Fragmento del texto: Discurso en la Escuela Freudiana de Pareiz. Lacan, J. (2012). En: Otros Escritos. Buenos Aires: Paidós, pág. 290. [Primera parte del comentario]
Es en este sentido que el atributo de no psicoanalista es el garante del psicoanálisis, y que yo anhelo en efecto que haya no analistas, que se distinguen en todo caso de los psicoanalistas actuales, que pagan su estatus con el olvido del acto que lo funda.
Comentario:
Tal vez uno de los olvidos más llamativos entre quienes practicamos el psicoanálisis es, como indicó Lacan, que es el atributo de no psicoanalista el garante del psicoanálisis. Esto quiere decir que no es porque haya personas que se hacen llamar psicoanalistas que el psicoanálisis puede sostenerse como acto, sino porque hay analizantes. Es dede ese lugar que puede hacerse existir esa función a la que llamamos “psicoanalista”, que no tiene nada que ver con la identificación imaginaria que puede llevar a suponer que alguien la encarna como si se tratara de una profesión o de un emblema de distinción.
Y es que resulta necesario tener en cuenta que al hablar de la práctica psicoanalítica se hace referencia, en primer lugar, a alguien que se aboca a la práctica de la palabra buscando saber de y desde lo inconsciente. Ello implica reconocer que a quien se refiere esa práctica es, ante todo, al analizante, no al psicoanalista, éste últimpo, por supuesto, sin lo que tampoco existiría un psicoanálisis. Por eso Lacan afirmaba que no hay predicado del analista, pues la formulación “yo analizo” nos pone de inmediato en la posición activa de analizantes. Entonces, decir "yo soy analista", opera como ilusión de ser para que, al ser dicho en alguna parte, se abra lugar a la posibilidad de que quien sufre hable y analice sus dichos para reencontrase en el decir, deviniendo, así, analizante.
Esa es una de las razones por las cuales, a mi juicio, resulta necesario interrogarnos sobre la comodidad desde la que a veces hablamos cuando creemos saber algo sobre el psicoanálisis, suponiéndonos psicoanalistas. Esa comodidad puede llevar a tanto como el desprecio por los otros que no hablan nuestra lengua “correctamente”. Como si fuésemos griegos en la Antigüedad, les juzgamos como a bárbaros que no saben lo que dicen por hablar mal la lengua helénica. No obstante, hablar mal, decir boludeces, es la primera condición para que exista el acto analítico. Nada más lejano del psicoanálisis, por tanto, que dejarse llevar por la ferocidad del superyó cada vez que consideramos que alguien se equivoca. ¿No es el equívoco la puerta de entrada por excelencia a un saber posible sobre lo inconsciente? No habrá de resultarnos extraño, pues, que buena parte de la responsabilidad del odio hacia el psicoanálisis que pulula en nuestro tiempo pueda corresponder a los psicoanalistas.
John James Gómez G.