jueves, 10 de marzo de 2016

Fragmento del texto: “La transitoriedad”. Freud, S. (1916). En: Obras Completas, vol. XIV. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 309. [Primera parte del comentario]

“El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable. Declaré incomprensible que la idea de la transitoriedad de lo bello hubiera de empañarnos su regocijo.”

Comentario:

Difícilmente creemos en nuestra mortalidad. Así, un hecho de  carácter inminente, no necesariamente es asumido como verdadero. Es fácilmente constatable que la ilusión de una supuesta inmortalidad, carente de todo fundamento, resulta para nosotros más creíble. Es así que una de las tonterías más comunes con la que nos encontramos en nuestra propia existencia, es la de conducirnos por la vida como si fuéramos seres eternos.

El aplazamiento de la puesta en marcha del deseo queda justificado con la idea de que, en algún futuro etéreo, tendría que llegar la anhelada recompensa: la felicidad plena, el goce absoluto, el retorno al paraíso, o cualquiera otra de nuestras insensatas ilusiones humanas. Como en el caso de aquel sumiso hombre en el cuento “Ante la ley”, de Franz Kafka, el neurótico prefiere esperar y recibir la autorización y las órdenes de Otro para obedecerlo, que asumir los riesgos de la incertidumbre que plantea el deseo propio. Se aplaza, entonces, la puesta en marcha del deseo, esperanzado en la ilusión de una falaz eternidad.

El neurótico no solamente no cree en su muerte, sino que, además, jamás podrá constatarla. Cuando ella acontezca, su existencia se habrá desvanecido y no habrá un “yo” que pueda decir: “Y heme aquí, ahora estoy muerto”. No habrá memoria alguna de ningún me-moría. Siempre constatamos la muerte como algo que le acontece a otro y llegamos a creer que podremos controlarla. Por esa razón no es extraño escuchar la frase: “si llego a morir, no quiero que sea ni quemado, ni ahogado”. El sólo hecho de iniciar con el “si” condicional, denuncia la falta de creencia en la muerte. Ese “si”, ubica a la muerte en el lugar de algo que puede o no ocurrir. No hay que ser demasiado astuto para percatarse del absurdo.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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