Fragmento y comentario del texto: 9ª conferencia. La censura onírica. En: Freud, S. (1915). Conferencias de Introducción al psicoanálisis. Obras completas, vol. XV, 1984, p. 134. [Tercera parte del comentario]
Con este comentario entramos en receso hasta la primera semana de agosto.
"…aparten la mirada de lo individual y contemplen la gran guerra que sigue asolando a Europa, piensen en la brutalidad, la crueldad y la mendacidad de que es pasto el mundo civilizado. ¿Creen realmente que un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices? ¿Osan en estas circunstancias romper lanzas para sustentar la ausencia de maldad en la constitución anímica del hombre?"
Comentario:
Esa diferencia entre lo natural y lo constituyente a la que me referí en el comentario anterior, fue uno de los hallazgos más notables de la clínica freudiana. El odio, la sevicia, la ira, no están presentes cuando reina el principio del placer. Se requiere de la pulsión que se introduce por la incorporación del organismo viviente en el lenguaje, para que el Más allá del principio del placer haga su aparición. Es cierto que Freud, atado a las exigencias positivistas de su época, intentó hallar una explicación biológica para ello. Fue Lacan, entonces, quien dio su justo lugar a las consecuencias de la pérdida estructurante, incómoda, al punto de lo insoportable para algunos, que el narcisismo busca eliminar, buena parte de las veces, en los otros, cuando no en la otredad que habita en sí mismo.
La guerra, por tanto, no es cosa de animales ni las pulsiones son “bajos instintos”. No se trata de expresiones de “nuestra parte más animal”. ¡Menuda injusticia con los animales! Ellos no matan por odio o por diversión! Por el contrario, la guerra, la sevicia, el odio, la ira, son expresiones de lo que nos es más propio; lejos están nuestras tendencias mortíferas del equilibrio que rige a la naturaleza. Así, lo que llamamos progreso, suele terminar convertido en un mal chiste, cuando no en una obra siniestra.
Nos esforzamos en sostener los ideales narcisistas; es decir, en eliminar la otredad y la diferencia. Y por esa vía, la pulsión se satisface. Lo hace, incluso, mientras nos destruimos a nosotros mismos, como bien lo hizo notar Freud en su texto El problema económico del masoquismo, cuando afirmó que “ni aun la autodestrucción de la persona puede producirse sin satisfacción libidinosa.” (1924, p. 176)[1].
Se revela así que el odio puede unir más que el amor y que, en tales circunstancias, incluso el amor, como expresión narcisista, puede ser una potente motivación para la destrucción. El patriotismo en cualquiera de sus variantes es ejemplo de ello, pero también las tragedias amorosas que van desde el suicidio hasta el feminicidio, no pocas veces, en nombre del amor. Lo asombroso no es, pues, que el horror nos asalte, sino que encontremos el modo de inventar cómo saber hacer con ello y sostener un lazo que no sea mortífero; todavía más, en un mundo que ve virtudes en las competencias y riqueza en la acumulación inútil.
John James Gómez G.
[1] Freud, S. (1924). El problema económico del masoquismo. En: Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1984.