Fragmento del texto: “Algunas lecciones elementales sobre
psicoanálisis.” (1940). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. XXII. Buenos Aires:
Amorrortu Editores. 1984, págs. 284-285. [Primera parte del comentario]
“No cualquiera osa formular juicios sobre cosas físicas,
pero todos —el filósofo tanto como el hombre de la calle— tienen su opinión
sobre cuestiones psicológicas y se comportan como si fueran al menos unos psicólogos
aficionados.”
Comentario:
¡Cuán lejanos están nuestros sentidos de permitirnos tener una
idea, medianamente clara, de lo que llamamos “realidad”! Sin embargo, confiamos
en ellos. Si preguntásemos a alguien: “¿Puede usted señalar el lugar en el cual
se encuentra el Sol en este momento?”, es muy probable que esa persona eleve su
vista hacia el cielo y, levantando un dedo índice, apunte hacia el lugar exacto
desde el cual ve provenir esa luz intensa que emerge de una figura
incandescente con forma redondeada. Podríamos estar de acuerdo con ella, pues,
sin duda, veríamos también al sol en ese mismo lugar. La coincidencia de
nuestras impresiones podría dejarnos satisfechos; no podríamos estar más felices
y más seguros de la veracidad de la respuesta. Ya es bastante difícil estar de
acuerdo como para no sentirnos regocijados con el acuerdo incuestionable de
nuestras percepciones. “Ver para creer”. Sin embargo, a pesar del regocijo que
pudiésemos sentir, la cuestión es que ambos estaríamos equivocados.
Como afirma el físico Brian Greene: “Es difícil imaginar una
experiencia más reveladora que aprender, como hemos hecho durante el último
siglo, que la realidad que experimentamos es tan sólo un pálido reflejo de lo
que la realidad es."[1] Para
brindar una idea más precisa, aunque en extremo sencilla, de lo que trato de
expresar, retomemos el ejemplo acerca de la posición del Sol; ¿por qué
estaríamos equivocados, tanto el interrogado como el interrogador, respecto de
la respuesta, a pesar de que nuestra experiencia sensible coincida? Y bien,
ocurre que allí donde el índice se alza para señalar el lugar exacto en donde
vemos al sol, en realidad, es el lugar en donde estuvo hace ocho minutos y
diecinueve segundos. Ese es el tiempo que le toma a la luz recorrer los 150
millones de kilómetros que separan al Sol de nuestro planeta Tierra. Entonces,
al alzar la vista hacia el firmamento, vemos el pasado. Incluso la luz
tiene un límite de velocidad para
moverse en el espacio; se trata de una velocidad constante de 299.792.458 m/s.
Nada puede moverse en nuestro universo más rápido que los fotones, las partículas
de luz, y las consecuencias de ello son fascinantes en múltiples niveles y
sentidos.
La cuestión es, entonces, que no importa qué tan de acuerdo
estemos y qué tan veraz parezca nuestra percepción, lo que vemos no es lo que
está ahí; vemos siempre un fantasma de eso que llamamos realidad, un pasado que
no podemos aprehender sino retroactivamente y que hace que nuestro presente, y
que la verdad que creemos experimentar en él, tenga siempre una estructura de
ficción. ¿Cómo corregir esa experiencia? Es ahí donde la lógica, la matemática
y la topología, vienen a prestarnos su ayuda. Corregimos la experiencia
sirviéndonos del lenguaje en su expresión simbólica pero, aún así, la
corrección que hagamos siempre estará sometida a una imposiblidad, en la medida
en que nos aproximamos a la verdad y a la realidad, solo de manera asintótica o
por vías torcidas. Somos nosotros quienes construimos la vara con la que
medimos y corregimos la experiencia, así que esa vara está limitada por los
alcances de nuestra imaginación. Tal vez por ello, Einstein no dudaba en
afirmar que la imaginación es más importante que el conocimiento.
Ustedes dirán que estoy hablando de física y tendrán algo de razón.
Sin embargo, son estos los mismos problemas que ocupan al psicoanálisis desde
la época de Freud y con los cuales Lacan se enfrentó, armado con las ciencias
de su época. Por eso, mientras Freud creía en la diferencia entre realidad
efectiva y realidad psíquica, Lacan no tardó en descubrir que no existe tal
diferencia y que la realidad es siempre un asunto de lectura, con lo cual se intenta corregir una experiencia que, en algún punto, siempre escapa de
nosotros. Esa experiencia es la del encuentro continuo con algo que es
imposible de escribir completamente y a la que, para diferenciarla de la
ficción a la que llamamos “realidad”, Lacan denominó “lo real”. Si comprendemos algo de esto, el estudio de lo psíquico se nos presenta como una disciplina tan compleja como solo la física puede serlo y, por tanto, observar conductas para sacar conclusiones será tan problemático como mirar al Sol para juzgar dónde se encuentra.
John James Gómez G.
[1]
Brian Greene. El tejido del cosmos. Espacio, tiempo y la textura de la
realidad. Barcelona: Editorial Drakontos de Bolsillo. 2006, pág. 29
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