Fragmento del texto: Carta de disolución, del 5 de enero de
1980. Lacan, J. (1980). En: Seminario 27. Versión crítica. Establecimiento del
texto, traducción y notas: Ricardo E. Rodríguez Ponte. Escuela Freudiana de
Buenos Aires. http://www.e-diciones-elp.net/images/secciones/seminario/LACAN-DISOLUCION-VC-RRP.pdf
[Tercera parte del
comentario]
“Hay un problema de la Escuela. Esto no es un enigma. Por lo
tanto, yo allí me oriento, no demasiado pronto. Ese problema se demuestra tal,
por tener una solución: es la dis ― la disolución.” […] “Que baste con uno que
se vaya, para que todos estén libres, es, en mi nudo borromeo, verdadero de
cada uno, es preciso que este sea yo en mi Escuela.” […] “O sea para un trabajo,
lo he dicho ― que, en el campo que Freud ha abierto, restaure el filo tajante
de su verdad ― que devuelva la práctica original que él ha instituido bajo el
nombre de psicoanálisis al deber que le corresponde en nuestro mundo ― que, por
una crítica asidua, denuncie en él las desviaciones y los compromisos que
amortiguan su progreso al degradar su empleo. Objetivo que mantengo. Es por
esto que yo disuelvo. Y no me quejo de los llamados “miembros de la Escuela
Freudiana” ― más bien les agradezco, por haber sido por ellos enseñado, de
dónde yo, he fracasado ― es decir me he embrollado. Esta enseñanza me es
preciosa. Yo la aprovecho.”
Comentario:
¿Cómo sería posible pensar, entonces, en atención al fracaso
de la Escuela como “dispositivo”, la formación de los psicoanalistas?
En lo que conocemos de la historia humana, la figura del
maestro (maître/amo) ha estado presente como una constante. La antigüedad grecorromana,
el budismo en oriente y la educación en la modernidad, son algunos de los ejemplos
más próximos. Basta entrar en un aula de clase como estudiante, o verse
enfrentado a asumir el lugar de “docente”, para hallarnos interrogados por la
dialéctica del amo y el esclavo. Algunos, sin dudarlo, se entregan como
esclavos, incluso aquellos que se autoproclaman rebeldes, pues no podrían sentirse
llamados a la rebelión sino fuera porque hay un discurso del amo en el que se sospechan
inscriptos. Otros, los docentes, palabra que deriva del vocablo latino doctoris (maestro, maître, amo) y este a
su vez de doclre (enseñar)[1],
fascinados por su sueño de advenir maestros (maître/amo), hacen de la relación
con sus estudiantes un modo de ejercicio del poder a través del cual, antes que
propiciar algún lugar para el deseo, lo aplastan, mientras se ostentan a sí
mismos como únicos iluminados admitidos en el Olimpo del goce; como protopadres de alguna horda primitiva.
Y es que en su fantasía, el neurótico reclama la presencia
de un maestro, un amo del cual provenga el don por el cual, a su vez, él
podrá, si cuenta con suerte, convertirse un día en alguna clase de maestro, es decir, en alguna forma de amo. Lacan no pudo
evitar ocupar el lugar de maestro y, aunque no necesariamente fue un amo absoluto, como lo sugiere el título
del libro, autoría de Mikkel Boch-Jacobsen[2],
publicado en su traducción al español en el año 1995 y en su original en
francés en 1991, hay que reconocer que los efectos derivados de la posición de
maestro, en la que Lacan se encontraba para la mayoría de sus “discípulos”,
están a la orden del día. La lectura del libro es, por cierto, enteramente
recomendable.
La aspiración no es poca y lo que se está dispuesto a hacer,
a veces de modo completamente irreflexivo, para obtener, por fin, la autorización,
demuestra que algunos hacen de ello su-misión. Así las cosas, los maestros
aparecen por doquier y, entre ellos, algún protopadre. Y en el afán por
lograr su cometido, las identificaciones afloran, se fortalecen y hacen de la relación
especular, matizada por las normatividades de la institución y el temor/admiración
al amo más emblemático, el modo por el cual se "educan" buena parte de los psicoanalistas.
En esa vía, la aspiración suele orientarse hacia el punto en el que pueda afirmarse, con
orgullo, “soy psicoanalista”. No obstante, al menos dos problemas se hacen presentes (vale el equívoco sinonímico con la palabra "regalo" [don]). Uno,
que si somos consecuentes con la propuesta misma de Lacan, no habría tal cosa
como el “ser” del analista; no hay un predicado con el que se pueda calificar, a través
del verbo ser, a ese sujeto. Dos, que, en esa medida, eso a lo cual se denomina psicoanalista responde a una función, un efecto de formación. Pero, ¿de qué
tipo? En eso, ya desde Freud había un indicio, a saber, las formaciones del
inconsciente. Si el analista es una función no esencial en el sentido
constituyente de algún ser, y no responde a condiciones especulares de las
identificaciones con ese significante, entonces, se nos pone de manifiesto que
los psicoanalistas no son personas que andan por las calles, sino formaciones
que se producen en la experiencia analítica por el trabajo de aquellos que
devienen analizantes, quienes dirigen sus demandas a otros que, probablemente,
han reconocido también, en su trabajo como analizantes, los efectos de la función
del analista en el saber que se funda a través de la irrupción de las
formaciones del inconsciente. Por tanto, decir “soy psicoanalista”, es un sofisma necesario para que se propicie la posibilidad de demandar a alguien, que puede ser cualquiera, una escucha ante el sufrimiento. Sin embargo, al desconocer su estatuto de sofisma, se corre el riesgo de creer que se es “eso”, en cuyo caso, la locura del
infatuado, como equivalente de la identificación con el significante "psicoanalista", se prefigura como destino ineludible.
John James Gómez G.