Fragmento del texto: “Algunas lecciones elementales sobre
psicoanálisis.” (1940). En: Freud. S. Obras Completas, Vol. XXII. Buenos Aires:
Amorrortu Editores. 1984, págs. 284-285. [Segunda parte del comentario]
“No cualquiera osa formular juicios sobre cosas físicas,
pero todos —el filósofo tanto como el hombre de la calle— tienen su opinión
sobre cuestiones psicológicas y se comportan como si fueran al menos unos
psicólogos aficionados.”
Comentario:
Se sabe que Bourdieu llamaba "sociología espontánea" a la
manera en que cada uno de nosotros habla intentando explicar los fenómenos
sociales como si supiéramos de qué se tratan, por el simple hecho de
suponer que, dado que vivimos en una sociedad, seríamos portadores de
un conocimiento sensato al respecto. Con la vida psíquica pasa algo similar. "Tener" “psykhé”, parece razón suficiente para sentirnos autorizados a hablar de
la vida psíquica con entera propiedad. Este es
uno de los problemas de dar a la doxa el estatuto de un razonamiento
lógico cuando, a lo sumo, no es más que una impostura. En ese sentido, hay un
desprecio notable por el conocimiento propio de las ciencias sociales y humanas.
La mayoría se sienten autorizados a afirmar conclusiones tajantes, que
consideran evidentes, sin tomarse el menor trabajo de proveer para sí el mínimo
conocimiento necesario, mucho menos de someter sus ideas a un razonamiento
lógico y/o matemático. Con las ciencias naturales en general, y la física en particular, las
cosas son diferentes. Es fácil constatar el reducido número de personas que
se arriesgarían a hablar del comportamiento de las partículas subatómicas,
amparados simplemente en el hecho de que todos estamos hechos de materia.
Las imposturas son difíciles de sostener en campos que
exigen demostración, por ejemplo, en las matemáticas, la física, la interpretación
de una partitura ejecutando un instrumento musical, el ballet y los deportes de alto rendimiento, entre
algunos otros. Uno puede afirmar que es un gran atleta, pero llegado el
caso, si hay que demostrarlo, habrá que ver si media cuadra no resulta suficiente
para tirar por el piso nuestras ambiciosas ilusiones. Alguien que tenga una partitura frente a sus
ojos y desconozca el lenguaje musical, se sentirá tan desorientado, y porqué
no, tan impotente, como si tuviese una serie de formulas que resolver y ni el
menor rastro de formación matemática. Así
las cosas, es comprensible que nos veamos enfrentados diariamente a una
erudición falaz en campos que, aparentemente, no requieren de una formación ni
de una práctica disciplinadas. Pero, como sabemos, las apariencias engañan.
Por cierto, estaríamos mucho más tranquilos si estos modos
de “conocimiento espontáneo” fueran un asunto exclusivamente de los legos. Sin
embargo, al interior de las ciencias sociales y humanas, y también en las
disciplinas encargadas del estudio de lo psíquico, encontramos personas que,
habiendo cursado una carrera profesional, no logran hacer ruptura
epistemológica y, por tanto, a pesar de lo que podría esperarse de una
formación universitaria, siguen atados a la doxa
y a sus prejuicios morales, a los cuales quieren hacer valer como modos de
razonamiento lógico, avalados en el hecho de que, en alguna pared, cuelga un
título que los “certifica” como expertos. Ni qué decir de la pregunta acerca de si se han hecho cargo primero de reconocer su docta ignorancia, viéndose exhortados a sustentar sus posiciones en la incompletud de todo saber. ¿Cómo podría el discurso
universitario garantizar, a través de un trozo de papel, la formación de un “profesional”,
cuando su formación propiamente dicha depende de la posición del sujeto y no de
un número n de créditos académicos?
John James Gómez G.