Fragmento y comentario del texto: Aún. En: El Seminario,
libro 20. Lacan, J. (1972-1973). Buenos Aires: Paidós. 1981, págs. 128. [Segunda
parte del comentario]
Con este comentario entramos en receso hasta la primera
semana de febrero de 2018.
“…lo que hace vivibles a las llamadas relaciones humanas, es
no pensar en ellas.”
Comentario:
“No hay relación sexual”, es un aforismo lacaniano que devino cliché. Su recurrencia parece más impulsada por lo escandalosa
que la sentencia pudiese resultar a los oídos de los bienaventurados, que por
el reconocimiento de la lógica que la sustenta. Sea como fuere, se trata de un
enunciado que cuestiona cualquier ideal en torno a la felicidad, la armonía, la
paz e, incluso, la esperanza en un futuro próspero, el acceso al conocimiento absoluto y el retorno al paraíso
perdido.
Las “llamadas relaciones humanas” existen justamente porque
no hay relación sexual. El lenguaje, nuestra más grande proeza es, al mismo tiempo, motivo de esa imposibilidad:
Todo indica –es ese el sentido de
lo inconsciente– no sólo que el hombre ya sabe todo lo que hay que saber, sino
que ese saber está perfectamente limitado al goce insuficiente que constituye
el que hable.
Se ve a las claras que esto trae
consigo una pregunta dirigida a esta ciencia efectiva que ciertamente poseemos
bajo el nombre de física. ¿En qué concierne a lo real esta nueva ciencia? El
error de la ciencia que califico de tradicional por la que proviene del
pensamiento de Aristóteles, está en dar por sentado que lo pensado está hecho a
imagen del pensamiento, es decir, que el ser piensa[1].
Ese error de la ciencia expresa la determinante influencia
del pensamiento aristotélico-cartesiano en Occidente. Se constata con facilidad
que lo pensado no está hecho a imagen del pensamiento, como tampoco la cosa
está representada fielmente en el lenguaje con el que se la nombra; muy a pesar de los sueños de la ciencia aristotélica-cartesiana. No hay
cópula entre lo uno y lo otro. Y en la medida en que intentamos representar incluso nuestro “ser” a través del lenguaje, estamos sometidos a esa misma
imposibilidad, tanto en lo que nos atañe más íntimamente, por lo que no hay “unidad
psíquica”, constituyéndonos como extranjeros para nosotros mismos, como también
en lo que nos vincula con los otros que son todavía más extraños, más imposibles. Testimoniamos nuestra falta en ser, antes que nuestro ser.
Pero no hay que pensar que esto es un descubrimiento
enteramente lacaniano. El estoicismo antiguo lo había anticipado suficientemente, poniendo el
término incorporal como una “adición” que, con el lektón (expresable) en particular, hacía manifiesta esa imposibilidad:
…agrega Ammonio, conciben además
un intermediario entre el pensamiento y la cosa que llaman lo expresable”.
Ammonio no aprueba esta adición y en efecto la teoría de Aristóteles se basta
por sí misma, si el pensamiento es en sí mismo el objeto designado[2].
De otro lado, los "tres registros" son el modo en que Lacan se plantea la cuestión en pro de una articulación que permita escribir los caminos de esas paradójicas relaciones. Lo simbólico sostiene el marco en el cual
aparentamos que las cosas están en orden a pesar de esa imposibilidad. Lo
imaginario, articulado por vía de lo simbólico, sostiene la ficción de que
podemos ser Uno, so pena de caer en el mismo error aristotélico ya mencionado. En
esas articulaciones entre lo simbólico y lo imaginario, lo que siempre retorna
como imposible es lo real; pero retorna siempre por la insistencia que tiene asidero en las cadenas significantes, es decir, en lo simbólico.
Así pues, afirmar que no hay relación sexual es una manera de interrogar
la lógica aristotélica, así como la máxima cartesiana "cogito ergo sum" (a causa de pensar soy). No hay ser del
pensamiento; el ser no piensa. De hecho, lo que ha demostrado el psicoanálisis, desde Freud, es
que cuando algo del ser se manifiesta es justo en el instante en que no se piensa, cuando el
pensamiento tropieza dando lugar a otra razón que no es la de la conciencia.
John James Gómez G.