso
psicoanalítico, –discurso que ya es bastante difícil de sostener, incluso en la
práctica que implica la transferencia del analizante hacia el saber que supone
en la función del analista–, la identificación pareciera ser la manera más
común de sostener el sentimiento de unidad, de pertenencia. Y no basta omitir
el uso de la palabra grupo para liberarse de ello. Evitar una denominación no
cambia el hecho de que las escuelas de psicoanálisis pueden llegar, más fácilmente de lo que podría pensarse, a
constituirse como iglesias. De hecho, el intento de desalojo de la palabra
grupo es una forma de represión, con la cual el yo trata de desconocer el
lugar que ocupa en aquello que le acontece en su odioamoración y sumisión merced de la
ligadura entre culpabilidad y erotismo. Es lo que Freud puso en escena con sus
descubrimientos en torno a las neuropsicosis de defensa. El síntoma adviene
como manifestación de aquello que fue desalojado pues resultaba perturbador,
pero que resulta imposible de eliminar. Retorna con más fuerza desde lo
inconsciente, interrogando las imposturas de saber y de poder con las que el yo
trata de presentarse ante los otros y ante sí mismo. Es la paradoja a la que nos
enfrentamos constantemente. Y es tan engañoso creer que es posible alcanzar el
ideal de una institución que no se vea afectada por los fenómenos imaginarios
del grupo, como pensar que evitar la palabra grupo nos exime de sus efectos.
¿Cómo podría hacerse prevaler el discurso sobre el grupo? Esta es una pregunta
que, en sí misma, nos plantea que solo hay una prevalencia de lo uno sobre lo
otro, pero no una exclusión de lo uno por lo otro.
John James Gómez G.
Que gonorrea
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