Fragmento del texto: La ética del psicoanálisis. Lacan, J.
(1959-1960). En: El seminario, libro 7. Editorial Paidós. Buenos Aires, 2011,
pág. 134. [Segunda parte del comentario]
“Precisamente allí el análisis, en última instancia, ilumina
en el fondo del hombre lo que podemos denominar el odio de sí. Esto es lo que
se desprende de la comedia antigua que lleva el título de
Aquel-que-se-castiga-él-mismo.”
Comentario:
La idea de amarse a sí mismo es sumamente problemática. Lo que
suele constatarse es que no hay amor de sí que no traiga aparejado el odio de
sí. Y en la medida en que amor y odio son dos caras de la misma moneda, tienden
a ser directamente proporcionales. El romanticismo trata de silenciar este
problema, tanto como la cortesía silencia a la virtud y la honestidad, pues por
ganar el aprecio de aquel que ostenta un poder, el cortes-ano prefiere parecer servil ofreciendo su ser y su voluntad
a cambio de favorabilidad y en pro de hacerse bienquisto; tal como lo recuerda
Norbert Elias en su investigación sobre El
proceso de la civilización. Hacerse amar no es amarse a sí mismo, y el odio
de sí es una manera bastante frecuente de expresar amor.
De allí el lugar ridículo en el que cae fácilmente la noción
de autoestima, al menos como ella es usada en la doxa y en la jerga psicológica.
Se habla de tener baja la autoestima y se afirma que debe elevársela. La
cuestión es que si tomamos el problema de la culpabilidad, tal como el superyó
permite comprenderla, reconocemos la paradoja que aquello implica. La ferocidad del
superyó es inapelable. Ataca al yo que, constituyentemente paranoico y, como
tal, embebido en su propia investidura narcisista, padece los azotes del padre
imaginario expresado en el superyó, a la vez que se toma a sí mismo por un
objeto que debe ser amado en calidad de imagen ideal por el Otro.
Así las cosas, el yo se hace obsecuente en su anhelo de ser
amado por el Otro, de igual modo que ama su propia imagen idealizada, por lo
que se arroja a la culpabilidad que lo hace merecedor del odio de sí y de un
castigo por parte del mismo Otro al que le demanda amor, dado que para hacerse
amar eligió ceder en su deseo. Entonces, el azote que se cree merecido y el
odio de sí padecido a costas del superyó, son directamente proporcionales a la
imagen idealizada del yo; por tanto, amarse a sí mismo es,
necesariamente, odiarse a sí mismo. Esto es algo que se caracteriza de manera
ejemplar en el sufrimiento del neurótico, sobre todo en la neurosis obsesiva.
John James Gómez G.
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