Fragmento del texto: “La transitoriedad”. Freud, S. (1916).
En: Obras Completas, vol. XIV. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 309.
[Primera parte del comentario]
“El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el
tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable.
Declaré incomprensible que la idea de la transitoriedad de lo bello hubiera de
empañarnos su regocijo.”
Comentario:
Difícilmente creemos en nuestra mortalidad. Así, un hecho de carácter inminente, no necesariamente es
asumido como verdadero. Es fácilmente constatable que la ilusión de una
supuesta inmortalidad, carente de todo fundamento, resulta para nosotros más
creíble. Es así que una de las tonterías más comunes con la que nos encontramos
en nuestra propia existencia, es la de conducirnos por la vida como si fuéramos
seres eternos.
El aplazamiento de la puesta en marcha del deseo queda
justificado con la idea de que, en algún futuro etéreo, tendría que llegar la
anhelada recompensa: la felicidad plena, el goce absoluto, el retorno al
paraíso, o cualquiera otra de nuestras insensatas ilusiones humanas. Como en el
caso de aquel sumiso hombre en el cuento “Ante la ley”, de Franz Kafka, el
neurótico prefiere esperar y recibir la autorización y las órdenes de Otro para obedecerlo,
que asumir los riesgos de la incertidumbre que plantea el deseo propio. Se
aplaza, entonces, la puesta en marcha del deseo, esperanzado en la ilusión de
una falaz eternidad.
El neurótico no solamente no cree en su muerte, sino que,
además, jamás podrá constatarla. Cuando ella acontezca, su existencia se habrá
desvanecido y no habrá un “yo” que pueda decir: “Y heme aquí, ahora estoy
muerto”. No habrá memoria alguna de ningún me-moría. Siempre constatamos la
muerte como algo que le acontece a otro y llegamos a creer que podremos
controlarla. Por esa razón no es extraño escuchar la frase: “si llego a morir,
no quiero que sea ni quemado, ni ahogado”. El sólo hecho de iniciar con el “si”
condicional, denuncia la falta de creencia en la muerte. Ese “si”, ubica a la
muerte en el lugar de algo que puede o no ocurrir. No hay que ser demasiado
astuto para percatarse del absurdo.
John James Gómez G.
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