Fragmento del texto: “La ciencia y la verdad”. Lacan, J.
(1966). En: Escritos 2. Siglo XXI Editores. 2ª ed. Argentina. pp. 832. [Primera
parte del comentario].
“Esta exploración no tiene por única meta darles la ventaja
de un dominio elegante de los marcos que escapan en sí mismos a nuestra
jurisdicción.
Quiero decir magia, religión, incluso ciencia.
Sino más bien recordarles que en cuanto sujeto de la ciencia
psicoanalítica, es la solicitación de cada uno de esos modos de la relación con
la verdad como causa a la que tienen ustedes que resistir”.
Comentario:
La cuestión de la verdad ha estado en el centro de las
preocupaciones humanas desde tiempos inmemoriales. Cada uno de los discursos
dominantes, en cada una de las diferentes épocas transcurridas hasta hoy, ha
intentado ocuparse de ella, de develarla, de conocerla, regularmente con la aspiración
de encontrar una verdad suprema que operaría como causa de todo; causa
infalible y, como tal, incuestionable. En esa diversidad de discursos la lucha
ha estado siempre a la orden del día, y cada uno reclama sin cesar la potestad
sobre su supuesta verdad verdadera. De esta manera, no solo se trata de la
verdad sino, sobretodo, del problema de una lucha por ser reconocido como aquel
que sería portador de la verdad sin falla; aquella que demostraría que todas
aquellas verdades defendidas por los demás discursos serían falaces. En el
marco de esa lucha, es el rechazo de la Otredad lo que se opera como una
constante. Desde la simple deslegitimación por vía de la difamación, hasta el
asesinato, han sido incontables los modos de ejercer el poder por el cual se
esperaría silenciar todas aquellas otras verdades que se consideran falaces. La
inquisición y el nacismo son ejemplos recientes de esa lucha inmemorial, para
citar algunos que pueden parecernos familiares. Ni la magia, ni la religión, ni
la ciencia, tampoco el psicoanálisis, han estado exentos de esa lucha. Y es que
la creencia en la verdad como causa se instituye como fuente de insondables pasiones;
no importa como quiera disfrazársele, la creencia siempre resuena por su
ferocidad ante aquello que la cuestiona y, para luchar contra la interrogación,
se construyen medios que tienen como finalidad sostenerla y probar que estaría
legítimamente fundada en una verdad garantizada. Claro, no es lo mismo la
prueba que la demostración, pero es la primera a la que suele invocarse cuando
se requiere sostener alguna creencia férrea en la verdad como causa.
Así, hay confusiones entre lo que sería una prueba y una
demostración, pero no son la misma cosa. La primera obedece a la inquietud de
Tomás, el apóstol; es el requerimiento de ver para creer. La ciencia
positivista es, sin duda, hija de la posición de Tomás y heredera de la idea
medieval de que los escribanos (salvo los que pertenecían a los altos mandos
eclesiales) no debían saber leer ni escribir, así no podrían afectar el texto;
solo reproducirían las letras, ingenua creencia en la objetividad que es la
creencia en el discurso de la Voluntad de Verdad de la que habla Foucault. La
demostración implica la lógica independientemente de que se pueda ver o no algo
que lo pruebe. A los físicos les costó aceptarlo, pero en términos generales
han tenido que renunciar al hambre de prueba y con ello al ver para creer. Así,
el punto crucial no es creer sino demostrar, y demostrar no es probar. El
psicoanálisis apunta a la demostración, de allí el interés de Lacan por la
lógica y las matemáticas, no a la prueba, por eso no necesita ver conductas, ni
probar hipótesis, sino establecer la lógica de lo inconsciente en juego en el
caso por caso. Definitivamente mejor no creer en el psicoanálisis. Quien cree
en él se ha entregado a una posición religiosa, haciendo del psicoanálisis su
religión y de las instituciones psicoanalíticas sus iglesias.
John James Gómez G.
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