jueves, 3 de mayo de 2018

Fragmento y comentario del texto: 9ª conferencia. La censura onírica. En: Freud, S. (1915). Conferencias de Introducción al psicoanálisis. Obras completas, vol. XV, 1984, p. 134. [Segunda parte del comentario]

"…aparten la mirada de lo individual y contemplen la gran guerra que sigue asolando a Europa, piensen en la brutalidad, la crueldad y la mendacidad de que es pasto el mundo civilizado. ¿Creen realmente que un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices? ¿Osan en estas circunstancias romper lanzas para sustentar la ausencia de maldad en la constitución anímica del hombre?"

Comentario:

No hay tal cosa como un humano “bueno por naturaleza”. La bondad y la maldad nada tienen que ver con lo natural. Suponer que un animal es malo porque asesina a otro, corresponde a nuestra propia inquietud moral, impuesta a todo lo demás, incluso a los seres inanimados; ejemplo de ello es cuando se profieren afirmaciones como: “las armas son malas”. El fantaseo en relación con los objetos llega a tanto como atribuirles intenciones y, con ellas, implícitamente, cualidades psíquicas. Nos esforzamos en hacer el mundo a nuestra imagen y semejanza, es decir, de acuerdo con nuestros fantasmas.

Entonces, afirmar que el hombre es “malo por naturaleza” sería también una falacia. Es por ello que reconocer las diferencias entre lo natural y lo constituyente es un asunto necesario. Fue una de las tareas emprendidas por Freud; no muy bien lograda, por cierto, pues, como lo recuerda Lacan, estaba enfrentado al ideal de discurso científico de su época:

Leamos los textos; sigamos el pensamiento de Freud en esos rodeos que nos impone y de los que no debemos olvidar que, deplorándolos él mismo por comparación con un ideal del discurso científico, afirma que se vio obligado a ellos por su objeto. (Lacan, 2009, p. 591)[1]

La pulsión es constituyente, pero no es natural. Tampoco lo son sus modos paradójicos de satisfacción. No se trata de algún cromosoma oculto en el genoma humano que aportaría unas siniestras tendencias destructivas al parlêttre. Esas tendencias poco tienen que ver con el principio del placer, natural, que gobierna en el mundo animal no humano. La aspiración a la armonía, por tanto, representa la expresión del fantaseo con un estado anterior y desconocido. No tiene que extrañarnos, así, esa nostalgia por el pasado que aparece en cada generación, amparada en la creencia de que “ahora se han perdido los valores”. Esto lo vemos aparecer incluso entre algunos psicoanalistas que han hecho de la función del padre su propia expresión nostálgica y que no paran de hablar de su “declinación”, desconociendo que, precisamente, si algo ha mostrado la práctica analítica es que, cualquiera sea la posición del sujeto, el padre siempre cumple su función sólo a condición de cojear, de estar de algún modo declinado. Claro, algunos podrían replicar diciendo algo como: “pero de todas maneras antes la función del padre era más clara o más efectiva”. De nuevo se revelaría la nostalgia por el pasado, la añoranza de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Intentaremos avanzar un poco más en el comentario siguiente.

John James Gómez G.




[1] Lacan, J. (2009). La dirección de la cura y sus principios de su poder. (1958). En: Escritos 2. (pp. 559-611). Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 3ª ed.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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