A propósito de la apertura del X Congreso Argentino de Salud Mental.
Fragmento del texto: Conferencias de Introducción al
Psicoanálisis. (1915-1916). En: Obras Completas, vol. XV. Buenos Aires,
Amorrortu Editores. 1986, pág. 18. [Primera parte del comentario]
"He ahí la laguna que el psicoanálisis se empeña en llenar.
Quiere dar a la psiquiatría esa base psicológica que se echa de menos, y espera
descubrir el terreno común desde el cual se vuelva inteligible el encuentro de
la perturbación corporal con la perturbación anímica."
Comentario:
Hoy inició el X Congreso Argentino de Salud Mental.
En él, entre otras, dos cuestiones han llamado particularmente mi atención. La
primera, la riqueza con la que el psicoanálisis permea la salud mental en este
país, en mayor medida de la que podemos encontrar en cualquier otro lugar de Latinoamérica, y muy a pesar de la tendencia a la medicalización de la vida y de la cultura –como
la llama Néstor Braunstein– que reina en la actualidad. La segunda, que aquello que Freud enunciaba en
1915 respecto de la base psicológica que se echaba de menos en la psiquiatría sigue vigente, al
menos, en las tendencias más ligadas a las neurociencias.
La idea de un organismo viviente como suma de operaciones
biológicas de tipo anatomofuncionales, prima hoy, incluso, tal vez, con mayor
fuerza que en el tiempo de los albores del psicoanálisis. Sabemos que las escuelas francesa y alemana de psiquiatría consiguieron articular, durante la primera mitad del siglo XX, una rica semiología que no se reducía a la clasificación de los fenómenos en trastornos, ni a la medicación como modalidad reina de tratamiento. No obstante, la creencia acérrima en la eficacia de
los psicofármacos, llegó para obnubilar el juicio clínico con una fascinación que, en no pocas ocasiones, petrifica al psiquiatra y lo deja en un límite que no es
propio de la clínica sino de su impotencia para saber hacer con lo imposible.
Así, una de las riquezas del espacio propiciado por el
Congreso, es que no se elude la crítica, ni las preguntas que esa impotencia
revela. Señalar de entrada, –tal como lo hizo el primer ponente de la mesa
plenaria de la mañana, médico-psiquiatra– que la investigación de psicofármacos
no ha logrado ningún avance en varias décadas, pues no se logran nuevos efectos
o acciones sobre los procesos neuroquímicos del cerebro es, cuando menos, un
acto de honestidad intelectual invaluable. Esto no debe hacernos pensar que los
psicofármacos son inútiles o
innecesarios, sino advertirnos de que silenciar un síntoma o estabilizar transitoriamente una estructura no es equivalente a una cura, y que un tratamiento requiere el
despliegue de una palabra que ponga en juego los avatares de la subjetividad,
la fantasía, el delirio, la alucinación o cualquier otro fenómeno clínico. En
definitiva, hacer clínica no es saber usar un manual para clasificar, ni saber recetar para acallar el sufrimiento; más bien, se trata de reconocer el modo en
que pueden franquearse, a través de la palabra, con una posición ética y un deseo irrefrenables, los límites
de lo imposible de soportar haciéndolo entrar en un discurso que restituya el lazo.
John James Gómez G.