viernes, 13 de septiembre de 2019


Fragmento del texto: Discurso en la Escuela Freudiana de Pareiz. Lacan, J. (2012). En: Otros Escritos. Buenos Aires: Paidós, pág. 290. [Primera parte del comentario]

Es en este sentido que el atributo de no psicoanalista es el garante del psicoanálisis, y que yo anhelo en efecto que haya no analistas, que se distinguen en todo caso de los psicoanalistas actuales, que pagan su estatus con el olvido del acto que lo funda.

Comentario:

Tal vez uno de los olvidos más llamativos entre quienes practicamos el psicoanálisis es, como indicó Lacan, que es el atributo de no psicoanalista el garante del psicoanálisis. Esto quiere decir que no es porque haya personas que se hacen llamar psicoanalistas que el psicoanálisis puede sostenerse como acto, sino porque hay analizantes. Es dede ese lugar que puede hacerse existir esa función a la que llamamos “psicoanalista”, que no tiene nada que ver con la identificación imaginaria que puede llevar a suponer que alguien la encarna como si se tratara de una profesión o de un emblema de distinción.

Y es que resulta necesario tener en cuenta que al hablar de la práctica psicoanalítica se hace referencia, en primer lugar, a alguien que se aboca a la práctica de la palabra buscando saber de y desde lo inconsciente. Ello implica reconocer que a quien se refiere esa práctica es, ante todo, al analizante, no al psicoanalista, éste últimpo, por supuesto, sin lo que tampoco existiría un psicoanálisis. Por eso Lacan afirmaba que no hay predicado del analista, pues la formulación “yo analizo” nos pone de inmediato en la posición activa de analizantes. Entonces, decir "yo soy analista", opera como ilusión de ser para que, al ser dicho en alguna parte, se abra lugar a la posibilidad de que quien sufre hable y analice sus dichos para reencontrase en el decir, deviniendo, así, analizante. 

Esa es una de las razones por las cuales, a mi juicio, resulta necesario interrogarnos sobre la comodidad desde la que a veces hablamos cuando creemos saber algo sobre el psicoanálisis, suponiéndonos psicoanalistas. Esa comodidad puede llevar a tanto como el desprecio por los otros que no hablan nuestra lengua “correctamente”. Como si fuésemos griegos en la Antigüedad, les juzgamos como a bárbaros que no saben lo que dicen por hablar mal la lengua helénica. No obstante, hablar mal, decir boludeces, es la primera condición para que exista el acto analítico. Nada más lejano del psicoanálisis, por tanto, que dejarse llevar por la ferocidad del superyó cada vez que consideramos que alguien se equivoca. ¿No es el equívoco la puerta de entrada por excelencia a un saber posible sobre lo inconsciente? No habrá de resultarnos extraño, pues, que buena parte de la responsabilidad del odio hacia el psicoanálisis que pulula en nuestro tiempo pueda corresponder a los psicoanalistas.  

John James Gómez G.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Fragmento del texto: El psicoanálisis y su enseñanza. Lacan, J. (2008). En: Escritos 1. Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 2ª ed., pág. 147. [Segunda parte del comentario]


El hecho de llenarse la boca con la palabra “científico”, y aun con la palabra “biológico”, que están, como todas las palabras, al alcance de todas las bocas, no les hace ganar un solo punto más en ese camino, ni siquiera a los ojos de los psiquiatras, a quienes su fuero interno no deja de avisarles sobre el alcance del uso que hacen ellos mismos de estas palabras en gestiones igualmente inciertas.


Comentario:

A fin de sostener las pretensiones científicas en su sentido más arcaico, abundan las falacias técnicas y clínicas cuando se trata del estudio de ese enigmático objeto denominado psykhé, el cual parece quemar las manos de quien se atreve a indagarlo, evitando que alguien logre asirlo de manera certera. Algunas de esas falacias consisten en sostener la equivalencia deliberada e injustificada entre fenómenos biológicos y fenómenos psíquicos. 

Para nombrar solo algunos ejemplos de ello, consideremos la confusión que se produce cuando se toman las imágenes resultantes del escaneo cerebral durante el dormir y se usan como explicación de la actividad del soñar. Se trata de dos cosas, que aunque guardan relación, no son equivalentes. La primera se trata de la traducción que una máquina hace, en imágenes, de los procesos electroquímicos del cerebro. La segunda, de la traducción que una persona puede hacer de las imágenes con que sueña, en palabras que dan cuenta del contenido y el sentido de sus sueños. Resulta innegable que existe una actividad cerebral necesaria para que podamos soñar. La falacia está en suponer que la actividad cerebral explica el contenido con el que cada cual, de acuerdo con su experiencia, sueña. Por esa vía se aplasta la subjetividad con el peso de las imágenes producidas por una máquina que opera con ondas electromagnéticas y que está imposibilitada para dar cuenta del sentido subjetivo del sueño. 

Otro ejemplo lo encontramos en los saltos, inexplicables, que se dan alegremente desde las formas en que se manifiestan ciertas lógicas culturales hasta las interpretaciones que explican esas lógicas por vía de la transmisión genética. Investigaciones de ese estilo abundan; pueden constatarlo. En ocasiones, hay quienes llegan a tanto como sostener que las diferencias en el acceso que un hombre y una mujer tienen a ciertos goces y a ciertos ámbitos, por ejemplo, laborales, dependen de las condiciones biológicas de cada uno, lo que haría que algunas labores sean "antinaturales" y otras "connaturales" para unos u otros. Entonces, se confunde la transmisión cultural con la transmisión genética, y se le justifica con el uso irresponsable que algunos “eminentes científicos” hacen de la estadística. Que un fenómeno aparezca estadísticamente asociado a otro con cierta frecuencia, no implica una causalidad biológica; dicho de otra manera, las relaciones significativas a nivel estadístico no son marcadores genéticos. No obstante, siempre hay quien, en un acto de fe ciega, se entregue a la defensa de estas y otras falacias. 

John James Gómez G.  

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....